lunes, 26 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 16

 –De acuerdo, a lo mejor «tontería» no es la palabra más adecuada, pero no soy ninguna inválida.

 

–Hay una gran diferencia entre caminar por los pasillos y ser capaz de cuidar de sí mismo. 



–Y esta mañana ha caminado más de la cuenta –intervino Pedro.

 

–Sé que aún queda mucho para que me recupere por completo, pero no necesito una niñera.


El doctor Marshall y Pedro se miraron con complicidad. No le gustó nada ver ese gesto.

 

–Nadie está sugiriendo una niñera. Pero estoy de acuerdo con el doctor. Eres diestra y va a ser muy difícil valerte por tí misma con la mano izquierda. Además, aún hay que vigilar tus heridas. Vas a necesitar ayuda con las cosas de cada día. No puedes trabajar ni conducir.


Supuso que no debería haber esperado que Pedro se pusiera de su lado. Pero aun así, no se arrepentía. Sabía que el divorcio era lo mejor que podían hacer. Creía que la gente siempre acababa por irse de su vida y sabía que él se iría también en cuanto saliera del hospital. El nudo que tenía en el estómago era cada vez más grande. Pero no podía ceder y admitir la derrota. Creía que la necesitaban en el instituto. Sus compañeros habían estado revisando los datos, pero la sismología volcánica era su especialidad. No podía decepcionarlos, contaban con ella. Además, sentía que no tenía nada más en su vida, solo su trabajo.

 

–Nada de eso me importa, me apañaré como pueda y lo lograré. Tengo que volver al trabajo.

 

–¿Vas a jugarte tu salud actual y la futura por tu trabajo? –le preguntó el doctor Marshall.

 

–Si así logro determinar cómo predecir una erupción volcánica, sí. Me merece la pena.

 

Pedro la miró con el ceño fruncido.

 

–Si vuelves al instituto antes de tiempo, no te haces a tí misma ningún favor –le advirtió.


 –Tendré cuidado –le respondió a su marido.

 

–¿En qué consiste tu trabajo, Paula? –le preguntó su médico.

 

–En el análisis de los datos –repuso ella


 –Sí, es verdad, analiza datos después de subir al monte Baker a recogerlos –añadió Pedro–. ¿No es así, doctora Chaves?

 

Pedro sabía de sobra que era cierto y a ella no le gustó que la dejara en evidencia frente a su médico.

 

–Puedo enviar a un equipo de mi departamento para descargar los datos –les dijo Paula.

 

–¿Podrías trabajar desde casa? –le preguntó el doctor Marshall.


 –Sí, supongo que sería una opción. Tengo acceso a Internet en mi casa.

 

–¿Y hay alguien que pueda quedarse contigo en tu piso y atenderte?

 

Pensó en sus compañeros de trabajo. La mayoría estaría dispuesta a llevarle comida o recoger su correo, pero no podía pedirles que se quedaran con ella. Nunca había tenido buenos amigos. Llevaba toda su vida mudándose de un sitio a otro y no había podido desarrollar ese tipo de vínculo con nadie. Solo con Pedro, pero con él no podía contar.

 

–Puedo contratar a alguien –contestó ella mordiéndose el labio inferior.


 –Bueno, supongo que la atención domiciliaria es una posibilidad –le dijo el médico.

 

El problema era el tamaño de su piso. No tenía sitio para nadie más.

 

–Si Paula se queda en Bellingham, nadie le impedirá ir al instituto o subir a la montaña si lo cree necesario –le dijo Pedro al médico.

 

Abrió la boca para llevarle la contraria, pero se detuvo. Sabía que lo que decía era verdad.


 –Sabes que tengo razón –le recordó Pedro. 

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