lunes, 12 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 58

 Al cabo de veinte minutos Paula abandonó el intento y dejó el cuchillo. Se incorporó y miró hacia el cielo. Permaneció quieta y se cubrió el rostro con las manos. Los micrófonos trasladaron su grito de frustración hasta la tienda, y Pedro comenzó a sentirse como un tigre enjaulado. Lo necesitaba. No podía permanece allí mirándola sin más. Tenía que ir a buscarla. Su deseo se hizo aún mayor cuando ella retiró las manos y Pedro vió que tenía las mejillas sonrosadas por el sol. Él sintió ganas de  acariciárselas a través de la pantalla. Paula desapareció de la imagen y Pedro se sobresaltó una pizca. Enseguida vió por otra de las cámaras que se había agachado para agarrar el cuchillo y el pedernal otra vez. Era tan valiente y decidida… Esa vez, acarició la pantalla un instante, sin importarle que lo vieran sus compañeros. No podía más. Se acercó al lugar donde había dejado sus cosas y comenzó a atarse en la pierna su cuchillo de repuesto. Simón se volvió para mirarlo.


—¿Qué haces?


Pedro continuó preparándose. Era evidente lo que estaba haciendo. Se estaba preparando para ir a rescatar a Paula.


—¿Pedro?


Se puso una camisa de manga larga y se volvió para hablar con el productor.


—Me voy. No puedes detenerme. ¡No podemos dejarla así!


Simón se puso en pie.


—Ese no es el trato que tenemos con las estrellas invitadas y lo sabes.


—Díselo a alguien que le importe.


Salió de la tienda. Quedaban pocos minutos para que oscureciera del todo.


—¡Pedro!


Él ignoró el grito enfadado de Simón. 


Tenía que ir a buscarla. No podía abandonarla cuando más lo necesitaba. No podía mirarla y no hacer nada. Total, solo infringiría una norma o dos. Siempre lo hacía. Y nunca había visto que Simón se quejara, y menos si al final conseguía una buena toma.


—¡Pedro!


Él se detuvo al oír que el tono de Simón era diferente y regresó hacia la tienda.


—¿Qué? —preguntó con el corazón acelerado.


Simón apareció por la puerta.


—¡Lo ha conseguido!


Pedro entró y se dirigió hacia los monitores. En el centro de las pantallas estaba Paula, iluminada por la luz naranja de las llamas. A través de los altavoces, se la oía reír.


—La chica lo ha hecho muy bien —dijo Simón, dándole una palmadita en la espalda antes de regresar a los mandos para ajustar la imagen.


Pedro sabía que debía reírse también, o al menos, sonreír. Pero se había acelerado tanto con la idea de ir a verla que ya no sabía qué hacer con toda la adrenalina que tenía en el cuerpo. 

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