miércoles, 7 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 50

 Cuando llegaron al campamento, Sergio, Diego, Rafael y Simón recogieron sus cosas. Paula y él comenzaron a guardar la leña bajo la cabaña para que no se mojara. Cuando llegó la lancha, el equipo se despidió de ellos y desaparecieron mar adentro. Justo a tiempo, porque minutos más tarde comenzó a llover.


Paula no necesitó que nadie le dijera que entrara en la cabaña. Y Pedro tampoco. Pero una vez dentro, se encontró con un problema. Mientras se preparaban para la tormenta, había estado ocupado. Pero allí dentro, no tenía nada que hacer ni nada para distraerse. Además, tampoco sabía cómo enfrentarse a lo que sentía por aquella mujer con la que compartía el espacio. Estaba solo en territorio desconocido. Normalmente, eso era algo que no lo asustaba, pero siempre había una primera vez. El viento empezó a soplar y se oyó otro trueno. Esa vez parecía que estaba más cerca. Paula y él dejaron de mirar al cielo y se miraron el uno al otro. Inmediatamente, sintieron una fuerte conexión. 


«Corre», Pedro oyó que le decía una vocecita. «No pares. Ni te vuelvas a mirar atrás. Estás en un terreno peligroso, ¿Recuerdas?». Sin embargo, no fue capaz de moverse. Ni siquiera de mirar hacia otro lado. Era como si la tormenta les hubiera robado la voz. Ninguno de los dos había hablado desde que se marchó el resto del equipo. Pero no hacían falta palabras. Solo dirían lo que se suponía que debían decir, y evitarían hablar de lo que en realidad sucedía. La comunicación silenciosa que mantenían era mucho más sincera. Ella estaba igual de perdida que él. Se notaba en su mirada. En ellos se veía también las preguntas que ella se hacía, y las respuestas que él le había dado sin darse cuenta. Y de pronto, ya no deseaba salir corriendo. Si estaba perdido, no quería que lo encontraran. Quería darse la vuelta, atravesar con la mirada la frontera del territorio prohibido y comprobar qué había en su interior. 


En ese preciso instante, un relámpago iluminó el cielo y el sonido del trueno retumbó en sus oídos. Entonces, Pedro aprovechó para dar el primer paso. Estaban arrodillados el uno frente al otro y, despacio, él se inclinó hacia delante y le acarició la barbilla con el dedo pulgar. Después, le acarició el cuello, provocando que se le acelerara el pulso. Paula se inclinó hacia delante y él acercó los labios a su cuello. Deseaba explorarla, saborearla, sentir que se derretía con sus besos. Ella se agarró a él y le acarició el cabello, impidiendo que se retirara. Pero él no se sintió atrapado. Y cuando acercó los labios hasta la boca de Paula, ambos se detuvieron para mirarse, con la respiración acelerada, y los labios a pocos milímetros de distancia. Pedro siempre se había preguntado si un salto atrevido o una mala proeza terminarían siendo su ruina, pero nunca imaginó que lo que sellaría su destino sería un beso tierno y delicado. Ella sintió que una ola de felicidad invadía su cuerpo. 

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