viernes, 16 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 69

 Entró en la galería justo cuando se apagaron las luces y empezó a haber movimiento en el escenario. Rápidamente, Pedro buscó a Paula con la mirada. A pesar de que desde la distancia apenas podía reconocer su rostro, sus movimientos eran inconfundibles. Él reconocía su forma poderosa de mover las piernas, y la elegancia de sus brazos. El sentimiento que irradiaba de su cuerpo era sobrecogedor. Alguien tosió con impaciencia detrás de él. Se volvió y arqueó las cejas. Un hombre vestido de traje lo miraba con desaprobación.


—¿Le importaría sentarse? No es transparente, ¿Sabe?


Pedro se disculpó y se sentó en su butaca. Deseaba estar de pie, correr y saltar. Bajar y dirigirse hasta el escenario. Al ver que un hombre alto y rubio sujetaba a Paula por la cintura, pensó: «Suéltala. ¡Es mía!». Pero la idea de que había desaprovechado la oportunidad permanecía en su cabeza e hizo que se mantuviera en silencio en su butaca. Sin embargo, su enfado fue desapareciendo a medida que continuaba el ballet. No podía apartar la mirada de ella. Era deslumbrante. Y se notaba que no era solo él quien lo pensaba. Era como si todas las personas del público estuvieran conteniendo la respiración. No solo era la gracia de sus movimientos, también la manera en que interpretaba al personaje. Un espíritu demasiado bueno para un príncipe ciego que no era capaz de reconocer la belleza que tenía delante. Y cuando el idiota se marchó pensando que iba a encontrar la plenitud en otro lugar, deseó darle un puñetazo. «¿Cómo te atreves a romperle el corazón?», deseaba gritar. «¡Mira lo que has hecho! Lo aplastaste con tus sucias botas y ni siquiera pudiste destruirlo. Ahí está, respirando y bailando delante de tí, y ni siquiera has tenido el valor de verlo. No hasta que ya era demasiado tarde». Cayó el telón y permaneció en su asiento, agotado. Y cuando el telón se abrió de nuevo, Paula corrió hasta la parte delantera del escenario y el público se puso en pie. Los silbidos y los aplausos invadieron el teatro y consiguió ponerse de pie y aplaudir también. Después de todo, tenía mucha práctica en eso de expresar su alegría. Cuando disminuyeron los aplausos y la gente comenzó a sentarse, miró con nerviosismo hacia el escenario. Temía que una vez cerrado el telón Paula se quedara dentro y él no pudiera tener la oportunidad de decirle lo que deseaba. No conseguiría hablar con ella si se dirigía a los bastidores, ¿Verdad? Pero necesitaba llamar su atención. Pedro Alfonso era un hombre de acción. 


Un grito de alguien del público hizo que Paula se detuviera un instante cuando terminó la ronda de saludos. Las luces del escenario le impedían ver con claridad lo que sucedía fuera, pero Pablo miraba hacia el lado izquierdo y otros bailarines señalaban también en esa dirección. Ella entornó los ojos y trató de ver qué pasaba. De pronto, vió un movimiento al final del auditorio. Eran dos guardias de seguridad. Se encendieron las luces y lo vio todo. Un idiota se agarraba de la barandilla de una de las galerías e intentaba poner el pie en la barandilla de la galería de abajo. ¡Ese hombre estaba completamente loco! Y algo más. De pronto, se percató de que aquel hombre tampoco tenía miedo. Sintió un nudo en la garganta. Soltó el ramo de flores que llevaba en la mano y se cubrió la boca. Solo había un hombre tan tonto en el mundo como para hacer una estupidez así. Pedro Alfonso. 

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