viernes, 16 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 70

 Contuvo la respiración mientras observaba cómo él saludaba a los espectadores de la butaca de abajo y continuaba bajando hasta la platea. Paula no sabía qué hacer. Esa mañana había visto la noticia en los periódicos acerca de la separación de Pedro y Micaela, pero aunque para el resto del mundo era una primicia, para ella no era nada novedoso. Y no cambiaba nada. Entonces ¿Por qué estaba él allí? ¿Había ido a verla bailar? Se cubrió el rostro con las manos. Por si no era suficiente cómo se había declarado ante él el día de la playa, Pedro acababa de ver cómo liberaba los sentimientos de su pequeño corazón herido. Era demasiado humillante. 


El sonido de los gritos hizo que retirara las manos para mirar. Los guardias de seguridad intentaban arrinconar a Pedro contra la pared del auditorio para sacarlo de allí.  Pero se escapó y corrió hacia el escenario.


—¡Paula! —gritó, mientras lo alcanzaban los guardias de seguridad.


Paula intentó decir algo pero no lo consiguió. Los guardias estaban a punto de sacar a Pedro de la sala y, probablemente, tuviera que pasar la noche en la comisaría. Ella dió un paso adelante. Pablo la agarró del brazo, pero ella se soltó.


—¡Esperen! —gritó, y todo el mundo se volvió para mirarla. Ella tragó saliva—. Lo conozco —dijo con voz temblorosa—. No pasa nada.


Los dos guardias se miraron y, mientras tanto, Pedro consiguió zafarse. Se alisó la ropa, le dió una palmadita a uno de los guardias en el hombro a modo de agradecimiento y caminó por el pasillo hasta donde estaba Paula. Él notó que una mano delicada lo agarraba del brazo y se volvió para ver a una anciana que le entregaba una rosa.


—Tome, joven. Creo que puede necesitarla.


Pedro le dió las gracias y continuó caminando, consciente de que ni siquiera un jardín de rosas podría reparar el daño que había causado. Paula lo esperaba sobre el escenario. Tenía un aspecto muy diferente al que él conocía de ella. El maquillaje hacía que pareciera una persona distinta. Entonces, se fijó en las picaduras de insectos que tenía en los brazos y sonrió al recordar su estancia en la isla. Ni siquiera el maquillaje había podido disimulárselas. Cuando llegó a su lado, ella colocó la mano sobre su pecho y esperó. El silencio inundó el auditorio. Ella lo miró, con una mezcla de temor y de alegría. Él respiró hondo y le mostró la rosa.


—¿Esto te parece suficiente?


—Puede ser —contestó Paula, pestañeando con asombro.


Él negó con la cabeza, sin saber qué decir. Le entregó la flor y ella la apretó contra su pecho.


—Más flores habría sido mejor —dijo ella.


Pedro se encogió de hombros. 


—Ya me conoces, no soy un gran planificador. Tiendo a utilizar los recursos que tengo a mano —la miró—. Lo siento —añadió—. He vuelto a caerme del precipicio. Hice una elección estúpida. Yo también te quiero. Y siento haber huido de esa manera. Fue la cosa más estúpida que pude hacer.


Ella comenzó a sonreír.


—Yo también sé mucho de eso —dijo ella—. Pero a veces, salir huyendo tiene beneficios inesperados —lo miró fijamente—. Pídeme que salte, Pedro.


—¿Que saltes? —preguntó él, confuso.


No tuvo tiempo de intentar averiguar a qué se refería. Ella dobló las rodillas y saltó del escenario hacia él. Esa vez, Pedro la recogió a tiempo. Después, la dejó en el suelo para abrazarla con fuerza. De pronto, se percató de la maravillosa aventura que acababa de empezar y la besó para compartir con ella su idea de futuro. Sus promesas. De pronto se oyó un fuerte aplauso y Pedro abrió los ojos un instante. Al parecer Paula Chaves estaba recibiendo su segunda ovación de la noche. Pero esa vez la compartía con él. Ella lo rodeó por el cuello y lo estrechó contra su cuerpo. Él no se resistió. Así era como sería a partir de entonces. Permanecerían juntos. Independientemente de las dificultades que les presentara la vida.


—¿Paula?


Ella se separó una pizca y lo miró.


—¿Sí?


—No permitas que vuelva ser tan estúpido nunca más.


Y por supuesto, ella no se lo permitió. 






FIN

1 comentario: