miércoles, 21 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 9

Pedro había tomado su mano y había ido hacia la capilla. Olvidó por completo que se había prometido no volver a tomar decisiones arriesgadas. No sopesó las probabilidades ni consideró las consecuencias de casarse con una mujer a la que apenas conocía. No había querido dejarse llevar por el sentido cuando Paula había hecho que se sintiera completo, cuando había pensado que nunca iba a volver a sentirse así. Media hora más tarde, salieron con alianzas a juego y un certificado de matrimonio. No había dejado de lamentarlo desde entonces. Durante las últimas navidades, había sido duro ver tan felices a los amigos con sus parejas. Se había sentido más solo que nunca. Pero seguía casado con esa mujer, por eso estaba allí. Eran marido y mujer hasta que un juez declarara lo contrario. Estaba deseando volver a ser libre y poner su vida en orden.  De lo único que estaba seguro era que no iba a volver a casarse.  Al menos tenía un amigo con el que compartir su situación. Paulson era un solterón empedernido. Pero hasta que el divorcio fuera definitivo, seguía atado a una mujer que no se cansaba nunca de hablar ni de hacerle preguntas, siempre empeñada en descubrir lo que sentía. «Después del divorcio, todo será mejor», se dijo una vez más. Se sentó junta a Paula en la cama. Quería odiarla, pero no podía, no al verla tan frágil.


 –Tienes los labios muy secos.

 

Tomó un tubo de la mesita y le pasó un poco de bálsamo por sus agrietados labios.

 

–¿Mejor?


Mientras ponía de nuevo el tubo en la mesita, le pareció percibir un leve movimiento. La manta se había deslizado. Había movido de nuevo el brazo izquierdo.

 

–¡Paula!

 

Ella parpadeó. Una vez, dos veces. Se abrieron entonces sus ojos y lo miraron.

 

–¿Todavía estás aquí? –le preguntó Paula con sorpresa y alivio a la vez.

 

–Ya te dije que no me iba a ninguna parte.

 

Ella tomó su mano y la apretó.

 

–Pero lo hiciste.


Sintió cómo el calor emanaba del punto donde se unían sus manos y no pudo evitar estremecerse. Suponía que no tardaría en soltarlo, pero no lo hizo. Se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos y las comisuras de sus labios se curvaron en una tímida sonrisa.  Trató de recordar que aquello no era importante, que lo tocaba con cariño y agradecimientos, pero no podía ignorar el hormigueo que sentía por el cuerpo. Era muy agradable. Demasiado.

 

–¿Tienes sed? –le preguntó apartando la mano.

 

–Sí, agua, por favor.

 

Apretó un botón en la cama para levantar la cabecera. Tomó un vaso de agua de la mesita y se lo llevó a la boca. Colocó la pajita sobre su labio inferior para que pudiera beber. A pesar del bálsamo que acababa de aplicarle, sus labios seguían muy secos. No pudo evitar pensar en lo suaves y dulces que sabían cuando la besaba.  Pero sabía que no era el momento para pensar en esas cosas. Porque no iba a haber ningún beso más, por mucho que hubiera disfrutado de ellos en el pasado. 

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