viernes, 9 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 54

 Bueno, Pedro había dicho que era un camino y ella lo creía. Para Paula, toda la jungla parecía igual. Justo antes de que los hombres desaparecieran entre la vegetación, él regresó hasta donde estaba ella, con una expresión muy seria en el rostro. Paula sintió que se le aceleraba el corazón.


—¿Qué? —dijo ella cuando él llegó a su lado.


—Ahora todo depende de tí —le dijo él—. Hasta mañana al amanecer. Esta es tu última prueba. Puedes hacerlo.


Se quitó la mochila y la lanzó hacia ella. Paula la agarró y la apretó contra su pecho. Pedro se volvió para marcharse y Paula abrió la boca para preguntarle qué quería decir. No tuvo tiempo, él se giró un momento y la besó en los labios antes de adentrarse en la jungla. ¿Qué quería decir con eso de que todo dependía de ella? ¿Que tendría que encender el fuego ella sola? Si era eso, podrían quedarse allí el resto de sus días. Aunque quizá no fuera tan mala idea… Los sonidos de la jungla parecían más fuertes que otros días y Paula empezó a contener la respiración con cada ruido que oía. Nunca le había pasado tal cosa cuando estaba cerca de Pedro. Al menos, Simón estaba allí para hacerle compañía. 


Miró hacia delante, entre la vegetación, y vió que algo se movía junto a sus pies. Se detuvo en seco, tratando de recordar lo que Pedro le había contado sobre las serpientes. Quizá Simón lo recordara. Se volvió para preguntárselo y, entonces, se llevó la segunda sorpresa del día. Simón no estaba allí. Nada indicaba hacia dónde se había marchado. Paula notaba que las gotas de sudor recorrían su espalda. Tenía la blusa empapada y el cabello pegado a la cabeza. Aun así, no paraba de tiritar. ¿Qué diablos iba a hacer? Estaba en medio de la jungla, a miles de kilómetros de su casa, y completamente sola. 



Si hubiera encontrado un sitio donde sentarse, Paula se habría sentado. Pero una de las cosas que había aprendido de Pedro era a no sentarse en un terreno como ese, lleno de vegetación. Así que permaneció de pie y esperó. Tardó más de cinco minutos en asimilar el significado de las últimas palabras de él. Abrazó la mochila con fuerza y comenzó a dar una vuelta sobre sí misma. ¿Qué le había enseñado Finn? Que en un sitio como ese había que permanecer tranquilo. Lo peor que podía hacer era entrar en pánico. Se detuvo y miró hacia delante. Ya había infringido la primera norma. Dar una vuelta completa había sido mala idea. No se había detenido en el mismo sitio y ya no sabía dónde estaban las ruinas. Se le aceleró el pulso. Todas las direcciones tenían el mismo aspecto. Recordó que Pedro y Sergio habían pasado por encima del tronco de un árbol caído. Y entonces se dirigían hacia el norte. Tenía que seguir en la misma dirección. Giró de nuevo hasta que encontró el árbol. «Continúa hacia el norte», se dijo. 

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