viernes, 2 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 38

 Pedro la estaba mirando con cara de asombro. Al ver que fruncía el ceño, Paula sintió un nudo en el estómago. ¿Había ido demasiado lejos? Nadie que conociera como era Paula Chaves en Londres habría creído que había alzado la voz de esa manera. Y mucho menos que había gritado hasta que empezó a dolerle la garganta y reído a carcajadas como una loca. ¿A lo mejor le había dado una crisis? Debía de ser eso. Si no, ¿Cómo podía explicar que se había marchado a una isla desierta durante una semana en mitad de una gira? ¿Y todas las cosas inusuales que había hecho desde entonces? Pero ¿Cómo podía considerarse eso una locura? ¿Por qué era algo malo? Jamás había sentido tanta libertad. Y si la normalidad era lo que tenía antes, no estaba segura de querer recuperarla. Miró a Pedro. Y en lugar de su sonrisa habitual, tenía la boca ligeramente abierta y estaba un poco pálido.


—Pedro, ¿Estás bien?


Él asintió sin más y se volvió para mirar a los cuatro hombres que estaban al otro lado de la roca.


—Es hora de regresar al campamento y de empezar a pensar en la comida para la cena.


Sin añadir nada más, comenzó a caminar sin esperar al resto del equipo. Los demás tardaron casi dos minutos en alcanzarlo. Él se comportó de manera extraña durante todo el trayecto de regreso. No señaló ninguna planta medicinal o comestible, ni atrapó ningún insecto para mostrárselo a la cámara. Continuó caminando hasta llegar a la playa y, una vez allí, se quitó las botas y se metió en el agua completamente vestido. 


Paula lo observó nadar con furia hasta la pequeña isla que tenía el árbol encima y vio que allí salía del agua y se sentaba a contemplar el mar bajo las ramas del árbol. Nadie lo siguió. Ni siquiera Dave. Por la manera en que se miraban unos y otros, pensó que estaban igual de asombrados que ella.  Quizá no fuera la única que se estaba volviendo loca.


Él permaneció en la isla media hora, hasta que se sintió un poco mejor. Si no hubiera tenido que preocuparse por el rodaje del programa, quizá hubiera pasado allí la noche. ¿Qué diablos le había pasado? Sin duda, la testosterona lo había revolucionado. Lo único que ella había hecho era sonreír, y al percibir su entusiasmo por vivir nuevas experiencias en sus labios, él había deseado besarla. Entonces, dejó de sentirse como si estuviera volando. Más bien se sentía como si estuviera cayendo en un agujero negro y sin salida. Ahí fue cuando comenzó a correr. No sabía lo que estaba pasándole, pero no era buena idea. Su novia acababa de dejarlo, y era posible que aquello fuera el efecto rebote. La necesidad de un hombre de demostrarse que era capaz de encontrar otra mujer. 

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