lunes, 12 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 57

 Y Paula no abandonó hasta que tuvo que parar porque le dolían los hombros. Tras hacer un par de estiramientos, se agachó para intentarlo de nuevo. Pedro deseaba gritar para animarla. Incluso Simón dejó de escribir en su cuaderno de notas para mirarla.


—¿Todavía estás decepcionado porque la pobre Jimena Pirelli no haya podido venir? —preguntó, mirando a Pedro por encima del hombro.


—Estoy completamente destrozado.


Simón se rió y agarró el bolígrafo de nuevo.


—Lo suponía. 


Un rato más tarde, Diego apareció por la puerta de la tienda con la cámara en la mano.


—Necesita otra batería —dijo él, y la dejó sobre la mesa donde estaba el equipo—. Tengo unas tomas estupendas de cuando iba caminando por la jungla, pero ha estado a punto de pillarme en un par de ocasiones.


Pedro murmuró algo a modo de respuesta. No estaba seguro de lo que Diego había dicho. Estaba demasiado ocupado viendo cómo Paula intentaba hacer fuego por segunda vez. Había parado un par de horas para construir una cabaña empleando un muro de piedra como un lateral. Al menos, no había intentado copiar la cabaña de la playa y había empleado la cabeza para inventar otro modelo. Cuando terminó, regresó para tratar de encender el fuego. Por desgracia, no tuvo más éxito que la primera vez. Miró hacia el exterior de la tienda y vio que estaba oscureciendo. Un cuarto de hora más tarde ella necesitaría el calor y la protección de la hoguera. Sin ella, su última noche en la isla sería terrible. Él no quería que ese recuerdo nublara todas las cosas maravillosas que ella había experimentado allí. Sintió que algo se le clavaba en las costillas, pero no fue suficiente para conseguir que apartara la vista de los monitores. Sobre todo, porque sospechaba que era Diego tratando de llamar su atención.


—¿Lo ves? —preguntó Rafael desde el otro lado de la tienda—. Te lo dije. Lleva en la misma postura desde hace cuarenta minutos.


Pedro se movió una pizca y movió los hombros para relajar la tensión acumulada.


—Cielos, se mueve —dijo Diego—. Es un milagro.


—No sé por qué montan tanto escándalo. La semana pasada todos estuvimos pendientes de Tomás cuando hizo la prueba final, ¿O no?


—Sí, pero porque era divertido ver cómo lloraba llamando a su mamá  —Diego se sentó en una de las sillas plegables—. Esta chica no está mal.


—Puedes retirarte, Pedro —dijo Rafael—. Paula lo está haciendo muy bien —se acercó a él—. Mejor que bien.


Pero no era cierto. Paula no había conseguido encender el fuego. Pedro apoyó la mano en la mesa y se inclinó para volver a mirar la pantalla. 

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