viernes, 30 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 20

Estar de nuevo al lado de Paula le hacía desear recuperar de golpe los diez años perdidos. Necesitaba arreglarlo de inmediato para poder retomar sus vidas donde las habían dejado antes de la explosión. Sin embargo, sabía que no era posible. Tenía que darle tiempo.

—Pasemos al salón —ella cerró la puerta.

Pedro  sintió unos inquisitivos ojos clavados en él, sin duda intentando vislumbrar a través de su camisa y pantalones las enormes cicatrices de su torso y espalda. Diversos cirujanos plásticos habían ayudado a minimizar el impacto visual. Sin embargo, su aspecto inicial, plasmado en las fotos, había conseguido que Paula le hubiera permitido entrar en su casa.

—Me enamoré de nuestra hija por teléfono —dijo él, de pie en medio del salón—. Y al verla hace un rato me cautivó por completo. Se parece a mí, pero lo más importante es tuyo. Decir que has hecho un trabajo magnífico criando a nuestra hija sería decir muy poco.

—¡Lo último que desearía es que resultara herida! —exclamó Paula con la respiración entrecortada—. Apareces de repente de entre los muertos con tu discurso y sin la más remota idea del efecto que podría tener sobre ella.

—Sé el efecto que ha tenido en mí —contestó él con calma—, de modo que me hago una idea del impacto que podría sufrir. Pero si lo hacemos bien, tendrá la suerte de ser amada por las dos personas que más la querrán en el mundo. La amaré y la protegeré mientras viva.

—¿Y cómo piensas conseguirlo? —ella temblaba.

—Aún no te has recuperado del accidente de helicóptero y estás muy pálida. Antes de seguir discutiendo, voy a traerte un vaso de agua.

A pesar de sus protestas, se dirigió a la soleada cocina. Tuvo que abrir un par de armarios antes de encontrar un vaso. Mientras abría el grifo del agua fría, ella se le unió.

—Bébetelo, Paula. Pareces a punto de desmayarte. Increíblemente, ella obedeció. —¿Necesitas más analgésicos? —al no recibir respuesta, Pedro se dirigió al dormitorio e, instintivamente, encontró el medicamento sobre una mesilla.

Junto a la lámpara vió una foto enmarcada de ambos, abrazados. Recordaba claramente cuándo y dónde se había tomado esa foto. Sintió una sacudida en el corazón que le devolvió a la realidad de la cocina. Abrió el frasco y sacó dos pastillas que ella se tragó con lo que le quedaba de agua.

—¿Quieres más? Paula sacudió la cabeza. —Deberías estar acostada. Te ayudaré…

—No es necesario. La debilidad se me ha pasado.

Al ver cómo sus mejillas empezaban a colorearse, no insistió en llevarla a la cama.

—Me hago cargo de que la impresión ha sido demasiado para tí—Pedro estaba de pie junto a su silla, pero ella se negaba a mirarlo—, y me vuelvo al motel. Está a menos de dos kilómetros de aquí. Sólo quiero que comprendas que me gustaría mantener el contacto con nuestra hija, pero si decides que no soportará saber lo de mi corazón, respetaré tu postura. Hazme saber tu decisión. Estoy de vacaciones y lo estaré el tiempo que haga falta.

—No puedo darte una fecha.

—Debes tener en cuenta que hay una larga lista de arqueólogos esperando la oportunidad que acabas de recibir para trabajar en el parque. Roberta es demasiado joven para saber que fuiste elegida por tu destacado currículum y experiencia en Afganistán. El superintendente Telford cuenta contigo.

Paula  no contestó. Pedro dudaba siquiera de que lo hubiese escuchado.

—Antes de marcharme, ¿Hay algo más que pueda hacer por tí?

—Nada —estaba claro que ella quería que se fuera.

—Recuerda que estoy a cinco minutos —se despidió y fue hacia la puerta de la calle. Sólo quedaba esperar.


—¿Sofi? —el sábado por la tarde, Paula se asomó al dormitorio de Olivia. Las chicas habían estado jugando con las Polly Pocket—. Tu madre está aquí.

—¿Tiene que irse? —Olivia  levantó la vista.

—Me temo que sí.

—El novio de mamá nos va a invitar a una pizza y al cine —Sofía guardó las muñecas que había llevado y saltó de la cama.

—¿Te gusta? —preguntó Olivia mientras se dirigían a la entrada seguidas por Paula.

—No mucho. Cuando viene a casa siempre me quita la tele para ver su programa deportivo.

—Eso no es justo —tras despedirse de su amiga, se volvió hacia su madre—. ¿Cuándo llegarán los abuelos?

—Traen comida china para cenar y deberían llegar sobre las siete —eran las cuatro y media, lo que le daba dos horas y media para hablar con su hija.

Se dirigió al cuarto de la lavadora para sacar la ropa de la secadora.

—¿Te importaría llevar el cesto a mi dormitorio para que pueda doblar la ropa?

—Me alegra que no tengas ningún malvado novio —la niña obedeció y siguió a Paula hasta el dormitorio dejando la ropa sobre la cama.

Olivia acababa de darle la entrada perfecta que había buscado desde que Fernando le planteara su exigencia el día anterior. Por mucho que se lo hubiera suavizado, había dejado claro que no iba a ceder.

Identidad Secreta: Capítulo 19

—¿El qué?

—Cuando supe que tenías una hija llamada Olivia, me dí cuenta de que también era hija mía, porque sabías que siempre quise que mi primer hija se llame así. Quiero formar parte de su vida y ayudarte a cuidarla. Pero hay algo sobre mi estado que podría influir en tu decisión de hablarle a ella sobre mí. Llegado el caso, te entendería y las dejaría tranquilas.

—Qué noble por tu parte —Paula se sintió conmocionada—. ¿Y cuál es ese estado?

—Tengo un trozo de metralla alojado en el corazón. Es inoperable. Mientras no se mueva, estaré bien. Aún sigo aquí, pero no hay garantías. Olivia tendría que saberlo.

Paula apenas podía tragar saliva ni respirar, y mucho menos responder.

—Cada dos meses me hago una revisión en una clínica privada. Nadie conoce mi estado salvo el agente Manning y el jefe Rossiter. El hecho de que lleve diez años sin problemas me da esperanzas. Pero sólo Dios sabe cuánto tiempo tengo.

—¿Me estás diciendo que temes morir por esa herida y que por eso jamás intentaste ponerte en contacto conmigo?

—No. Ya te he explicado el motivo por el que seguí estando muerto para tí, pero ahora que sé que tengo una hija… todo ha cambiado —dijo él emocionado—. Sé que dirás que no tiene sentido que aparezca ahora y las ponga en peligro, pero he hablado con mis superiores y hemos llegado a la conclusión de que diez años han minimizado el riesgo, siempre que permanezca en el parque. La casualidad de que solicitaras el puesto de arqueóloga me facilitará poder ver a nuestra hija a diario.

—Eso ya no es posible. He renunciado al puesto.

—Si lo aceptas —continuó él—, no habrá lugar más seguro en el mundo para nosotros. La seguridad es especialmente fuerte ahí dentro. Quiero conocer a mi hija, Paula. Siempre y cuando sepa la verdad sobre mí y crea poder soportarlo.

Paula temblaba. ¿Cómo iba a decirle a Olivia que su padre estaba vivo y a la vez que podría morir en cualquier momento? ¡Era una locura!

—Te he dicho que no quiero tener nada que ver contigo.

—Me hago cargo, pero ¿Vas a castigar a Olivia sin un padre dispuesto a amarla? ¿Cómo crees que se sentirá si descubre que decidiste mantenerla alejada de mí después de saber que sigo vivo?

—Sólo lo descubriría si tú se lo dijeras.

—Ya te he dicho que no lo haré, pero ¿Estás segura de que nunca nos encontraríamos de nuevo accidentalmente?

Los pensamientos de Paula retrocedieron a una conversación que había mantenido recientemente con Olivia: «Estudiamos la historia de California. La señora Darger nos puso un video el otro día. A finales de curso vamos a ir de excursión a Yosemite».

—Esto es una pesadilla —sacudió la cabeza.

—¿Por qué? ¿Qué le has contado sobre su padre? ¿Sabe siquiera la verdad?

—Sí —casi gritó a la defensiva—. Sí —repitió en un murmullo en un intento de calmarse.

—¿Y por qué es una pesadilla? A no ser que estuvieras a punto de casarte con otro y que ella ya lo considere su padre…

—No hay nadie más —Paula agarró el teléfono con más fuerza. Había salido con otros hombres, pero no se había sentido capaz de llegar a nada serio con ellos.

De repente se le ocurrió que a lo mejor era Fernando el que estaba con alguien. Las mujeres que había conocido en Kabul habían envidiado su relación con él. Podía tener a cualquier mujer que deseara y se había convertido en un hombre aún más atractivo.

—¿A qué hora volverá Olivia del colegio?

 —¿Por qué? —la inesperada pregunta disparó todas las alarmas.

—Porque mientras estamos hablando voy de camino hacia tu puerta. Si crees que podrá con toda la verdad, tendremos que trazar un plan antes de verla por primera vez. Y si al final no aceptas el puesto en el parque, tendremos que hablar del derecho de visitas.

—No…

—¿No crees que su intervención será crucial cuando averigüe que podrá venir a verme al parque siempre que quiera? De tó depende cómo gestionemos este asunto.

—Fernando, por favor no lo hagas… —suplicó ella desesperada.

—Me llamo Pedro Alfonso. Es una de las muchas cosas que Olivia y sus abuelos deberán saber sobre mis ficticios antecedentes. Por cierto, los ví anoche abandonar el departamento. Hace años te dije que tenía ganas de conocerlos, pero jamás pensé que la oportunidad tardaría diez años en presentarse. Es el mejor momento para discutirlo todo.

—Te-tendrás que darme cinco minutos.

—No hay problema. No pienso moverme de aquí.

Paula era consciente de ello y las implicaciones la aterrorizaban. La puerta se abrió y ella, pálida y con el brazo escayolado en cabestrillo, se hizo a un lado para que Pedro pudiera entrar. Él respiró aliviado. No detectó ningún cambio visible en ella, salvo que se había puesto sandalias y cepillado el sedoso cabello. En el interior del departamento le llamó la atención el colorido del decorado y los tiestos artísticamente colocados por todo el salón. Todo reflejaba la cálida personalidad de la mujer de la que se había enamorado. Había creado un ambiente acogedor y confortable para ella y su hija.

Identidad Secreta: Capítulo 18

Paula  mantuvo la mirada fija en el sobre marrón que seguía en el suelo. El instinto de supervivencia le aconsejó quemarlo sin ver su contenido. Si era cierto lo que le había contado el agente Manning, no quería ver las fotos de un hombre que jamás había intentado ponerse en contacto con ella desde su salida del hospital.

Fernando  había visto una salida a su relación y la había tomado. Si contactaba con ella en esos momentos era porque había descubierto que tenía una hija. Había hablado con ella por teléfono. Había vigilado su casa y la había visto salir. ¿Quién se había creído que era para volver después de diez años y exigir hablar con ella? Jamás permitiría que se acercara a Olivia. Iba a hablar con Carlos Radinger, un buen amigo de su padre. Era el mejor abogado del norte de California. Lo contrataría para conseguir una orden de alejamiento, pero lo mantendría en secreto para su familia. Si Fernando era tan paranoico que había decidido estar muerto para ella, se alejaría de toda publicidad que centrara la atención sobre él u Olivia. Sin querer desperdiciar ni un segundo, tomó el sobre del suelo y se dirigió al teléfono.

—Radinger y Byland —contestó una recepcionista.

—Hola, soy Paula Chaves, la hija de Miguel Chaves—no recordaba cuándo había utilizado por última vez el nombre de su padre para abrirse paso—. ¿Está el señor Radinger?

—Sí, pero está ocupado con un cliente.

—Puedo esperar. Es extremadamente urgente.

 —Podría tardar bastante.

—No me importa esperar.

—Muy bien.

Paula puso el altavoz y se tumbó en la cama. Lo mejor sería mirar el contenido del sobre, por si el abogado le preguntaba al respecto. Con un solo brazo útil, le costó un poco abrirlo, pero al fin salieron de él seis brillantes fotos en blanco y negro. Posó su mirada en una de ellas. Sólo se veía un cuerpo masculino tumbado de espaldas. Tenía un enorme boquete en el pecho. Había tanta sangre cubriéndole el rostro que no habría sabido quién era de no reconocer la forma de la cabeza de Fernando. Sus ojos se posaron en otra foto que lo mostraba boca abajo sobre una camilla. La base de la columna parecía haber sido cortada con una sierra. Antes de correr al cuarto de baño a vomitar el desayuno, soltó un grito que resonó en toda la habitación. Cinco minutos después regresó temblando al dormitorio. Durante unos segundos no reconoció el sonido del teléfono. Había olvidado la llamada al abogado. Con las piernas temblorosas se acercó a la cama y volvió a marcar.

—Radinger y Byland.

—Ho-hola. Soy Paula Chaves otra vez.

—Me alegra que haya vuelto a llamar. Aún está ocupado. ¿De verdad quiere esperar?

—No —ella se tambaleó—. He cambiado de idea. Por favor, no le diga que he llamado. En caso necesario ya lo llamaría para concertar una cita.

—Muy bien. Buenos días.

Paula colgó. Estaba conmocionada por las fotos. Una de ellas mostraba un primer plano del sanguinolento rostro cubierto de cortes. Escondió las fotos bajo la almohada y, presa de la angustia, cayó sobre la cama y lloró.

Cuando el móvil empezó a sonar, no se encontraba en disposición de contestar, pero quienquiera que fuera no se rendía. Se incorporó con dificultad y consultó la pantalla del teléfono. Podrían ser sus padres, o el colegio de su hija, aunque sabía bien quién era. Paula temió que aún estuviera a la puerta de su casa. ¿Y si esperaba el regreso de Olivia del colegio para abordarla, forzando una confrontación entre los tres? La abuela de Olivia tenía previsto recoger a la niña y a su amiga, comprar algo para cenar y llevarlas a casa. Sintió pánico. Si alguna veía a Fernando, lo reconocería enseguida. Había regresado de Afganistán con muchas fotos, la mayoría de las cuales estaban repartidas por la habitación de su hija. Ella misma conservaba algunas junto a la cama. El resto estaba en un álbum que la niña repasaba a todas horas y mostraba a sus amigas. Fernando la había colocado en una situación insostenible. Estaba condenada hiciera lo que hiciera, pero si se negaba a hablar con él, sería capaz de cualquier cosa y eso afectaría a su hija. Tenía que protegerla.

—¿Qué quieres? —respondió al fin.

—Hablar.

—No tenemos nada de qué hablar. Siento enormemente el horror que sufriste, pero no temas: para Olivia y para mí sigues igual de muerto. Así quiero que sigan las cosas.

—Pues tu deseo podría hacerse realidad en cualquier momento.

—¿Quieres decir que vas a desaparecer de nuevo? —ella se paró en seco.

—No voy a ir a ninguna parte, pero hay algo más que deberías saber sobre mí.

Identidad Secreta: Capítulo 17

Pedro contempló ávidamente su delgada figura. Se movía con elegancia, como Annie. Al acercarse pudo ver su rostro. El corazón le dio un vuelco al comprobar que se parecía muchísimo a él. Las lágrimas inundaron sus ojos. Olivia… su niña. Era adorable.

—Voy a abordarla —en cuanto el Toyota hubo desaparecido calle abajo, Pedro avisó a Silvio.

—Me reuniré contigo.

Había decidido aparecer sin previo aviso. A lo mejor Paula seguía en la cama, recuperándose, pero se trataba de una situación de vida o muerte… de su vida. Después de lo que había averiguado, la vida no tendría ningún sentido si no podía cuidar de ellas y amarlas durante el tiempo que le quedara de vida. Respiró hondo, bajó del coche y se dirigió al apartamento. Sid aparcó y se reunió con él en la puerta. Llamó al timbre. Para su sorpresa, ella contestó antes de lo esperado.

—¿Cariño? —llamó Paula—. ¿Has olvidado algo?

Sin embargo, en cuanto vió a Pedro se quedó sin aliento y dió un paso atrás. Bajo su mata de pelo oscuro y brillante su rostro adquirió el gesto de una máscara.

—¿Cómo te atreves a venir aquí?

Llevaba un vestido rosa, iba descalza y estaba preciosa. Más hermosa que diez años atrás.

—¿Señorita Chaves? —intervino Silvio mientras mostraba su identificación—. Soy el agente Manning de la CIA. Necesito hablar con usted. Es por su propia seguridad y la de su hija, y también por la del doctor Myers que trabajó durante un tiempo con nosotros.

—¡Claro! —se burló ella con crueldad.

—¿Podemos entrar, por favor?

—No —contestó ella sin revelar emoción alguna.

A Pedro no le sorprendió. Había distintos grados de traición y la suya había sido del máximo nivel. No se podía caer más bajo.

—Esto nos llevará cierto tiempo —Silvio mantuvo la calma.

—Dijo que tenía algo que contarme —la curva de su sensual boca quedó reducida a un fino trazo—. Dígalo, o de lo contrario cerraré la puerta.

—Sólo pensaba en su comodidad.

—A ustedes les importa un bledo la comodidad de los demás.

Silvio le dedicó una mirada de sorpresa a Pedro.

—El agente Manning es mi contacto en Estados Unidos —explicó Pedro—. Sé que para tí he muerto, pero hay una célula de Al-Qaeda que me sigue buscando. Durante años he temido que Olivia y tú pudieran  ser su objetivo. Ahora que sabesque estoy vivo, es importante que sepas todo lo sucedido. La explosión de la excavación no fue accidental.

Los ojos de Paula se oscurecieron. Al fin se había producido una conexión.

—Tiene razón, señorita Chaves. Tanto él como sus padres eran elementos operativos de la CIA que nos suministraban información de los lugares en los que trabajaban como arqueólogos. Nos sirvieron bien durante años, hasta que fueron descubiertos y eliminados junto con otras doce personas. Sólo se encontraron dos cuerpos con vida entre los escombros. Habían sido dados por muertos, pero un médico resucitó, literalmente, al doctor Gonzalez. Nuestra gente lo sacó del país y lo llevó a un hospital de Suiza donde pasó más de un año sometido a varias operaciones para recuperarse de sus gravísimas heridas.

—No me creo nada —el rostro de Paula palideció y estuvo a punto de perder el equilibrio.

—Estas fotos resultarán muy convincentes —Silvio sacó un sobre de su maletín y se lo ofreció—. Fueron tomadas después de la explosión y en el hospital —al ver que ella no hacía el menor ademán de tocarlas, las arrojó al suelo a sus pies—. Dada su relación con él —continuó—, se la envió de inmediato a casa y fue puesta bajo vigilancia por si los efectivos de Al-Qaeda la encontraban. Su vida estaba en peligro y el doctor Gonzalez no tuvo ninguna elección salvo la de mantenerse alejado de usted.

—Ya te he dado más de lo que mereces —los músculos de la garganta de Paula se estremecieron visiblemente—. Ya me lo has contado. ¡Ahora lárgate de aquí!

—Necesito hablar contigo, Paula —las manos de Pedro se cerraron en dos puños.

—Y yo necesité hablar contigo durante diez años —ella lo miró con gesto sombrío—. Pero ahora es demasiado tarde —tras lo cual cerró la puerta.

—Llevo muchos años en esto —Silvio se volvió hacia Pedro—, pero jamás había conocido a nadie tan obstinado. No estoy seguro de que haya posibilidades.

—No las hay —Pedro suspiró conmocionado.

No había contado con la gravedad del trauma que sufría ella. El dolor lo consumía. Para ella, estaba muerto.

Identidad Secreta: Capítulo 16

—Tengo entendido que me ha dejado recado para que lo llame —Paula se puso rígida.

¿Cómo había podido hacerle eso? A ella y a su hija.

—¿Paula? —parecía angustiado. Sin duda lo estaría. Había costado diez años, pero al fin había caído en su propia trampa—. No cuelgues —suplicó—. Tenemos que hablar.

—Estoy de acuerdo —dijo ella.  A pesar de que Olivia estuviera viendo la televisión, sus afiladas orejas lo registraban todo—. Sería una descortesía por mi parte no expresar a unos hombres tan valientes mi gratitud por rescatarme junto al piloto. Cuando esté algo más recuperada, enviaré una nota oficial a cada uno de ustedes para agradecer su extraordinario valor.

—Paula… —él repitió su nombre, pero en tono más grave y saturado de emoción.

—Si fuera tan amable, le agradecería que comunicara a su jefe que he decidido no aceptar el puesto —Paula se armó de valor para no caer rendida ante su poder—. Me envió unas flores junto con una nota en la que me daba la bienvenida al parque. Ayer hablé con mi jefe del CDF y le hice saber que había cambiado de idea. Estoy segura de que se lo comunicará oficialmente, pero dado que trabaja a las órdenes del jefe Rossiter, lo sabrá antes si se lo dice usted. Adiós, guardabosque  Alfonso, y gracias otra vez por su extraordinario gesto de valor. Ni el piloto ni yo lo olvidaremos jamás —tras lo cual colgó mientras respiraba hondo para intentar recuperar el control.

—Ese guardabosque era muy majo —en cuanto su madre colgó, Olivia apagó el televisor.

—Sí lo era.

—¿Podemos dormir esta noche en casa?, me gustaría que viniera Sofía.

—Seguramente nos quedaremos allí el resto de la semana —lógicamente, las chicas necesitaban hablar—. Nos iremos a San Francisco el domingo.

—¿Los abuelos se quedarán con nosotras hasta entonces?

—Al menos, esta noche. Después, seguramente se adelantarán. Ya conoces al abuelo. Le cuesta quedarse en un sitio mucho tiempo.

—Sí, siempre anda dando vueltas por ahí. A la abuela la vuelve loca.

—Ahora podrá llevarte a tí con él —Paula sonrió a su observadora hija—. Tendremos que organizarnos y asegurarnos de llevar todo lo necesario para vivir en casa de la abuela hasta la gran mudanza.

—¿Y cuándo será eso?

—No antes de que me quiten la escayola, dentro de seis semanas. En cuanto lleguemos a casa de la abuela te matricularemos en un colegio cerca y buscaremos un sitio para vivir que no esté lejos de ellos. No creo que abandonemos definitivamente Santa Rosa hasta al menos dentro de dos meses.

El contrato de alquiler de su departamento finalizaba en diciembre. Tenía tiempo suficiente para instalarse en San Francisco sin prisas. No tenía trabajo, pero ya se ocuparía de eso más adelante. Tenía suficientes ahorros para vivir durante varios meses.

—¿Puedo invitar a Sofi a casa de la abuela este fin de semana?

—Sí, y puede que a Valentina. También invitaremos a Juliana y alguna vez podrás ir tú a su casa —con el tiempo, Olivia haría nuevos amigos, pero de momento bastaría así.

Oyó pasos y vio entrar a sus padres en la habitación. Olivia corrió a abrazar a su abuela.

—Viendo tu aspecto nadie diría que has sufrido un tremendo accidente —el rostro de su padre se iluminó al verla—. ¿Te sientes tan bien como aparentas?

—Mejor —mintió Paula mientras le daba un beso en la mejilla. Le dolían todos los huesos del cuerpo y la conversación con Fernando la había alterado mucho—. El médico me ha dado el alta. Estoy lista para salir de aquí.

—Ya tengo las maletas preparadas —Olivia abrazó a su abuelo.

—Entonces, vámonos.

—¿Qué vas a hacer con las flores?

—No podemos llevárnoslas —Paula miró a su hija—. Podríamos pedir que se las entreguen a algún paciente que necesite que lo animen.

—Toma tu bolso —la niña asintió.

—Gracias.

—La enfermera viene con la silla de ruedas —su madre miró por la puerta.

—¿Puedo empujarte yo, mami?

—Se lo preguntaremos a la enfermera, pero no veo por qué no.

El viernes por la mañana, Pedro estaba sentado en el coche en el aparcamiento para invitados de la urbanización de Paula. El agente Silvio Manning, su contacto en la CIA, esperaba a la vuelta de la esquina una señal para unirse a él. La conversación telefónica mantenida con Paula el miércoles, tal y como se había temido, había sido inútil. Tampoco tenía demasiada fe en lo que estaba a punto de hacer, pero era imprescindible si quería conseguir que lo escuchara. Desde el día anterior había vigilado la actividad en el departamento. Por la noche una pareja mayor había salido de la casa en un coche de lujo. Debían de ser los padres de Paula. Ambos tenían los atractivos rasgos físicos que su hija había heredado. Hacía escasos minutos había visto a su hija por primera vez. A las ocho y media una mujer al volante de un Toyota y acompañada de una niña rubia había aparcado frente a la casa. Instantes después, una chica morena de mediana estatura había salido por la puerta vestida con una blusa verde y azul y unos vaqueros. Su cola de caballo se balanceaba al andar mientras saludaba con la mano a su amiga del coche.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 15

—Qué nombre tan bonito —«Olivia…», repitió él con los ojos cerrados.

—Gracias. Me lo pusieron por mi padre, Fernando, a él siempre le gustó ese nombre. Murió antes de que yo naciera.

—Me alegro de que tu madre esté bien —consiguió decir mientras se cubría el rostro con las manos—. ¿Te has quedado todo el tiempo con ella?

—Sí. Mis abuelos querían que fuera al hotel con ellos, pero mami necesita mi ayuda.

—Tiene mucha suerte de tener una hija que la quiere tanto. ¿Crees que podrá hablar conmigo más tarde?

—Si espera, lo preguntaré.

—De acuerdo. Muchas gracias.

—De nada. ¡Qué niña tan increíblemente educada y encantadora! Se notaba que había recibido la educación de su madre. Y pensar que era sangre de su sangre… Se sentía estallar de orgullo.

—¿Guardabosque Alfonso? —la niña había vuelto a ponerse al teléfono.

—Sigo aquí.

—Mami está con la enfermera. Dice que si deja su número, ella lo llamará en diez minutos.

Al parecer, Paula había decidido enfrentarse a él. Eso le hizo sentir miedo. Ya no tenía veinte años. Era una mujer de treinta y un años que había ejercido de cabeza de familia durante diez y que había creado una vida maravillosa para ella y su hija, Olivia.

—¿Tienes algo con que escribir?

 —Sí. Adelante, por favor.

Él consiguió sonreír a pesar de las lágrimas y le dio el número a su hija. Era la secretaria perfecta, muy madura a pesar de su edad. ¿Quién podría culparla después de casi haber perdido a su madre? Chase se estremeció al pensar en Paula tan cerca de la muerte.

—Se lo repetiré —Olivia lo había apuntado bien—. No se preocupe. No se olvidará de llamarlo. Dice que fue rescatada por unos ángeles.

—Gracias, Olivia. Esperaré su llamada.

—Muy bien. Adiós. Gracias por ayudar a mi mamá.

Colgó antes de que él pudiera añadir nada más. Pedro se dejó caer en la silla más cercana, agitado y conmovido por la primera conversación mantenida con su único retoño.


¿El guardabosque Alfonso quería que ella lo llamara?

Además de las flores enviadas por sus amigos y compañeros de trabajo, había recibido dos maravillosos centros de flores del superintendente del parque y del jefe de los guardabosques, deseándole una plena y pronta recuperación. ¿A que venía la llamada de ese guardabosque? A no ser que se tratara de una llamada oficial de seguimiento, cortesía del parque hacia cualquiera que sufriera un accidente en el recinto… No conocía el protocolo del parque y no lo sabía con certeza. Al final llegó a la conclusión de que, si no era política del parque, tenía que haber sido cosa de Fernando. Habría telefoneado para intentar averiguar qué iba a hacer. ¡Cómo le habría gustado verle la cara al descubrir que hablaba con su propia hija! Cualquier otra persona habría estado a punto de sufrir un infarto, pero dado que Fernando era capaz de mostrar la peor crueldad, por sus venas sólo podía correr el nitrógeno líquido. El efecto de la anestesia había desaparecido, sustituido por una enorme ira junto con los dolores que empezaba a sentir por todo el cuerpo. La ponía furiosa pensar en la posibilidad de que Fernando hubiera hablado con su dulce e inocente niña. No tenía derecho a hablar con ella, no se lo merecía, ¡Y mucho menos acercarse a ella! Tras la ducha, la enfermera la había ayudado a vestirse antes de que Olivia tomara el mando. Puso pasta de dientes en el cepillo de su madre y luego le secó los cabellos.

—Gracias, cariño. No sé qué haría sin tí—Paula la abrazó. Luego se sentó en una silla para que su hija pudiera peinarla y hacerle una coleta—. Esto es un lujo.

Olivia rió mientras arreglaba a su madre, con cuidado de no tocar la zona de los puntos. Siempre habían estado muy unidas, pero el accidente había fortalecido aún más los lazos.

—Ya está —la niña sujetó la coleta con una goma.

—Has hecho un trabajo perfecto. Te quiero.

—Yo también te quiero —se acercó hasta la mesilla junto a la cama y regresó con el móvil y un cuaderno—. Ya puedes llamar al guardabosque.

Lo haría delante de su hija. Independientemente de quién contestara, su hija jamás notaría algo fuera de lo normal. Sus padres estaban a punto de recogerlas para llevarlas a su casa y esperaba que se tratara de Fernando para poder acabar con aquello de una vez. Marcó los números y esperó a que descolgara.

—Guardabosque Alfonso.

No había contado con el efecto que producía en ella la voz de Fernando. Los recuerdos que tanto intentaba suprimir regresaron de golpe.


Identidad Secreta: Capítulo 14

—Pepe…

—Es una de esas coincidencias que desafía toda lógica. Mientras la subíamos en la cesta, ella me miró y gritó mi nombre. Los chicos se imaginaron que Fernando debía de ser su marido, y no les resultó extraño que lo llamara a gritos.

—Y el guardabosque Thompson te dió sin querer la noticia de tu paternidad esta noche —Matías juntó las piezas—. Te juro que te cambió la cara en un instante.

—Hace un rato llamé a Leo —Pedro asintió—. Mi niña tiene diez años.

—¿Te dijo su nombre?

—Olivia.

—Eso es más concluyente que una prueba de paternidad, siempre te gustó ese nombre —Matías dejó escapar un silbido.

—¿Qué voy a hacer?

—¿Qué quieres hacer?

—Menuda preguntita…

—Lo mismo iba a contestarte yo —espetó su jefe.

—No lo entiendes. Mi corazón aún late, pero ese trozo de metralla podría moverse de repente, y sería el final.

—Cierto, pero no ha sucedido en diez años. Yo diría que has superado las expectativas.

—Quizás, pero según mi contacto de la CIA, los operativos de Al-Qaeda aún me buscan. Sabemos que su paciencia es legendaria. A pesar de que el programa de protección de testigos nos haya mantenido a salvo hasta ahora, siempre seré un fugitivo. Lo mejor para Annie y para Roberta sería que desapareciera otra vez antes de que ella salga del hospital.

—Tu guerra particular terminó hace mucho —Matías sacudió la cabeza—. Las probabilidades de que os encuentren son un millón de veces inferiores a las de que ella se viera involucrada en un accidente de helicóptero en el parque. ¿Qué mejor lugar que éste, relativamente asilado, para protegerla? ¡Tú no te vas de aquí!

—Tienes todo el derecho del mundo a despreciarme por haberme hecho pasar por otra persona durante años —a Pedro le escocían los ojos.

—No seas idiota, ¿Me odiarías si fuera yo quien estuviera en tu situación?

—Ya conoces mi respuesta.

—Veo que nos entendemos. Ahora que vuelvo a ser jefe, te doy todo el tiempo que necesites para ocuparte de los asuntos pendientes de estos últimos diez años — Matías se encaminó hacia la puerta—. Y pensar que Romina y yo hemos estado hablando durante toda la luna de miel de buscarte a la chica adecuada…

—¿Durante toda la luna de miel? Espero que no.

—No —su jefe rió—. Buenas noches, Fernando, ¿o debería decir doctor Gonzalez?

—¿Sabes lo raro que me suena eso?

—No tanto como le sonará a Paula el nombre de «Pedro». Va a tener que aprender a llamarte así. Olivia no tendrá problemas. Te llamará simplemente «papá».

—No nos adelantemos a los acontecimientos. Paula sabe que estoy vivo — Pedro respiró hondo—. Tengo la sensación de que jamás me perdonará por el largo silencio.

—Entonces tendrás que lograr que vuelva a enamorarse de tí. Romi dice que eres todo un rompecorazones. Por cierto, no te hablé de mi conversación con el jefe Samuel antes de partir de luna de miel.

El viejo jefe Paiute era un vidente. Cada vez que hablaba, a Pedro se le ponía la carne de gallina.

—Se vió a sí mismo como un halcón peregrino volando más rápido que una flecha hasta el nido de su compañera en los riscos que dominan el valle. ¿Te das cuenta de que hace al menos una década que no vemos anidar a ningún halcón peregrino? Da escalofríos de pensarlo —antes de cerrar la puerta a sus espaldas, añadió—: Recuérdame que le dé un abrazo de oso al superintendente por conseguir una nueva arqueóloga para el parque.

Pedro  no podía permitirse el lujo de dormir. Durante toda la noche se dedicó a beber café y a idear distintas maneras de abordar a Paula. A la mañana siguiente había llegado a la conclusión de que lo único que podía hacer era llamarla al hospital antes de que fuera dada de alta. Era un comienzo. Si rechazaba la llamada, o le colgaba, tendría que pensar en otra manera de llegar a ella. A las ocho de la mañana la impaciencia le pudo y telefoneó al hospital San Gabriel de Stockton. Al fin logró averiguar en qué habitación estaba y llamó. Entre la cafeína y la adrenalina, estaba tan nervioso que no dejó de pasearse por el salón mientras esperaba a que alguien contestara al teléfono.

—¿Sí? —dijo una joven voz femenina.

—Hola —si estaba en lo cierto, era su hija la que había contestado. Increíble—. ¿Es la habitación de la señorita Chaves?

—Sí.

—¿Podría hablar con ella, por favor?

—Ahora mismo no puede ponerse. ¿Quién la llama?

—El guardabosque Alfonso.

—¿Es uno de los hombres que rescató a mi madre?

—Sí —la dulzura de aquella niña le derretía el corazón—. ¿Qué tal está?

—El médico dice que podrá irse a casa esta tarde.

—Eso es estupendo —Pedro tragó con dificultad—. ¿Y tú quién eres?

—Su hija, Olivia.

Identidad Secreta: Capítulo 13

—No te va a gustar —tras un largo minuto de silencio, había llegado la hora de la verdad—. Cuando haya terminado de contártelo, no sólo vas a odiarme por mentirte, estarás furioso porque mi presencia aquí ha puesto el parque en peligro.

—¿Por qué no dejas que sea yo quien lo decida? —Matías lo miró preocupado—. Adelante.

—Para empezar —Pedro respiró hondo—, me llamo Fernando Gonzalez. Nací en Nueva York. Jamás estuve casado ni divorciado. Ni estuve en la marina. Como mis padres, yo también me licencié en la Universidad de Duke, en Arqueología, pero voy demasiado deprisa.

Pedro hizo una pausa y prosiguió.

—Antes de cumplir el año, mis padres se mudaron a China. Vivimos a lo largo de la Ruta de la Seda desde Oriente hasta Afganistán, y acabamos en una excavación en Kabul. Los arqueólogos a menudo consiguen entrar en países vedados para otros. Yo era muy joven cuando la CIA recurrió a mis padres en busca de informadores. Yo no comprendía las implicaciones. Lo único que sabía era que no debía contárselo a nadie.

Matías  sacudió la cabeza, impresionado.

—Durante la ocupación rusa de Afganistán, y el posterior gobierno talibán, el museo nacional de Kabul fue saqueado, pero los tesoros jamás aparecieron. El mundo estaba perplejo. Para abreviar: el gobierno afgano lo había escondido en una caja fuerte bajo el palacio presidencial de Kabul. Tras la expulsión de los talibanes, un equipo de cerrajeros fue contratado para abrir los siete cerrojos. Salvo por unas pocas piezas, el fabuloso tesoro de oro bactriano estaba intacto junto con las valiosísimas monedas del siglo V a.C. en adelante, con los perfiles de los sucesivos reyes. Equipos de arqueólogos, incluyendo el nuestro, fueron llamados para verificar la autenticidad del tesoro.

—¿Llegaste a verlo?

—En parte —Pedro asintió—, pero la victoria tuvo su precio. Una célula de Al-Qaeda que seguía con los talibanes decidió vengarse contra todo el que estuviera relacionado con el hallazgo. Hicieron estallar nuestra excavación, mataron a mis padres y a otras trece personas. A mí también me dieron por muerto, pero sobreviví y fui trasladado a Suiza por la CIA. Estuve casi un año en el hospital. Aparte de las enormes heridas y cicatrices de las sucesivas operaciones, me dijeron que jamás podría tener hijos. Y algo más…

Matías, visiblemente, contuvo el aliento.

—Tengo un trozo de metralla alojado en el corazón. Es inoperable. Si se mueve, soy hombre muerto. Mi vida no valía nada, de modo que accedí a volver a trabajar para la CIA. Era mejor que sentarme a esperar el final. Gracias a mis conocimientos de lengua árabe, panyabi y dari persa, me infiltraba para suministrarles información. Mi sed de venganza demostró ser fuerte. Para mi sorpresa, mi corazón sobrevivió al entrenamiento. El médico no salía de su asombro. Al final les di seis años de mi vida. En mi última misión fui delatado por un doble agente que me reconoció del desastre de Kabul. Y me incluyeron en el programa de protección de testigos, aquí en Yosemite.

Respiró hondo, la narración llegaba a su fin.

—Durante tres años nada ha alterado mi existencia aquí… hasta ayer. —Sabía que había pasado algo —Matías se cruzó de brazos y miró a Pedro con una mezcla de fascinación y admiración—. Continúa.

—Estoy metido en un lío, Mati —Pedro tragó saliva con dificultad.

—¿Quieres decir que tu identidad ha sido comprometida?

—Aún no —se frotó la mandíbula—. Pero está relacionado. Acabo de saber que soy padre.

—¿Te importaría repetirlo? —Matías entornó los ojos.

—Al parecer, tengo una hija. Su madre es la mujer que iba en el helicóptero ayer, Paula Chaves. Me enamoré de ella en Afganistán. Era una estudiante de Arqueología de UCLA.

Matías dió un respingo.

—Cuando Paula apareció en la excavación hace diez años, ningún hombre podía apartar los ojos de ella. Me bastó un vistazo para sentir una atracción que no hizo más que aumentar cuando sonrió.

Su inteligencia lo había fascinado. La calidez de su personalidad lo había cautivado.

—Nos volvimos inseparables… hasta el día de la explosión, que nos separó para siempre. Gracias a Dios ella se había quedado en el hotel aquella mañana —su voz se quebró.

—Gracias a Dios —repitió Matías.

—Habíamos planeado casarnos a finales del verano, pero… Ella volvió a California convencida de que yo había muerto. Habíamos tomado precauciones y no podía imaginarme que estuviera embarazada cuando se marchó. Tuve miedo de que las células de Al-Qaeda en Estados Unidos la persiguieran por ser un miembro del equipo de la excavación. No tuve otra opción que seguir muerto para ella. Además, afrontémoslo, ¿Quién querría a un despojo humano que podría caer muerto en cualquier instante?

—Te sigo —susurró Matías.

—La CIA la ha mantenido bajo vigilancia todos estos años, pero jamás me han dado noticias suyas. Supongo que sabían que si descubría que tenía una hija, no podría mantenerme alejado de ella —respiró hondo—. ¿Te imaginas cómo me sentí ayer cuando aparecí en el lugar del accidente y encontré a Paula destrozada en el bosque?

Identidad Secreta: Capítulo 12

—La buena noticia es que se ha descartado el fallo humano —Pedro amplió la información—. Sucedió hacia el mediodía con un tiempo estupendo y unas condiciones óptimas.

—¿Quién era el pasajero?

—La nueva arqueóloga del CDF en vuelo de reconocimiento. El superintendente Telford consiguió financiación para contratar a otro arqueólogo.

—Los del rescate dijeron que es muy guapa —señaló Juan.

—¿Cómo se llama?

—Paula Chaves. Los chicos hacen cola para verla, pero yo seré el primero en salir con ella.

—¿Entonces es soltera? —murmuró Matías.

—Sí, y tiene una hija que vivirá con ella en el parque —Juan asintió.

¿Una hija? Por primera vez en su vida, Pedro estuvo a punto de desmayarse.

—¿Qué edad tiene?

—No lo sé —Juan se encogió de hombros—. Tendrás que preguntárselo a Leo.

—Esperaba ahorrarte esta información hasta mañana —Pedro miró a su amigo—. Bienvenido a casa, Mati.

—Me alegra haberme enterado. Mejor estar prevenido. Supongo que habrá sido un notición.

—Por supuesto, pero el final feliz ha hecho que se pierda interés.

—El nuevo superintendente ha debido de estar a punto de sufrir un infarto.

—En realidad lo estuvimos todos hasta que abandonaron el estado crítico —Juan asintió—. Telford se sentía tan responsable que redactó un comunicado para la prensa.

—Menos mal.

—Es estupendo charlar contigo, Juan —Pedro no aguantaba más—, pero están cansados y necesitan ir a su casa —«y yo tengo que hablar con Leo».

—Ya nos veremos, Nico —Juan saludó al niño mientras los dos hombres volvían al coche.

—¡Hasta luego!

Durante el resto del trayecto por el valle de Yosemite hablaron de cosas intrascendentes. Al poco tiempo llegaron a casa de Matías.

-Los ayudaré con el equipaje —Pedro se moría por hablar con Leo, pero a solas.

Matías hizo entrar a su familia en la casa antes de volver al coche. Juntos llevaron el equipaje, pero, cuando Pedro hizo amago de marcharse, su jefe lo agarró del brazo.

—Oye, ¿Dónde está el fuego? Nos gustaría que te quedaras. Romi preparará algo. Pasa.

—Es tu primera noche en casa con tu mujer —Pedro sonrió con amargura—. Cuatro es una multitud. Y no olvides que sigo al mando hasta mañana.

Tras darle a Matías una palmada en el hombro se volvió al coche. Al mirar por el espejo retrovisor, vió a su amigo  aún parado en la entrada y con el ceño fruncido.

Llegó a su casa, corrió al interior y llamó a Leonardo desde la cocina.

—Misión cumplida. Mati y su familia están de vuelta sanos y salvos.

—Genial. ¿Qué tal está el jefe?

—Mejor que si acabaran de tocarle diez mil millones de dólares en la lotería.

 —Eso es estupendo —Leonardo se alegró sinceramente. Como todos los guardabosques, el jefe de seguridad del parque adoraba a Matías—. ¿Se lo ha pasado bien Nico?

—No ha dejado de hablar durante todo el camino. Ya te contará todo sobre el viaje.

—Me encanta ese chico —Leonardo rió.

—Como a todo el mundo —la ansiedad de Pedro iba en aumento. Necesitaba una respuesta—. Y hablando de niños, Juan le dijo a Mati que la señorita Chaves  tiene una hija.

—En efecto.

—No lo sabía. ¿Por casualidad no tendrá la edad de Nico? Sería estupendo que tuviera una amiga. No hay muchos niños por aquí en invierno.

—Según el CDF, tiene diez años, como mi Mica. Está en cuarto curso y se llama Olivia.

A Pedro se le cayó el móvil al suelo. La había dejado embarazada. Habían tenido un bebé…

—¿Pepe? ¿Sigues ahí?

Una hija, ¡tenía una hija!

—¿Hola? ¿Pepe?

—Sí —balbuceó—. Lo siento. Se me cayó el teléfono. Gracias, Leo. Infórmame de cualquier emergencia. Mati no volverá al trabajo hasta mañana.

—De acuerdo.

 Nada más colgar,  se apoyó en el fregadero. Mientras intentaba asimilar el hecho de que era padre, alguien llamó a la puerta. Sin duda sería uno de los guardabosques. A regañadientes, abrió. Matías pasó por su lado y entró en la casa. Pedro cerró la puerta. Ambos se miraron como dos adversarios.

—No pienso irme hasta que me cuentes qué está pasando.

Identidad Secreta: Capítulo 11

—Entren en el coche, yo me encargo del equipaje —se dirigió al maletero y Matías lo siguió.

—Discúlpame, pero tienes un aspecto infernal.

Pues sí. Pedro llevaba en el infierno desde el día anterior. Su única conexión con el mundo de los vivos había sido Leonardo Sims. Gracias a él había sabido que Paula no tenía más que un brazo roto y unos cuantos puntos en la cabeza.

—Ser el guardabosque jefe de Yosemite ha sido mucho más duro de lo que pensaba.

Evitando todo contacto visual, cerró el maletero y se sentó al volante. Nico y Romina se habían instalado en el asiento trasero y Matías se sentó delante. De nuevo, Pedro sintió la penetrante mirada azul de su amigo, que lo escrutaba.

—¿Viste algún búho blanco? —Pedro arrancó e inició una conversación con Nico.

—¡Ví a Hedwig!

—¿El verdadero Hedwig?

—Sí.

—¿El de la peli?

—Sí. Salvo que utilizaron siete búhos diferentes. Yo ví a uno llamado Oak.

—¿Cómo lo conseguiste? —Papá y mamá me llevaron a ese pueblo que no me acuerdo cómo se llama.

—Walsall —intervino Romina.

—Sí, y una señora vino a la biblioteca con algunos animales. Trajo a Oak, es muy blanco. —Qué suerte.

—Sí. Me hice fotos a su lado y también me dejaron tocar a un erizo enano.

 —Me muero de ganas de ver tus fotos —a pesar del dolor, Pedro rió.

—¿Alguna vez has visto a un erizo enano?

—Creo que no.

—Son realmente pequeños.

—Apuesto a que sí. ¿No verías a la reina, también?

—No, pero vimos a los guardias con esos enormes sombreros. ¿Cómo se llamaban, mami?

—Beefeater.

—Eso, y fuimos por todo Londres en esos autobuses rojos de dos pisos. ¿Y sabes qué?

—¿Qué? Sigue, Nico.

—Montamos en tren.

 —¿Fuiste a Hogwarts?

—Hogwarts no existe —el niño rió—. Qué gracioso eres, tío Pepe.

El rubio parlanchín los distrajo hasta la entrada del parque. Pedro habría preferido no parar, pero el guardabosque de la garita, Juan Thompson, se acercó para saludar a Matías.

—Me alegra verte de vuelta, jefe.

—Me alegra haber vuelto a casa.

—Para su información —Juan saludó a Nico y a Romina—, el guardabosque Alfonso ha hecho un trabajo tan magnífico que nadie se dio cuenta de que no estabas.

—Te has pasado un poco, ¿No crees? —Pedro protestó.

—Por eso lo dejé al mando —Matías siguió la broma—. ¿Alguna novedad?

—Ninguna, aunque supongo que ya estarás al corriente del accidente de helicóptero en el monte Paiute —dijo en tono confidencial.

Matías miró a Pedro con consternación.

—Hablemos ahí fuera —Pedro casi se arrancó la lengua de un mordisco.

«Gracias, Juan». Los dos hombres se bajaron del coche para que Nico no oyera nada.

—¿Cuándo sucedió? —preguntó Matías con gesto sombrío.

—Ayer.

—¿Por qué no me habías contado nada?

 —Si hubiera habido víctimas, lo habría hecho. Afortunadamente, el piloto y el pasajero escaparon, respectivamente, con una pierna y un brazo roto.

—Fue un milagro que sobrevivieran —añadió Juan.

—De momento los investigadores apuestan por un fallo en el rotor de cola — era evidente que Matías esperaba una explicación más detallada— o un fallo mecánico. No hay ninguna otra explicación lógica a lo sucedido.

—¿Quién manejaba los mandos?

—Tomás Fuller —contestó Juan.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 10

—Ojalá no hubieras venido a Yosemite. Por favor, no vuelvas —otro llanto resonó en la habitación y el delgado cuerpo de Olivia se estremeció.

—¿Sabes una cosa? —la sincera súplica de su hija y el dolor reflejado en la mirada de sus padres terminaron por convencerla.

—¿Qué? —Olivia levantó la vista.

—He decidido no aceptar el puesto. Nos mudamos a San Francisco.

—Pau… —su madre lloró de alegría.

—¿Quieres decir para vivir? —Olivia estudió a su madre con solemnidad.

—Sí.

Su padre la miró como si la viera por primera vez. Algo espantoso debía de haber sucedido para que tomara tal decisión. Por supuesto el accidente, casi mortal, podría ser el motivo.

—Ninguna otra cosa que pudieras decir… —el anciano lloró.

Era una decisión tomada por la felicidad de su familia. No volvería a mirar atrás. ¡Durante diez años Fernando no había intentado contactar con ella ni una sola vez! Recordó una noticia que había leído sobre un hombre que había fingido su propia muerte para escapar de su esposa. Veinte años después su mujer lo había visto. Estaba casado con otra persona y tenía otra familia. No concebía que alguien fuera capaz de algo así, pero Fernando lo había hecho. El verano en Afganistán diez años atrás no había sido más que un intermedio en su vida. Se había declarado y ella había aceptado. Aun así, jamás llegaron al altar. No obstante, había conseguido un hermoso bebé. Desde ese instante dedicaría su vida a la felicidad de Olivia  y conseguiría que sus padres se sintieran orgullosos de ella.

—¿En qué vas a trabajar?

—Aún no lo sé. A lo mejor vuelvo a la universidad y me hago maestra —algo que no tuviera que ver con la Arqueología ni con los recuerdos. Había dedicado demasiado tiempo a honrar a un hombre que había resultado no ser tan excepcional.

—Lo importante es que vamos a estar todos juntos, cariño —su padre abrazó a la niña.

—¿Puedo dormir con mamá esta noche? —Olivia miró a su abuelo.

—Se lo preguntaremos a la enfermera.

—Seguro que no habrá problema —Paula miró a su madre—. ¿Dónde se van  a alojar?

—Hay un hotel a la vuelta de la esquina.

—Parece que al fin han llegado todos —la sonriente enfermera entró con la bebida de Paula.

—¿Podrías disponer una cama para que mi hija se quede conmigo esta noche?

—Por supuesto. Me encargaré de ello.

—Gracias. Has sido maravillosa conmigo.

—Intentamos agradar. Apuesto a que a los demás les vendría bien algo de beber. ¿Qué dices? —Verónica se dirigió a Olivia que asintió—. ¿Qué te gusta más? ¿Sprite? ¿Cola? ¿Naranjada? ¿Zarzaparrilla?

—Zarzaparrilla.

—Para nosotros, cola —dijo la madre de Paula.

—Hecho —concluyó la enfermera antes de marcharse de nuevo.

 A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas. Alrededor de su cama se agrupaban todos sus seres queridos. Aquella mañana había iniciado una nueva aventura, sin saber que antes de que finalizara el día su vida sufriría un espectacular vuelco. El accidente le había hecho ver con claridad sus prioridades. La reaparición de Fernando había reescrito la historia, cerrando la puerta al pasado. A partir de ese momento viviría para esas tres maravillosas personas y no pediría nada más.


—¡Ahí está el tío Pepe! Nico se separó de sus padres y corrió hacia el coche con su gracioso rostro resplandeciente de emoción.

Pedro tomó al pequeño en brazos y lo abrazó con fuerza y emoción contenida.

—¿Recibiste mi postal? Era de la torre de Londres.

—La recibí, y me encantó.

—Solían torturar a la gente ahí dentro.

—Eso me contaste.

—Te he traído un regalo, pero está en la maleta —el niño le dió un beso en la mejilla. —Me muero de ganas de verlo.

—Te va a encantar —los ojos del niño se iluminaron.

—Es verdad —le aseguró Matías.

Pedro saludó a su amigo, que tenía un aspecto estupendo. En cuanto a Romina, resplandecía como quien se sabe amado. Cuando abandonara el parque al día siguiente se llevaría esa imagen grabada en su mente y en el corazón. Abrazó a Romina con fuerza. Los iba a echar de menos.

—¿Qué tal tu padre?

—¡Estupendamente! —exclamó ella—. La operación fue un éxito. No tardarán en venir aquí.

—Eso es maravilloso —susurró él de forma automática.

 Desde el día anterior, cuando Leonardo le había dado el nombre del pasajero del helicóptero, su vida se había vuelto del revés. Sintió la aguda mirada de Matías. El jefe se había dado cuenta de que su segundo no estaba bien. Aunque jamás habían podido ocultarse nada, tenía que intentarlo.

Identidad Secreta: Capítulo 9

—Diez.

—Ya, ahora entiendo tu nerviosismo.

—Mis padres la traen. Pensé que ya habrían llegado.

—Intentaré averiguar algo —Verónica le levantó un poco el cabecero de la cama—. ¿Te sientes bien como para hablar con un oficial del CDF? Está ahí fuera y sólo necesitará un minuto.

—Que pase —Paula tenía también algunas preguntas.

—¿Quieres que te traiga más zumo de manzana?

—¿Podría tomar una bebida de cola?

—Por supuesto. Enseguida te la traigo.

Se oyeron voces en el pasillo y un hombre se acercó a la cama.

—Disculpe las molestias. No tardaré mucho.

—No pasa nada.

—¿Puede contarme qué sucedió?

—Sí. Tomás volaba lo más bajo posible para que yo pudiera ver uno de los asentamientos indios. De repente, el helicóptero empezó a dar vueltas, pero no porque chocáramos contra algo. Fue como cuando vuelas una cometa y todo va perfecto y, de repente, empieza a hacer movimientos en espiral sin motivo alguno. Tomás estuvo increíble y mantuvo la calma. Me dijo que íbamos a estrellarnos y que me colocara en posición fetal. Lo siguiente que recuerdo es que estaba tirada en el suelo y que olía a humo.

—Tomás y usted escaparon de milagro.

—¿Qué tal está?

—Aparte de una pierna rota, bien.

—¡Gracias a Dios!

—Él dijo lo mismo cuando supo que usted estaba bien.

—¿Qué cree que le sucedió al helicóptero?

—Sin una minuciosa inspección no hay nada oficial aún. Pero él ya ha vivido otros accidentes similares en la marina y tiene el pálpito de que se trata de un fallo mecánico.

—Seguro que tiene razón. Desde luego, no tuvo nada que ver con su pericia como piloto. Evitó que me entrara el pánico y demostró un increíble valor.

—Gracias por su cooperación. Sólo me queda informarle de que el CDF se hará cargo de todos los gastos médicos.

—Gracias por venir —se despidió ella aliviada.

De nuevo sola,  quedó en un estado congelado más allá de la angustia. Si Fernando hubiera deseado terminar con su relación, podría haberlo hecho como todo el mundo y simplemente decírselo. No lo entendía. Había aprovechado el trágico suceso de la muerte de sus padres para hacer la gran escapada de su vida diez años atrás.

Era un plan perfecto. Sin explicaciones. Siempre y cuando ella pensara que estaba muerto. Si pudiera volver a verlo, ¿tendría ante sí a un amnésico? Durante el rescate se había comportado como tal, pero no la había convencido. Durante un instante sus miradas se habían cruzado y la suya había sido feroz, no vacía. Tras descartar ese desorden mental, no le quedaba ninguna explicación para su desaparición. Lo que estaba claro era que no quería nada de ella. ¡Menuda impresión debía de haberse llevado al encontrarla en el lugar del accidente! No le cabía ninguna duda de que ya habría desaparecido del parque, aunque no tendría que haberse molestado. Si pensaba que iba a ponerse a hacer preguntas y a intentar localizarlo tras la mentira que había urdido, no la conocía. El accidente le había recordado que la vida podía acabarse en un segundo. Habían sobrevivido de milagro. Había aprendido que nada había más importante que estar viva para criar a su hija. Fernando había elegido aparentar estar muerto durante diez años, y por ella podía seguir muerto el resto de su vida. Si Olivia descubriera la verdad, se apagaría en su corazón la llama de amor que sentía por el padre que no había conocido. Por tanto, nadie debería saberlo jamás. Se llevaría el secreto a la tumba.

—¿Mamá?

El rostro inundado en lágrimas de su hija apareció en la habitación del hospital, seguido de los padres de Paula. Entre la escayola del brazo izquierdo y el gotero de la mano derecha no había mucho espacio, pero Olivia encontró un hueco. Enterró el rostro en el pecho de su madre y lloró mientras los abuelos las miraban a través de sus propias lágrimas.

—Estoy bien —les aseguró a todos—. Gracias al piloto que tuvo la sangre fría para explicarme cómo debía protegerme, sólo tengo un brazo roto.

—¿Ha muerto? —preguntó su padre con solemnidad.

—No. Sólo tiene una pierna rota. Hemos tenido mucha suerte. Estábamos muy cerca del suelo cuando se produjo la avería, y creo que salimos disparados antes de que el helicóptero se estrellara. El médico dice que podré volver a casa pasado mañana.

—Te vienes a casa con nosotros para recuperarte —sus padres le besaron las mejillas—. ¡Gracias a Dios que estás viva! —exclamó su madre.

—Jamás había sentido tanto miedo en mi vida —confesó su padre en voz baja.

—Yo tampoco —las mejillas de Paula estaban bañadas en lágrimas mientras acariciaba la cabeza de Olivia—. Sé que has pasado mucho miedo.

Identidad Secreta: Capítulo 8

Paula estaba viva. Enterró el rostro entre las manos. En breve aparecería un tercer helicóptero con el equipo de inspección que investigaría el escenario. Pedro se quedó para ayudarlos y hacer el informe preliminar. Le había impresionado verla tirada como una hermosa muñeca rota en medio de la naturaleza salvaje. Cuando lo reconoció y gritó su nombre, había estado a punto de perder la compostura. Lo que más habría deseado sería meterse en ese helicóptero y no volver a perderla de vista jamás, pero no podía. Nadie sabía que lo buscaban. Tendría que hacerle creer que había sido una alucinación. Y a los demás también. No había visto ningún anillo que indicara que tuviera marido, ni tampoco una marca de algún anillo retirado recientemente. ¿Ella tampoco había sido capaz de enamorarse de otra persona?

Paula, Paula… Esos ojos azules ahumados se habían vuelto más oscuros al reconocerlo. El contraste de los cabellos oscuros contra la pálida e inmaculada piel lo inundó de exquisitos recuerdos. A pesar de tener el rostro bañado en sangre, la mancha no podía ocultar las carnosas curvas de esos labios de los que nunca había podido saciarse. Diez años le habían añadido más curvas al cuerpo vestido con una blusa y unos vaqueros que marcaban unas largas y bien torneadas piernas. Ningún detalle le había pasado desapercibido mientras el guardabosque King intentaba estabilizarla. Obligándose a cumplir con su deber, recorrió el escenario del accidente y tomó notas para entregar a las autoridades federales. Sin embargo, por dentro se sentía morir porque, una vez más, cuando menos se lo esperaba, le habían arrancado el corazón.

—Buenas noticias, dadas las circunstancias —aún conmocionado, llamó a Leonardo—. Ambas víctimas están vivas y de camino al hospital San Gabriel de Stockton. Hasta que digamos otra cosa, su condición es crítica.

—Hemos tenido mucha suerte hoy. No habría sido precisamente una gran bienvenida para el jefe mañana. Ya sabes.

—Sé exactamente a qué te refieres —murmuró Pedro con los ojos cerrados.

La muerte de los padres de Nico, dieciocho meses atrás, en la cima de El Capitán perduraría en el recuerdo de todos los que trabajaban en el parque.

—Gracias por tenerme al corriente. La mujer de Tomás respirará al saber que está vivo.

—¿Alguna noticia de la residencia de los Chaves? —Pedro se aclaró la garganta.

—Ninguna. He llamado al CDF de Santa Rosa. Tienen un número de emergencia, pero es de sus padres en San Francisco. Ya los han avisado. Llamarán en cualquier momento.

A los padres de Paula les aguardaba un buen susto. Y también a su amado, quienquiera que fuera. Casada o no, tenía que haber un hombre en su vida. Tras verla de nuevo, la idea de esa mujer entregándose a otro lo destrozaba por dentro.

—¿Leo? —a lo lejos se oyó el sonido de rotores—. Tengo que quedarme aquí un rato. Mantenme informado del estado de los pacientes.

—Lo haré.

Alguien entró en la habitación. Paula abrió los ojos.

—Hola.

—Hola. ¿Señora o señorita Chaves?

—No estoy casada. Llámame Paula.

—Yo soy Verónica. Soy tu enfermera de noche. ¿Te duele? En una escala del uno al diez.

—Puede que dos.

—Bien. Me alegra ver que la fractura del brazo no te está haciendo sufrir demasiado.

—No tanto como el corte de la cabeza.

—Los puntos siempre pican al principio. ¿Quieres más analgésicos?

—Por el momento estoy bien, gracias.

—¿Seguro? Te ha subido un poco la tensión. ¿Por qué estás nerviosa? Todo va bien y enseguida te darán el alta —la enfermera siguió midiendo sus constantes vitales.

Paula cerró los ojos con fuerza. No, todo no iba bien. A no ser que Fernando tuviera un gemelo idéntico, y sabía que no era así, ¡estaba vivo! Había oído su voz y lo había visto. No había sido un sueño. La voz que le había llamado la atención había sido la de Fernando. Imposible equivocarse. Había sido él quien, con infinito cuidado, había ayudado a subirla a la cesta. Un Fernando más maduro, bronceado y espléndido. Las arrugas alrededor de sus labios le conferían un atractivo aún mayor. Los cabellos de color castaño oscuro que antaño había llevado largos estaban cortados al cero. Su mirada había reflejado una ansiedad que no había estado presente diez años atrás. En un momento de lucidez, había tenido la impresión de que apenas sonreía ya. Parecía endurecido. Distante. Un hombre que caminaba solo. La había rescatado con la perfección y la sangre fría de un robot, sin dejar entrever el menor rastro de emoción.

—Espero la llegada de mi hija, Olivia—se dirigió a la enfermera.

—¿Cuántos años tiene?

Identidad Secreta: Capítulo 7

—Recemos para que los encuentren pronto —vivos o muertos.  Pedro no quería ni pensar en lo que podría suceder con tanto oso hambriento suelto—. Dame el nombre del pasajero.

—Paula Chaves, de Santa Rosa, California.

La simple mención del nombre después de tantos años hizo que a Pedro se le cortara la respiración. No podía ser Paula. Aun así… Sus pensamientos volvieron diez años atrás. Lo habían compartido todo. Además, seguro que se había casado y tenía otro apellido.

—Si tienes su número de teléfono será mejor que llames a su familia —Pedro no se atrevía a hacerlo para no descubrir su identidad, lo cual lo implicaría personalmente.

—Ya lo he hecho. Saltó el contestador y una voz de hombre dijo que no había nadie en casa. Le dejé un mensaje al marido para que me llame.

Estaba casada.

—De momento, no puedes hacer nada más, Leo —a lo mejor había conservado su apellido de soltera—. Mantenme informado.

—Lo haré.

Después de colgar arrancó la camioneta con la intención de hablar con las unidades de rescate antes de que partieran, pero un escalofrío recorrió su cuerpo al darse cuenta de que podía estar equivocado sobre el matrimonio de Paula. El hecho de que el mensaje estuviera grabado por un hombre no significaba necesariamente que perteneciera a su marido. A lo mejor le había pedido a un vecino o a un amigo, o a un amante, que lo grabara para dar la impresión de que había un hombre en aquella casa. Incluso podía ser su padre. Era arqueóloga. Debía conocer el parque. Si era Paula, desde luego que lo conocía. ¿Sería posible que lo hubiera visto en alguna de sus visitas y por tanto supiera que estaba vivo? ¿Sería ése el motivo por el que había solicitado el puesto? ¿Lo había hecho para descubrir la verdad por sí misma? No tenía sentido. De haberlo visto no habría sido capaz de ignorarlo. Habían estado demasiado enamorados. Sacudió la cabeza. Había demasiadas preguntas sin respuesta. Pensó en el helicóptero caído. La imagen del adorable cuerpo de Paula destrozado y carbonizado lo asaltó hasta que rompió a sudar y arrancó hacia el helipuerto.

—Voy a volar hasta el lugar del accidente —antes de saltar de la camioneta para unirse a los demás, llamó a Leo—. Dile a Marcela que, hasta nuevo aviso, tú estás al mando.


De vez en cuando Paula oía un gemido. Algo le tapaba los ojos. Al intentar retirarlo con la mano, un dolor lacerante atravesó su brazo y le cortó la respiración. Los gemidos continuaron. Olía a humo y tenía sabor a sangre en la boca. Sentía una sed terrible. Si pudiera beber un traguito de agua…Oyó un ruido y pensó que provenía de su cabeza. Cada vez era más fuerte e insistente. Quizás fuera un pájaro carpintero que intentaba agujerearle el cráneo.

—Ahí está —una voz masculina llegó hasta sus oídos.

También oyó pasos que se acercaban.

—Despacio —habló otra voz.

—Tiene pulso. Está viva.

—Gracias a Dios —una tercera voz masculina, dolorosamente familiar, le llamó la atención.

—Puede que tenga el brazo roto. Veo una herida en la cabeza. Podría tener heridas internas. Llevémosla al hospital enseguida.

Lo que le tapaba los ojos fue retirado y se encontró rodeada de hombres vestidos de uniforme. Suspendido sobre su cabeza en el aire había un helicóptero. Sintió un golpe de adrenalina. Tenía que encontrar a Fernando. No estaba muerto. Estaba allí. En medio de la confusión, oyó su voz.

—Tengo el cuello y la espalda inmovilizados. ¿Preparados para subirla en la cesta?

—Cuidado con ese brazo —dijo Fernando.

Ella se dejó transportar en medio de fuertes dolores. Los párpados aletearon. Durante un instante su mirada se fundió con la de un par de ojos grises plateados. Eran sus ojos.

—¿Fernando?

De repente fue izada en el aire. Una vez más la separaban de él. No podría soportarlo.

—¡Fernando! —gritó mientras intentaba mirar hacia atrás—. ¡No dejes que se me lleven! —aulló desesperada hasta que todo se volvió negro.

Pedro  apenas podía respirar. Oía cómo gritaba su nombre una y otra vez, cada vez más lejos y más débil. Cada grito era como una puñalada. Desde tierra vió cómo los chicos metían la cesta en el helicóptero. Otro grupo metía a Tomás en otra cesta y lo subían por la ladera hasta el segundo helicóptero. Había sido un milagro, pero nadie había fallecido en el accidente.

Identidad Secreta: Capítulo 6

—¿Pedro? —Marcela asomó la cabeza por la puerta del despacho de Matías—. El guardabosque Baird por la línea dos. Dice que esperará.

Pedro asintió hacia la secretaria personal de Matías antes de finalizar la llamada con el guardabosque Thompson sobre la reparación y limpieza de varias zonas de acampada. Era la época que menos le gustaba en el parque. Las cascadas quedaban reducidas a un simple chorro de agua y las pistas estaban desgastadas por los veraneantes. Sin apenas lluvia en esa época, los incendios forestales controlados dejaban una nube de humo en todas partes, sobre todo por el calor que aún reinaba.

Nico quería observar la entrada en hibernación de los osos negros, pero aún faltaba para eso. En esos momentos estaban tan activos que entraban en los coches y los campamentos en busca de comida. Pensó en el regreso de Matías junto con su familia al día siguiente por la tarde. Iría a recogerlos al aeropuerto. Las tres semanas se habían pasado volando. Había estado tan ocupado haciendo el trabajo de una docena de hombres que no se había dado cuenta del paso del tiempo. El respeto que sentía por Matías no había hecho más que aumentar. La noche anterior había cenado en casa de Baird para conocer a la prima de su esposa y no había salido mal del todo. Candela era dentista en Bishop, California, y una mujer muy atractiva. Aunque ella había insinuado que le gustaría volver a verlo, no había querido animarla y no podía fingir otra cosa. No le gustaba herir los sentimientos de los demás.

—¿Francisco? —tras colgar, contestó a la segunda línea—. Siento haberte hecho esperar.

—No pasa nada. Me imaginé que si anoche hubiera saltado alguna chispa ya me lo habrías dicho. Sabes que si quisieras que Candela se quedara un día más…

—Siento darte la razón —Pedro suspiró aliviado—. Es inteligente y hermosa, pero…

—No tienes que explicar nada. Ya sé a qué te refieres. Antes de conocer a Karen yo iba de mujer en mujer. Tu problema es que ya estuviste casado una vez.

«No exactamente», pensó Pedro.

—Por cierto, la cena estaba deliciosa. Gracias.

—A Karen le encantó la botella de vino que llevaste. A ver si la próxima vez hay más suerte.

—¿Sabes una cosa, Fran? En cuanto vuelva Mati de Miami me voy de vacaciones. ¿Quién sabe? A lo mejor conozco a alguien —sin embargo, en el fondo no lo creía—. Ahora tengo que dejarte. Hablamos más tarde —Pedro pulsó la línea de Marcela—. ¿A qué hora tengo mañana la reunión con el superintendente Telford? — comentar las ideas que tenía el hombre para promocionar el parque les llevaría tiempo.

—A las diez y media de la mañana.

—¿Podrías llamarlo y preguntarle si le vendría bien a las nueve y media? —el vuelo de Matías llegaba a las cuatro y media y no quería llegar tarde.

—Yo me encargo. ¿Quieres que te lleve algo de comer?

—¿Hace falta preguntar? —Pedro rió—. Trae el trabajo y mucho café.

 —Eres tan malo como Matías. Te echaré de menos cuando no estés sentado en su silla.

—Por si no te habías dado cuenta, la dichosa silla es de Mati, con todas mis bendiciones.

—¿Quieres decir que no te gustaría ser jefe?

—Si alguien me necesita —Pedro gruñó—, voy a inspeccionar los daños en el campamento de Lower Pines.

—Buena suerte.

Los dos se echaron a reír porque sabían que era el que estaba en peor estado. Pedro colgó el teléfono y salió por la puerta. Acababa de subirse a la furgoneta cuando le llegó otra llamada. Era el típico lunes.

—Guardabosque Alfonso —contestó.

—¿Pedro? Soy Leonardo. Hemos perdido la señal del helicóptero de Tomás Fuller en algún punto del monte Paiute. Ha debido de caer —Pedro soltó un gruñido—. He avisado a las unidades de rescate de tierra y aire, pero les llevará un buen rato llegar al lugar del accidente.

Pedro sujetó el teléfono con fuerza. Se trataba del vuelo que el superintendente le había pedido que autorizara. Quería más arqueólogos para el parque y había conseguido fondos.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 5

—No exactamente —ella se mordió el labio—. Tendríamos nuestra propia casa, pero podrías verlos más a menudo. A lo mejor incluso podrías ir hasta su casa en bicicleta después del colegio y los fines de semana.

—¿A tí te gusta eso?

—Sí. ¿Y a tí?

—Yo sólo quiero estar contigo.

—Entonces, te haré otra pregunta —emocionada por la respuesta de su hija, Paula no dudó de su sinceridad—. ¿Qué te parecería vivir en otro sitio, sólo durante un año? Estaríamos juntas mucho más tiempo porque en invierno trabajaría casi siempre en casa.

—¿Estaría muy lejos de Sofía?

—No —contestó ella sin dudar—. Podría ir a verte los fines de semana. Y los abuelos también. Y a veces podríamos ir nosotras a verlos a ellos.

—¿Dónde está?

—En el Parque Nacional de Yosemite.

—Allí es donde están todas esas secuoyas. Parecen gigantes.

—Sí. ¿Cómo lo sabías?

—¡Mamá! Estoy en cuarto curso. Estudiamos la historia de California. La señora Darger nos puso un video el otro día. A finales de curso vamos a ir de excursión a Yosemite.

Paula recordó haber leído algo sobre la visita en la agenda del curso.

—Es un parque muy famoso.

—Nos contó que parte de nuestra agua viene de una presa construida en el parque. En un lugar con un nombre muy raro. La gente quiere tirarla abajo.

—Lo sé. Estás hablando del Valle Hetch Hetchy.

—¿Cómo lo sabías? —Olivia asintió.

—Cuando era pequeña tus abuelos me llevaban al parque muy a menudo. Es un lugar precioso.

—¿A qué te dedicarías?

—A lo de siempre. A la arqueología.

—¿En el parque? —la niña ladeó la cabeza.

—Sí. El valle de Yosemite es un distrito arqueológico. Forma parte del listado del Registro Nacional de Lugares Históricos de Estados Unidos. Allí fue donde nació mi interés por la arqueología. ¿Sabías que tiene más de cien lugares indios conocidos que ofrecen información sobre las formas de vida prehistóricas?

—¿Viven indios allí?

—Algunos. Los desprendimientos de rocas, de troncos o los aludes han permitido que el parque oculte bajo tierra verdaderos tesoros arqueológicos. Mi trabajo sería el de datarlos y, si es posible, desenterrar algunos.

—¿Dónde viviríamos? —Paula oía la mente de su hija funcionar a pleno rendimiento.

—Dentro del parque. He estado esperando esta oportunidad durante años. Y al fin me han dicho que el puesto es mío. Si me interesa, el Departamento Forestal me enviará allí en avión durante un día para que lo vea y les diga si lo quiero. Allí, el director de arqueología me dará toda la información necesaria.

—¿Puedo ir contigo? —la niña se levantó de la silla.

—Durante la visita de un día, no. Me iría el lunes de madrugada y volvería esa misma noche. Si quieres, puedes quedarte con los abuelos, o podemos organizarlo para que te quedes con Sofía  o con Valentina. Pero no haré nada que tú no quieras que haga.

Olivia salió disparada de la cocina y su madre se sintió invadida por el desánimo.

—¿Adónde vas?

 —¡A buscar el parque en Internet!

El pequeño ratón de biblioteca era un genio a la hora de rastrear páginas Web. Paula la siguió hasta el salón, donde estaba el ordenador que utilizaba Olivia para los deberes y ella para su trabajo en el CDF de Santa Rosa. Se quedó en la puerta y esperó a que su hija descubriera el modo correcto de escribir «Yosemite» y abriera alguna página sobre el parque.

—¡Se puede montar a caballo!

A Paula no le sorprendió la emoción en la voz de la niña. Antes de la aparición de los libros de Harry Potter, se había aficionado a la lectura de textos sobre animales, desde gatos y perros hasta lobos y osos polares. Sin embargo, su animal favorito era el caballo. Fernando adoraba a los caballos y le habría encantado saber que su hija sentía la misma pasión por ellos.

—Suena divertido.

—Aquí dice que hay miles de pistas para montar —después de unos minutos, volvió a levantar la vista—. No veo ningún colegio.

—Es que el colegio es para los hijos del personal que trabaja allí, y por eso no lo anuncian en Internet.

—Se me había olvidado. Supongo que no querrán que los depredadores encuentren a algún niño —en esos momentos, Olivia parecía una persona mayor.

Paula sintió un escalofrío. Al menos en el colegio les enseñaban a estar alertas ante la cara más fea de la sociedad.

—¿Qué te parece? —ella contuvo el aliento—. ¿Voy a ver qué tal es aquello o no?

—Sí —Olivia seguía pegada a la pantalla—. Cuando acabe la clase de violín de Sofi voy a llamarla para que busque el parque de Yosemite. Aquí dice que algunos de los guardabosques van montados a caballo. Sofía podría venir a montar conmigo. Le preguntaré si me puedo quedar en su casa hasta que vuelvas.
Paula no se lo podía creer. Su hija no había dicho que no. De todas las maravillas de Yosemite, quién habría dicho que los caballos serían el factor clave.

—Mientras tú haces eso, enviaré un correo electrónico al director para comunicarle que estaré preparada para ir el lunes.

Faltaban cinco días. Tiempo suficiente para ponerse al día con el proyecto sobre el que trabajaría a lo largo del río Tuolumne. Los Awahnichi habían vivido allí en el 500 D.C. La emocionaba la idea de realizar el trabajo de campo. Salvo por Olivia, la mayor alegría de su vida, no había vivido nada emocionante después de perder a Fernando.

Identidad Secreta: Capítulo 4

De haber sido niño, Olivia sería idéntica a su padre de joven. Tenía su naríz recta que les confería carácter. También tenía su boca grande y los cabellos de color castaño oscuro. Lo único heredado de ella era la barbilla redondeada y los ojos azules. Los ojos de Fernando habían sido grises con motas de plata que se iluminaban al mirarla. Durante sus apasionados encuentros amorosos se volvían iridiscentes, indicando que le proporcionaba tanto placer como él a ella.

—Se lavan  primero las manos —dijo antes de abrir la puerta del departamento.

—¿Por qué nos lo dices siempre, mamá? Ya no somos unos bebés.

—Es verdad. Me temo que tengo la manía de tratarte como si lo fueras —en algunos aspectos, su hija crecía demasiado deprisa, aunque a lo mejor no le venía mal para la conversación que les aguardaba. Hacía falta un cierto grado de madurez para que Olivia considerara la opción de mudarse a un lugar excepcional.

—Mamá también me lo dice —dijo Sofía.

Mientras las niñas corrían a la habitación de Olivia, su madre se cambió de ropa y metió la carne picada en el microondas para descongelarla. Las niñas aparecieron en la cocina para picar y rallar los ingredientes mientras ella freía las tortillas y sofreía la carne. Luego prepararía una ensalada de fruta. Acababan de sentarse a la mesa cuando apareció Juliana. Había olvidado la clase de violín de Sofía y tenían que marcharse de inmediato. Paula les envolvió un par de tacos para que se los llevaran.

—Gracias, Pau. Mañana te veo, Oli.

—Adiós —Olivia volvió a la mesa—. Me alegro de que no me apuntaras a violín.

—Todo el mundo debería aprender a tocar algún instrumento. Yo tocaba el piano, y había pensado alquilar uno para que empieces a dar clases, pero antes quiero hablar de algo.

—¿De qué? —Olivia se preparó otro taco y lo mordió con entusiasmo—. ¿Has vuelto a discutir con la abuela?

—¿Esa impresión damos? —Paula dejó de masticar.

 —A veces —fue la tranquila respuesta.

—Lo siento. Cuando hablamos, a veces parece que discutimos, pero es nuestra forma de comunicarnos. Te adoran y les gustaría que viviésemos en San Francisco — contempló a su hija con atención—. ¿Alguna vez has deseado vivir allí?

—A veces —dió otro mordisco al taco—. ¿Y tú?

—A veces, pero yo no puedo hacer mi trabajo allí.

—Lo sé. Si papá no hubiera muerto, viviríamos con él y sí podrías —su lógica era irrefutable.

—Tienes razón, cielo —Paula le había contado la verdad. Fernando y ella no habían tenido tiempo de casarse antes de su muerte, pero lo habían planeado porque estaban muy enamorados. Era su padre de pleno derecho—. Estaríamos siempre juntos.
Había llegado el momento de abordar el tema del empleo nuevo, pero el giro en la conversación le hizo dudar. ¿Estaba perjudicando a Olivia viviendo lejos de sus padres?

—Si yo estuviera dispuesta a cambiar de trabajo, podríamos vivir en San Francisco.

—¿Qué trabajo?


—No… no lo sé aún —balbuceó ella. Olivia parecía interesada en la posibilidad.

—El abuelo dice que él se ocuparía de nosotras y que tú no tendrías que trabajar.

—De niña ya cuidó de mí —Paula suspiró—, pero ahora que soy mayor y tengo una hija, ¿Crees que debería seguir ocupándose de mí?

—Si papá viviera, él cuidaría de nosotras —dijo la niña tras unos segundos de silencio.

—Pero murió, y de eso hace mucho tiempo.

Paula se había esforzado en hacerle comprender a su hija qué padre tan maravilloso y aventurero había tenido. No le había resultado difícil porque Fernando había sido especial, cariñoso, brillante y, aun así, amante de la diversión. Olivia había sabido lo valiente que había sido al trabajar en un ambiente hostil, pero sin que su madre se sintiera insegura. Le había expresado a Paula sus deseos de casarse con ella y tener hijos. Los dos habían albergado sueños de formar una familia. Las fotos mostraban a un hombre fuerte, atractivo y vital que cualquier niña desearía reclamar como padre. Por eso Olivia no olvidaba nunca que la habría amado y que habría sido el mejor padre del mundo.

—¿Por qué no viven Juliana y Sofía con los padres de Juliana? —Paula se irguió en la silla.

—No lo sé —Olivia se encogió de hombros.

—Seguramente porque a Juliana le gusta ocuparse de su hija, igual que a mí me gusta ocuparme de tí—ya no podía retrasar más el momento de la pregunta definitiva—. ¿Preferirías que el abuelo se ocupara de nosotras?

—Si a tí no te gusta, no —los ojos azules la miraron fijamente.

—Cariño… —Paula agarró la mano de su hija—. Quiero que seas sincera. ¿Te gustaría que nos mudáramos a San Francisco? Si quieres podemos. Encontraré un trabajo allí.

—¿Te refieres a vivir con los abuelos?

Identidad Secreta: Capítulo 3

Imaginarse a la reservada Olivia obligada a hacer nuevos amigos en un nuevo entorno era preocupante. Pero había deseado mucho tiempo el nuevo empleo. Llevaba cinco años como arqueóloga en el Departamento Forestal de California, conocido como CDF, y era la primera vez que surgía una oportunidad como ésa. El sueldo no era gran cosa, pero si no aceptaba perdería la oportunidad de su vida de hacer trabajo de campo en la Sierra Indians, su especialidad.

Diez años atrás, sus padres, que llevaban una frenética vida social en San Francisco, la habían recibido con los brazos abiertos a su vuelta de Oriente Medio y habían intentado consolarla por la pérdida de Fernando y su familia. No había habido dos personas más amables y comprensivas al saber que estaba embarazada, pero habían albergado la esperanza de que se fuera a vivir con ellos y no entendían la clase de trabajo que pretendía hacer, sobre todo con un hijo en camino.

Había alquilado un pequeño departamento, pedido un crédito para terminar los estudios y buscado una cuidadora para su hija recién nacida. Tras licenciarse en Antropología, se había mudado a un apartamento en Santa Rosa, donde había empezado a trabajar en el CDF. Poco a poco había ido ascendiendo mientras luchaba por ser la mejor madre posible. Todos los meses pasaban un fin de semana en San Francisco para que Olivia pudiera ver a sus abuelos, pero éstos no dejaban de quejarse por el trabajo que había elegido y la tensión era cada vez mayor, algo que no pasaba desapercibido para Olivia.

Si aceptaba el nuevo puesto, sus padres la sermonearían sobre lo defraudados que se sentían por verla dedicada a un oficio tan poco ortodoxo teniendo una hija que cuidar. Ya que era inútil discutir con ellos, podría decirse que Olivia y ella estaban solas. Hasta el momento les había ido bien. No serían las primeras en mudarse por motivos de trabajo. Muchos de los empleados de la empresa farmacéutica de su padre se veían obligados a trasladar su residencia, pero él no lo consideraba una excusa válida cuando hablaban del futuro de su única hija y nieta. La decisión final dependería de Olivia.

—Hola, chicas.

—¡Hola! —contestó Sofía, la primera en subirse al coche.

Olivia se sentó a su lado, ambas niñas aferradas a sus mochilas.

—¿Qué tal el colegio hoy? —Paula arrancó y el coche empezó a avanzar.

—Bien.

 —Hemos tenido a una sustituta —informó Sofía.

—¿Y les ha gustado?

—No ha estado mal, pero ha castigado a dos de los chicos sin recreo.

—¿Por qué?

—Se rieron de ella porque era coja.

—Joaquín  y Nahuel son malos —explicó Olivia.

—Eso fue muy cruel por su parte —Paula miró a su hija por el espejo retrovisor. —Se lo voy a contar a la señora Darger cuando vuelva.

—Bien por tí—el colegio no tenía ninguna política contra los abusos, y eso incluía el abuso contra los profesores. Todos debían permanecer vigilantes. —Si lo descubren podrías meterte en un lío.

 —No me importa —le dijo Olivia a Sofía.

Olivia se rebelaba contra las injusticias sin importarle las consecuencias. ¡Cómo amaba a su hija!

—Prepararé la cena mientras hacen los deberes —minutos más tarde, Paula estacionó el coche frente al complejo en el que residían. Siempre cenaban pronto porque Roberta solía tener hambre a esa hora.

La hija de Paula era una criatura curiosa. En lo que llevaban de curso, la comida que le preparaba para llevar al colegio volvía intacta. La única explicación que le daba era que los chicos más populares se burlaban de quienes no llevaban un zumo o un aperitivo de determinada marca. A Paula le había costado doblegarse, pero al fin había permitido que su hija eligiera las marcas para acallar los comentarios negativos. Si le daba un cheque para pagar la comida del colegio, solía encontrárselo de nuevo en la mochila. La niña, al parecer, sentía demasiada vergüenza para pasar por caja. La timidez podría deberse a la ausencia de un padre.

 El recuerdo invadió su mente. El dolor de aquel aciago día en Kabul aún era demasiado fuerte. Paula se dirigía hacia la excavación cuando una explosión había hecho temblar el suelo. A continuación se había desatado el caos. Enseguida supo que Fernando, sus padres y todos los que iban con ellos habían muerto.

—La sustituta no nos ha puesto deberes, mamá. La señora Darger volverá mañana.

—Entonces pueden ayudarme a preparar los tacos —Olivia nunca mentía y Paula no vió motivo para sospechar.

—¿Puedo rallar el queso? Sofía había preguntado primero, aunque a Olivia le encantaba hacerlo.

—Claro —Paula volvió a mirar a su hija por el retrovisor. Estaba mascullando algo, pero su sentido de la justicia se impuso y no dijo nada. Era un rasgo admirable heredado de su padre.

Identidad Secreta: Capítulo 2

Romina entró en la habitación flotando en su vestido blanco de boda. Era como una aparición de satén y cabellos dorados. A Pedro, el encanto y la personalidad de esa mujer le recordaban a Paula, por eso se había sentido atraído hacia ella la primera vez que había aparecido con Nico en el parque. Sin embargo, Romina sólo había tenido ojos para Matías. Al mirar a su esposo, el amor que reflejaban sus ojos verdes era cegador. El dolor le agarrotó las entrañas. Paula solía mirarlo así. Se preguntó cuánto tiempo necesitaría para superarlo y enamorarse de otra mujer. Desde luego lo había intentado y le aterraba la idea de que jamás sucediera.
Durante el vuelo de vuelta a California, le daría al guardabosque Baird luz verde para que le organizara una cita con la prima de su mujer. Durante más de un año, los Baird habían intentado juntarlos. ¿Por qué no? Ver a Matías y a Romina tan felices le provocaba un tremendo deseo de experimentar la misma felicidad.

—Gracias por todo —Romina lo abrazó—. Volveremos pronto al parque. Cuídate, Pepe.

—¿Cuándo será la operación de tu padre? —él le tomó las manos.

—El día después de nuestro regreso de Londres. Sólo estaremos allí una semana. Las dos semanas siguientes las pasaremos en Miami con mis padres. Si el corazón de papá está bien, lo llevaremos con nosotros a California.

—Todos rezamos por él.

—Lo sé y se los agradezco —lo abrazó una vez más.

—Su taxi ha llegado, Pepe —le advirtió Matías—. Los acompañaré.

Pedro siguió a Matías hasta la entrada donde aguardaban dos taxis.

—Disfruta de la luna de miel —Pedro se volvió hacia su amigo—. Si necesitan un  par de semanas más de lo planeado, no hay problema.

—Gracias. Veremos qué tal sale todo, te lo agradezco. Buena suerte. Los echaré de menos.

—Seguro que sí —Pedro rió mientras se subía a uno de los taxis junto a un compañero guardabosque e indicaba al conductor que se dirigiera al aeropuerto.


Aunque ya estaban a mediados de octubre, hacía calor en Santa Rosa, California. Paula Chaves puso el aire acondicionado y esperó en el coche estacionado a la puerta del colegio Hillcrest. Eran las tres y media. En cualquier momento terminarían las clases y no sabía muy bien cómo darle la noticia a su hija de diez años, Olivia. Mientras reflexionaba sobre la inesperada oferta de empleo que había recibido, los alumnos salieron en tropel del colegio. Cinco minutos después vio a su estilizada hija caminar hacia el coche. Sofía, su mejor amiga, corrió para alcanzarla.
Juliana, la madre de Sofía, era madre soltera como Paula, y llevaba a las niñas al colegio cada mañana. A la salida, Paula cuidaba de la amiga de su hija hasta la llegada de su madre. El sistema había funcionado sin problemas durante los últimos dos años.

Identidad Secreta: Capítulo 1

La novia acababa de darle un trozo de tarta al novio y el fotógrafo agrupó a los invitados para una última serie de fotos.

—Tú también, Nico. Únete a tus padres. Que todo el mundo sonría. Digan «patata».

Nicolás Darrow, de seis años y vestido de etiqueta, era la viva imagen de la felicidad. Acababa de convertirse en el hijo adoptivo de su tía, Romina Darrow Rossiter y su nuevo padre, Matías Rossiter, guardabosque jefe del Parque Nacional Yosemite en California.

La boda y el banquete, celebrados a finales del mes de septiembre, habían reunido a media docena de guardabosques de Yosemite en la residencia del padre de Romina de Miami, Florida. Pedro Alfonso reía al contemplar a Nico. El niño estaba tan contento que apenas podía pararse el tiempo suficiente para posar para la foto. Nadie se alegraba tanto por ellos como Pedro, el mejor amigo de Matías y padrino de la boda. La mayoría de los invitados se había marchado y la fiesta tocaba a su fin. Pedro, segundo al mando, sería el jefe durante las siguientes tres semanas. Y como tal, junto al resto de sus compañeros, debía tomar un avión de vuelta a Yosemite, no sin antes cambiarse de ropa.

—¿Tío Pepe? —el chiquillo corrió tras él hasta el dormitorio de invitados.

—¿Qué hay, Nico? —chocaron los cinco.

Matías le había enseñado a llamar a Pedro «tío». A pesar de no compartir ni una gota de sangre, se había convertido en un miembro de la familia Rossiter, y le encantaba.

—¿Ya te vas?

—Eso me temo.

—Ojalá no tuvieras que marcharte aún.

Aquello suponía todo un progreso. Desde su llegada a Yosemite, con su tía, Nico no había tolerado a nadie, salvo a Matías, a su alrededor. Tras las firmas de rigor que los habían convertido en legítimos padre e hijo, el chico había aceptado por fin a Pedro.

—Me gustaría quedarme, pero alguien debe vigilar el parque hasta que vuelva tu papá.

—Mamá y yo iremos con él.

—¡No me digas! —Pedro rió—. Vamos a ser vecinos. Me muero de ganas.

—¡Yo también!

Por primera vez desde que se habían conocido, a principios de junio, el chico se arrojó a sus brazos y a Pedro se le formó un nudo en la garganta. Habían pasado juntos momentos muy dolorosos.

—Puede que cuando estés en Londres veas a la reina —añadió Pedro. A Nico le encantaba Harry Potter y quería visitar la estación de tren de la que partían los chicos hacia la escuela de magia de Hogwarts.

—Sí. Y también veré castillos y autobuses rojos de dos pisos y búhos blancos.

—Si ves un búho blanco, no te olvides de mandarme una postal para contármelo.

—¡Lo haré! Papi dice que no son tan grandes como nuestro búho real del parque. Cuando volvamos quiero ver cómo se van a dormir los osos.

—No es fácil pillarlos cuando se van a la cama —Pedro rió mientras se cambiaba de ropa.

—¡Papi puede! Utilizaremos los prismáticos y los espiaremos.


Según Nico, Matías era capaz de cualquier cosa. Y también según Romina. Matías había tenido mucha suerte. Pedro sintió cierta añoranza por la felicidad que una vez había compartido con Paula Chaves. El sentimiento lo pilló totalmente por sorpresa y con la guardia baja. Incluso tras diez años lo asaltaban los recuerdos de ella y de la vida que habían planeado juntos. Pero ese sueño se había roto. La preciosa Paula seguramente estaría casada y con unos cuantos hijos.

—¿Nico? —llamó una voz familiar.

Ambos se volvieron y vieron a Matías en la puerta.

—El tío Pepe tiene que volver para encargarse del parque —anunció el niño.

—Sí —el rostro de su padre se iluminó con una amplia sonrisa—. Todo queda en tus capaces manos. Te cedo todos los quebraderos de cabeza con mis bendiciones.

—¿Quebraderos de cabeza? —Nico frunció el ceño.

—Significa que a veces surgen problemas —Pedro acarició la cabeza del pequeño.

—¿Como cuando el oso se metió en el coche de aquella señora y no quería salir?

—Y como cuando cierto niño de seis años se escondió porque no quería volver a Florida.

—¡Papi me encontró! —Nico rió.

—Buena suerte en tu primera reunión con el nuevo superintendente —Matías soltó una carcajada y se volvió hacia su ayudante—. Patricio Telford acaba de enviudar y tiene un hijo y una hija en la universidad. Tengo entendido que es ambicioso, lleno de nuevas ideas. Me alegro de que seas tú quien rompa el hielo con él y no yo.

—Esperemos que no resulte tan gruñón como el anterior —dijo Pedro, y Matías asintió.

—¡Por fin los encuentro!

Identidad Secreta: Sinopsis


Pedro Alfonso, ayudante del guardabosques jefe, no era el hombre que todo el mundo creía y se vió obligado a descubrir su identidad al rescatar a una pasajera de un accidente de helicóptero. Se trataba de Paula Chaves, la mujer a la que una vez amó… y que también tenía sus propios secretos.


Paula no podía creer que el hombre que ella conocía como Fernando estuviera vivo… y deseando conocer a su hija. Al encontrarla de nuevo, lo único que Pedro deseaba era mantenerla a salvo pero ¿Podría Paula perdonarlo por el engaño que una vez la mantuvo fuera de peligro… y apartada de él?

domingo, 11 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 65

A los cinco minutos, Paula estacionaba el coche junto a la entrada de urgencias del hospital local. Primero tuvieron que rellenar unos papeles, después esperar a que les recibiera el médico adecuado y luego los resultados de las radiografías. Finalmente le escayolaron el brazo. Cuando salieron del hospital, estaba tan cansado que no sentía ya ni hambre.

—He reservado una habitación en la posada de la carretera. Nos tendrán preparada la cena. La enfermera ha dicho que puedes ducharte mientras que no se moje la escayola.

La medicación que le habían dado para el dolor de cabeza le tenía algo atontado; le parecía que hacía mucho que había dormido. En la posada, todo transcurrió de manera vaga. Se duchó y vistió con dificultad, comió lo que le pusieron delante y subió las escaleras con Paula a su lado. La amplia cama, cubierta con un edredón con rosas bordadas, se le antojó lo más parecido a la gloria. Ella le ayudó a desvestirse. Cuando se quedó sólo en ropa interior, se tumbó en la cama.

—Ven aquí —dijo—. Quiero abrazarte.

Y en ese mismo instante se quedó dormido. Cuando  se despertó lo primero que vió fue una bonita pantalla de lámpara, con el suave resplandor de su luz en la oscuridad, sobre una mesa cubierta con un tapete de flores. Paula dormía apoyada sobre su pecho. Su cabello rojizo y revuelto se extendía sobre la almohada.

Pedro sintió un amor tan intenso que apenas podía contenerlo. Ella no se había marchado corriendo a Europa sin él. Había ido a buscarlo. ¿Cómo era posible que hubiera tenido tanta suerte? Sin duda ella debía de haber dejado esa lámpara encendida para que él no sintiera la claustrofobia de la oscuridad. Con la mano buena le acarició el cabello, se lo retiró de la cara y la besó en el cuello. Ella abrió los ojos.

—¿Pepe? —murmuró.

—Hola, cariño mío.

Paula abrió más los ojos mientras se desperezaba lánguidamente junto a él.

—Bueno —dijo ella—. Creo que te estás recuperando bien.

—¿Crees que podríamos ver si soy capaz de hacer el amor con un brazo roto?

—Hay que vivir el presente —dijo ella mientras se volvía a mirarlo y le acariciaba el pecho desnudo.

—Todo lo que siempre he deseado está aquí, entre mis brazos —le dijo con sensualidad mientras se inclinaba para besarla.

Hicieron el amor con callada intensidad, interrumpida tan sólo por las carcajadas de ambos por el hecho inevitable de que la escayola les estorbaba. Cuando Pedro la penetró, sintió los temblores y el deseo que latía dentro de ella. Cuando ella alcanzó el clímax, se apresuró a unírsele, vaciándose en su cuerpo mientras sentía un amor tan fuerte, tan turbador, que apenas podía respirar. Sus corazones, pensó vagamente, latían al unísono, al tiempo que sus cuerpos se fundían en uno solo. A la luz de la lámpara, Paula le sonrió.

—Tengo algo que decirte —dijo ella, pensando que aquél era el momento más oportuno.

—Tienes que volver a Marsella a primera hora de la mañana.

—¿Y dejarte a tí aquí? Ni hablar. Escucha, Pepe. ¿Sabes lo que me ha pasado? Es tan maravilloso... Me he enamorado de tí.

Él se quedó muy quieto. Debía de estar soñando. No podía ser de otra manera.

—Dilo otra vez.

 Ella lo miró con timidez. Tenía los labios hinchados y las mejillas sonrosadas.

 —Me has oído... Te amo, Pepe.

—Me preguntaba si algún día me lo dirías. ¡Oh, cariño!, yo también te amo.

Él la abrazó con fuerza, con un amor tan vasto como el océano, tan seguro como las mareas.

—En retrospectiva, creo que me enamoré de tí en Chamonix. Pero no quería reconocerlo. ¿Enamorada yo? De eso nada.

—Ya me dí cuenta —comentó Pedro en tono seco.

—Hasta que no estuve junto a la cama de mi madre, esperándote durante horas, no me dí cuenta de la verdad.

—Cásate conmigo, Pau.

—Sí —dijo ella.

—¿Así de fácil? ¿Estás segura?

—Te amo. Me casaré contigo y viviré a tu lado, tendremos hijos, invitaremos a tus padres a comer los domingos y aprenderé a preparar tartaletas de salmón ahumado.

—Ya veo que vas en serio.

 —¡Qué feliz soy, Pepe! Te amo, te amo. Y me encanta decírtelo.

Mientras él se reía de felicidad, abrazándola con calor, ella continuó hablando.

—Tal vez, de vez en cuando, invitaremos a mi madre a comer. Porque tienes razón. En el fondo lo único que le pasa es que está muerta de miedo.

Él le sonrió de corazón.

—También podemos invitar a Daniel, si quieres. Y a Antonio... Él y tú ya son viejos amigos.

Ella suspiró con entusiasmo.

—Nada de volver a vernos en bares.

—Ni en museos.

—No más luces de discotecas. ¿Crees que nos vamos a convertir en una pareja aburrida, sentados delante de la chimenea noche tras noche?.

—No puedo imaginar que la vida contigo pueda resultar en absoluto aburrida — dijo Pedro—. Ni en la cama ni fuera de ella.

—Llamemos a nuestros padres e invitémoslos a la boda.

—Más tarde —dijo él con firmeza—. De momento, por si acaso crees que nos pueda vencer el aburrimiento, creo que deberíamos quedarnos exactamente donde estamos.

Paula le acarició con sensualidad.

—El comedor no abre hasta dentro de dos horas.

—Estupendo —susurró Pedro con picardía.



FIN