domingo, 11 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 61

—¿Qué quieres decir? ¿Que mis prioridades no son las adecuadas?

—A mí me parecen muy adecuadas —le respondió él en tono sensual antes de besarla apasionadamente.

—Ojalá tuviéramos una cama —dijo Paula cuando él se apartó de ella.

De repente, Pedro deseaba desesperadamente hacerle el amor.

—Podríamos estirar los abrigos en el suelo; y hay un par de mantas en el maletero del coche, por si se presenta alguna emergencia.

—¿Una emergencia como ésta? —dijo Paula—. ¿Por qué no vas a por ellas?

Pedro bajó los escalones de dos en dos. Tenía ganas de cantar de alegría. Quería bailar con Paula hasta caer rendidos. Quería casarse con ella. Pero debía ir paso a paso. Primero las mantas; luego se casaría con ella. Cuando volvió al dormitorio, estaba tumbada sobre los abrigos completamente desnuda. Se apoyó contra el marco de la puerta y la miró embelesado.

—No sé cómo te las arreglas para sorprenderme siempre —dijo él—. Deja que ponga las mantas sobre los abrigos para que estemos más cómodos.

—Desnúdate, Pepe, por favor.

—Eres mandona, ¿Verdad? —dijo con una sonrisa mientras empezaba a quitarse la ropa—. Imagínate lo que podemos aprender el uno del otro viviendo juntos, Pau —la miró a los ojos—. ¿Querrás vivir conmigo?

Ella se incorporó para responderle.

—Yo... Creo que sí. Estoy pensando seriamente en hacerlo —frunció el ceño—. Bueno, tal vez eso suene muy frío; en realidad, estoy tratando de imaginar lo que sentiría viviendo contigo.

—¿Y qué es lo que sientes? —le preguntó.

—Me da mucho miedo, como si fuera a caerme por una de esas rocas al mar; pero también siento emoción. Compartiría mi vida contigo, viajaríamos juntos, haríamos muchas cosas —ladeó la cabeza- Nos turnaremos para sacar la basura, ¿No?

—Desde luego.

—Oh, Dios, Pepe. No sé. ¿Y si no funcionara?

—¿Y si cae un cometa a la tierra?

—Tengo frío, Pepe. Ven a calentarme.

Pedro le lanzó su camisa, que estaba aún caliente y les dió una patada a las mantas para acercárselas.

—No se te olvide lo mucho que te quiero —dijo Pedro.

—Estoy empezando a confiar también en ello —comentó ella en voz baja.

Hicieron el amor despacio, casi en silencio, como si estuvieran compartiendo un sueño: una pasión que resultaba más profunda por estar íntimamente ligada a las caricias, al roce de piel con piel, más que a las palabras. Después, para no quedarse fríos en el suelo, se vistieron rápidamente y bajaron hacia la puerta trasera.

—Me da pena tener que marcharme.

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