jueves, 15 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 5

—No exactamente —ella se mordió el labio—. Tendríamos nuestra propia casa, pero podrías verlos más a menudo. A lo mejor incluso podrías ir hasta su casa en bicicleta después del colegio y los fines de semana.

—¿A tí te gusta eso?

—Sí. ¿Y a tí?

—Yo sólo quiero estar contigo.

—Entonces, te haré otra pregunta —emocionada por la respuesta de su hija, Paula no dudó de su sinceridad—. ¿Qué te parecería vivir en otro sitio, sólo durante un año? Estaríamos juntas mucho más tiempo porque en invierno trabajaría casi siempre en casa.

—¿Estaría muy lejos de Sofía?

—No —contestó ella sin dudar—. Podría ir a verte los fines de semana. Y los abuelos también. Y a veces podríamos ir nosotras a verlos a ellos.

—¿Dónde está?

—En el Parque Nacional de Yosemite.

—Allí es donde están todas esas secuoyas. Parecen gigantes.

—Sí. ¿Cómo lo sabías?

—¡Mamá! Estoy en cuarto curso. Estudiamos la historia de California. La señora Darger nos puso un video el otro día. A finales de curso vamos a ir de excursión a Yosemite.

Paula recordó haber leído algo sobre la visita en la agenda del curso.

—Es un parque muy famoso.

—Nos contó que parte de nuestra agua viene de una presa construida en el parque. En un lugar con un nombre muy raro. La gente quiere tirarla abajo.

—Lo sé. Estás hablando del Valle Hetch Hetchy.

—¿Cómo lo sabías? —Olivia asintió.

—Cuando era pequeña tus abuelos me llevaban al parque muy a menudo. Es un lugar precioso.

—¿A qué te dedicarías?

—A lo de siempre. A la arqueología.

—¿En el parque? —la niña ladeó la cabeza.

—Sí. El valle de Yosemite es un distrito arqueológico. Forma parte del listado del Registro Nacional de Lugares Históricos de Estados Unidos. Allí fue donde nació mi interés por la arqueología. ¿Sabías que tiene más de cien lugares indios conocidos que ofrecen información sobre las formas de vida prehistóricas?

—¿Viven indios allí?

—Algunos. Los desprendimientos de rocas, de troncos o los aludes han permitido que el parque oculte bajo tierra verdaderos tesoros arqueológicos. Mi trabajo sería el de datarlos y, si es posible, desenterrar algunos.

—¿Dónde viviríamos? —Paula oía la mente de su hija funcionar a pleno rendimiento.

—Dentro del parque. He estado esperando esta oportunidad durante años. Y al fin me han dicho que el puesto es mío. Si me interesa, el Departamento Forestal me enviará allí en avión durante un día para que lo vea y les diga si lo quiero. Allí, el director de arqueología me dará toda la información necesaria.

—¿Puedo ir contigo? —la niña se levantó de la silla.

—Durante la visita de un día, no. Me iría el lunes de madrugada y volvería esa misma noche. Si quieres, puedes quedarte con los abuelos, o podemos organizarlo para que te quedes con Sofía  o con Valentina. Pero no haré nada que tú no quieras que haga.

Olivia salió disparada de la cocina y su madre se sintió invadida por el desánimo.

—¿Adónde vas?

 —¡A buscar el parque en Internet!

El pequeño ratón de biblioteca era un genio a la hora de rastrear páginas Web. Paula la siguió hasta el salón, donde estaba el ordenador que utilizaba Olivia para los deberes y ella para su trabajo en el CDF de Santa Rosa. Se quedó en la puerta y esperó a que su hija descubriera el modo correcto de escribir «Yosemite» y abriera alguna página sobre el parque.

—¡Se puede montar a caballo!

A Paula no le sorprendió la emoción en la voz de la niña. Antes de la aparición de los libros de Harry Potter, se había aficionado a la lectura de textos sobre animales, desde gatos y perros hasta lobos y osos polares. Sin embargo, su animal favorito era el caballo. Fernando adoraba a los caballos y le habría encantado saber que su hija sentía la misma pasión por ellos.

—Suena divertido.

—Aquí dice que hay miles de pistas para montar —después de unos minutos, volvió a levantar la vista—. No veo ningún colegio.

—Es que el colegio es para los hijos del personal que trabaja allí, y por eso no lo anuncian en Internet.

—Se me había olvidado. Supongo que no querrán que los depredadores encuentren a algún niño —en esos momentos, Olivia parecía una persona mayor.

Paula sintió un escalofrío. Al menos en el colegio les enseñaban a estar alertas ante la cara más fea de la sociedad.

—¿Qué te parece? —ella contuvo el aliento—. ¿Voy a ver qué tal es aquello o no?

—Sí —Olivia seguía pegada a la pantalla—. Cuando acabe la clase de violín de Sofi voy a llamarla para que busque el parque de Yosemite. Aquí dice que algunos de los guardabosques van montados a caballo. Sofía podría venir a montar conmigo. Le preguntaré si me puedo quedar en su casa hasta que vuelvas.
Paula no se lo podía creer. Su hija no había dicho que no. De todas las maravillas de Yosemite, quién habría dicho que los caballos serían el factor clave.

—Mientras tú haces eso, enviaré un correo electrónico al director para comunicarle que estaré preparada para ir el lunes.

Faltaban cinco días. Tiempo suficiente para ponerse al día con el proyecto sobre el que trabajaría a lo largo del río Tuolumne. Los Awahnichi habían vivido allí en el 500 D.C. La emocionaba la idea de realizar el trabajo de campo. Salvo por Olivia, la mayor alegría de su vida, no había vivido nada emocionante después de perder a Fernando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario