jueves, 1 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 35

—Gracias, Pepe. Por sacarme de ahí. No podría haberlo hecho sola.

—Ha sido un placer —respondió , sabiendo que significaba mucho para ella— ¿Quieres pasear un rato?

—Sí, me encantaría.

Ella le agarró del brazo cuando él abrió el paraguas y echaron a andar bajo la lluvia. Sintió un alivio inmenso por el simple hecho de alejarse de La Marguerite.

—Podría haberte hablado de Miguel en Florencia, supongo; pero creo que ha sido más eficaz que lo hayas conocido.

—Deberías felicitarme por no haber puesto en práctica mi famoso derechazo; créeme, he sentido una gran tentación. ¿Por qué dejó a tu madre, Pau?

—Bueno, en ése momento yo no tenía ni idea. Por otra mujer... supongo. Cuando mi madre me dijo que se marchaba, lo seguí hasta la puerta y le rogué que se quedara. Él me miró como si yo fuera el barro de sus botas y me preguntó por qué iba a quedarse con una niñata llorona que no tenía la decencia de haber sido un chico.

—Debería haberle dado esta noche.

—Siempre me siento como si tuviera cinco años cuando estoy cerca de mi padre — declaró ella—. Es tan humillante... Incluso ahora mismo daría toda mi fortuna por oírle decir que me quiere.

Paula continuó hablándole de su padre, dibujando el retrato del hombre egoísta que era Miguel Chaves. Apenas mencionó a su madre y Pedro decidió dejarlo para otro momento. Cuando estaban cerca de una boca de metro, ella se volvió hacia él impulsivamente.

—Tomemos el metro hasta los Campos Elíseos; los adornos navideños son siempre tan bonitos allí. Estarán preciosos bajo la lluvia.

Ella le tiró de la manga, sonriéndole. A Pedro se le fue el alma a los pies. Habría hecho cualquier cosa para no borrar esa sonrisa de sus labios. Pero delante de él estaban las empinadas escaleras con las barandillas de acero y la oscura cavidad que se adentraba bajo tierra.

—No puedo —dijo él.

—¿Qué quieres decir? Tengo billetes... Vamos.

 —Nunca tomo el metro. Ni tampoco el de Nueva York, ni el de Londres. Tengo... claustrofobia.

Su sonrisa se desvaneció. Lo llevó a un lado de la entrada y lo miró a los ojos con preocupación. Después del coraje que había mostrado esa noche, Pedro decidió que merecía saber la verdad.

—A los siete años me secuestraron y me tuvieron encerrado para recibir un rescate —dijo rápidamente—. Me raptaron un día a la salida del colegio, me drogaron y me metieron en un sótano oscuro durante quince días. Desde entonces, no puedo soportar los espacios cerrados.

—¿Cómo te rescataron?

—La policía y el FBI. Tuve suerte.

Ella abrió de pronto los ojos como platos.

—¡Dios mío! —exclamó horrorizada—. El Genoese. Es un sótano. ¡Ay, Pepe, lo siento tanto!

—Seguramente me vino bien —dijo él—. ¿No es eso lo que recomiendan todos los psicólogos, que uno se enfrente a sus miedos?

—No bromees con algo que no tiene ninguna gracia —dijo Paula atropelladamente—. De haberlo sabido, no te habría sugerido ese bar... No puedo creer que me esperaras allí tres noches seguidas. Si al menos hubiera aparecido la primera noche; pero estaba tan empeñada en demostrar que no me equivocaba...

Él esbozó una sonrisa torcida.

—Desde luego que me pusiste a prueba bien. Pero ella no sonreía.

—Aguantaste —dijo Paula, conmovida en lo más hondo—. No me conocías y aun así aguantaste hasta el final.

—No hagas de mí una especie de caballero andante —dijo Pedro con incomodidad.

—No estoy haciendo nada de eso. Pero empiezo a ver lo fuerte que eres, tu determinación. Me siento... —buscó la palabra adecuada— humilde. Has pasado por todo eso sólo porque quieres estar conmigo.

—En efecto.

Ella lo ignoró y continuó hablando.

—Tu coraje... Esa integridad tuya... No he querido verte como de verdad eres, porque entonces no podría despedirte con la misma facilidad —instintivamente le agarró el brazo con más fuerza—. No entiendo por qué me deseas tanto; y no, no he terminado con mis elogios.

—Yo tampoco lo entiendo —dijo él en tono áspero—. Lo único que sé es que pienso en tí noche y día y no puedo dormir porque no estás a mi lado, y ni siquiera quiero mirar a otra mujer.

—Bueno —dijo ella con voz temblorosa—. Eso es bastante.

—Pero luego está el compromiso.

—¡Creo que deberías saber ya, que esa palabra me vuelve loca! Mi padre cambia de mujer con la misma facilidad con la que cambia de corbata. Los hombres con los que yo salgo... Sus aventuras empiezan y acaban con suma facilidad, porque siempre hay otra mujer bella a la vuelta de la esquina.

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