domingo, 11 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 64

—De acuerdo. Pero sólo porque las piernas no me aguantan. ¿Me prometes que vas a encender la calefacción a tope?

—Sí. Vamos.

—Como te dije, eres mandona —pero al momento se acercó a ella—. Gracias, Pau; gracias por estar ahí —le susurró al oído con emoción.

A ella le tembló la voz al contestar.

—De nada, Pepe.

Cuando estuvo acomodado en el asiento del acompañante, ella le dió una taza de café y unos bollos.

—En media hora estamos en el hospital —dijo mientras accedía a la autopista—. ¿Crees que tienes el brazo roto?

—Seguro, a juzgar por lo que me duele...

Pedro pasó a contarle lo que le había ocurrido y cómo había pasado doce horas sin conocimiento.

—No me extraña que tengas tan mala cara, tantas horas metido en un sótano lleno de humedad. No deberías hablar, Pepe. Descansa...

—Necesito hablar, Pau. No podía soportar la idea de que estuvieras esperando mi llegada, esperando y esperando, para darte cuenta poco a poco de que no había acudido a tu llamada; de que te había fallado y traicionado del modo más cruel.

—La verdad, sí que sentí todas esas cosas. Ha sido una noche muy larga y espero que jamás vuelva a sentirme tan baja de ánimos como me sentía a las cuatro de la madrugada. La única alegría ha sido que mi madre estaba mucho mejor de lo que yo había pensado, así que al menos no tenía que preocuparme tanto por ella. Aunque cometí el error de decirle que tú ibas a tomar un avión para estar conmigo.

Pedro soltó una palabrota que lo resumía todo.

—Tú lo has dicho. Esta mañana muy temprano, cuando estaba claro que no habías aparecido o enviado un mensaje, mamá empezó a pincharme. Pero pasado un rato le dije que se guardara sus opiniones sobre tí y empecé a pensar en tí y en cómo me habías dicho que jamás me dejarías tirada porque tú eras distinto a mi padre y los maridos de mi madre. Entonces fue cuando me dí cuenta de que te había pasado algo. Después Antonio me dijo que no habías vuelto de Maine. Tomé un vuelo por los pelos y fuí directamente a la casa.

—Confiaste en mí —dijo Pedro.

—En cuanto dejé de hacerle caso a mi madre —Paula vaciló—. Confío en tí, Pepe. Y no me he equivocado, ¿Verdad?

—No sé cómo decirte lo mucho que me pesa haberte hecho pasar por todo lo que has pasado.

—No te preocupes. No hay nada como escuchar cómo habla mi madre de los hombres para hacerme reaccionar —le echó una mirada de reojo—. Hay algo de lo que yo también me arrepiento, y es de no haber llamado a la policía antes de poner rumbo a la casa. Te habrían rescatado mucho antes.

—Me alegro de que no lo hayas hecho —dijo Pedro con énfasis—. Imagínate el lío de sirenas, coches de policía, informes. No, mejor no.

—Entonces los dos lo hemos hecho bien —dijo ella contenta.

—Tú lo has hecho muy bien, Pau. Espléndidamente bien.

Ella sonrió de oreja a oreja.

—Es maravilloso saber que finalmente confío en tí...

—Entonces ha merecido la pena caerme a ese sótano.

—¿Podrás hacer el amor con el brazo escayolado? —dijo ella con descaro.

—Confía en mí —respondió Pedro.

—Lo haré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario