domingo, 4 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 40

Paula  se paró en seco al verlos. Pedro carraspeó.

—Venga, ustedes dos, dejenlo ya.

Ana dió un respingo.

—¡Ah, no quería que se levantaran a ayudarnos! —dijo—. ¡Horacio, estáte quieto!

Su marido le dio una palmada en el trasero.

—Lo que tú digas, cariño. ¿Quieres que monte la nata?

—Sí, buena idea —respondió Ana mientras le quitaba los platos a su hijo de las manos—. La salsa de ruibarbo va en ese tarro, Paula y los palitos de queso en ese cacharro que hay en la encimera.

De postre tomaron macedonia de frutas con Grand Marnier y nata montada. Horacio devoró el postre con alegría y le guiñó un ojo a su hijo.

—A partir de mañana, leche desnatada.

Después de tomar café, Ana le enseñó el ático de lujo a Paula mientras Horacio discutía con Pedro sobre sus planes para renovar la casa de Maine. Finalmente, llegó el momento de marcharse. Paula les dió las gracias a los padres de Pedro con un placer que a éste le pareció sincero.

—Espero verlos pronto —dijo Ana mientras besaba a Paula en ambas mejillas.

—Eso sería estupendo —corroboró Horacio—. Te llamo en un par de días, Pepe, cuando me den el presupuesto para el tejado.

—Muy bien, papá... Mamá, gracias.

—Te quiero —dijo su madre como le decía siempre cuando se despedían, tanto si era para dos días como para dos meses.

Paula agarró su jirafa de peluche y Pedro y ella bajaron en el ascensor. Puso la jirafa en el asiento de atrás del coche antes de sentarse delante con Pedro. Cuando éste se sentó y cerró la puerta, ella se dirigió a él con frialdad.

—¿Discutimos ahora o después?

Sus ojos eran de un azul frío, como el de un glaciar.

—Ahora —dijo Pedro—. Mis padres son gente de verdad, Pau. No siempre lo han tenido fácil. Sus familias nunca se llevaron bien... El secuestro fue horrible para ellos; siempre quisieron tener más hijos, pero mi madre tuvo varios abortos después de tenerme a mí. Y estoy seguro de que han tenido las dificultades habituales que existen en un matrimonio después de tantos años. Pero se quieren mucho y eso les ha ayudado a soportarlo todo. Se llama compromiso.

—El antídoto perfecto para mi padre.

—De acuerdo, parece que traerte aquí a comer no ha sido demasiado sutil por mi parte. Pero no voy a esconder a mis padres sólo porque ellos estén enamorados.

—No son capaces de dejar de hacerse arrumacos —chilló Paula—. Estaban besándose, a su edad, en la cocina.

—Lo hacen continuamente. Yo me hago el loco. No me interesa la vida sexual de mis padres, gracias. ¿Pero qué tiene que ver su edad con eso? ¿No crees que tú podrías ser así también?

—¡No, no lo creo!

—Sólo se me ocurre un modo de demostrarte lo contrario.

—¿Y cuál es?

 —Que vivamos juntos durante treinta y nueve años antes de mantener otra vez esta discusión.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire. ¿Pero qué le pasaba? ¿Cómo se le había ocurrido que podría vivir con Paula? ¿Con la testaruda de Paula? Con la deseable, la apasionada y la bella Paula...

Ella lo miró con rabia.

—¡Deja de tratarme como si fuera una tonta!

—No es ése mi pensamiento ni mi intención, Pau. Lo único que he hecho hoy ha sido presentarte a dos personas que se han amado en lo bueno y en lo malo. Para demostrarte que puede ser posible con tesón y coraje y que el resultado final es la felicidad.

Como había ocurrido tan a menudo, Pedro le dejó sin habla.

—De acuerdo, nunca he conocido a una pareja como ellos en mi vida. Y entiendo lo que quieres decirme; que hay personas que son capaces de seguir casadas y ser felices. O, por lo menos, tus padres han sido capaces de hacerlo.

Paula pensó en lo mucho que le había afectado ver un amor tan profundo, tan duradero y auténtico.

—No sé cómo hacer lo que han hecho ellos. No he tenido modelos que seguir. De modo que el matrimonio es lo último en lo que me embarcaría —aspiró hondo y con fuerza—. Apenas me atrevo a preguntarte cuál es el paso siguiente en tu campaña.

—Llevarte a la cama —le dijo Pedro sin pensárselo dos veces—. Pero sin que esa jirafa estúpida vigile cada uno de nuestros movimientos.

—¿Y entonces nos iremos a vivir juntos durante treinta y nueve años? Muy gracioso —dijo con tirantez—. El próximo paso en la campaña es mío... ¿Tienes planes para mañana?

—No. Me marcho a Oslo al día siguiente.
Ella abrió el bolso, sacó un pequeño bloc de notas y un bolígrafo y su teléfono móvil y marcó un número. Entonces habló en un italiano fluido, esperó unos minutos y anotó unos números en el cuaderno.

—Grazie... Arrivederci.

No hay comentarios:

Publicar un comentario