jueves, 15 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 1

La novia acababa de darle un trozo de tarta al novio y el fotógrafo agrupó a los invitados para una última serie de fotos.

—Tú también, Nico. Únete a tus padres. Que todo el mundo sonría. Digan «patata».

Nicolás Darrow, de seis años y vestido de etiqueta, era la viva imagen de la felicidad. Acababa de convertirse en el hijo adoptivo de su tía, Romina Darrow Rossiter y su nuevo padre, Matías Rossiter, guardabosque jefe del Parque Nacional Yosemite en California.

La boda y el banquete, celebrados a finales del mes de septiembre, habían reunido a media docena de guardabosques de Yosemite en la residencia del padre de Romina de Miami, Florida. Pedro Alfonso reía al contemplar a Nico. El niño estaba tan contento que apenas podía pararse el tiempo suficiente para posar para la foto. Nadie se alegraba tanto por ellos como Pedro, el mejor amigo de Matías y padrino de la boda. La mayoría de los invitados se había marchado y la fiesta tocaba a su fin. Pedro, segundo al mando, sería el jefe durante las siguientes tres semanas. Y como tal, junto al resto de sus compañeros, debía tomar un avión de vuelta a Yosemite, no sin antes cambiarse de ropa.

—¿Tío Pepe? —el chiquillo corrió tras él hasta el dormitorio de invitados.

—¿Qué hay, Nico? —chocaron los cinco.

Matías le había enseñado a llamar a Pedro «tío». A pesar de no compartir ni una gota de sangre, se había convertido en un miembro de la familia Rossiter, y le encantaba.

—¿Ya te vas?

—Eso me temo.

—Ojalá no tuvieras que marcharte aún.

Aquello suponía todo un progreso. Desde su llegada a Yosemite, con su tía, Nico no había tolerado a nadie, salvo a Matías, a su alrededor. Tras las firmas de rigor que los habían convertido en legítimos padre e hijo, el chico había aceptado por fin a Pedro.

—Me gustaría quedarme, pero alguien debe vigilar el parque hasta que vuelva tu papá.

—Mamá y yo iremos con él.

—¡No me digas! —Pedro rió—. Vamos a ser vecinos. Me muero de ganas.

—¡Yo también!

Por primera vez desde que se habían conocido, a principios de junio, el chico se arrojó a sus brazos y a Pedro se le formó un nudo en la garganta. Habían pasado juntos momentos muy dolorosos.

—Puede que cuando estés en Londres veas a la reina —añadió Pedro. A Nico le encantaba Harry Potter y quería visitar la estación de tren de la que partían los chicos hacia la escuela de magia de Hogwarts.

—Sí. Y también veré castillos y autobuses rojos de dos pisos y búhos blancos.

—Si ves un búho blanco, no te olvides de mandarme una postal para contármelo.

—¡Lo haré! Papi dice que no son tan grandes como nuestro búho real del parque. Cuando volvamos quiero ver cómo se van a dormir los osos.

—No es fácil pillarlos cuando se van a la cama —Pedro rió mientras se cambiaba de ropa.

—¡Papi puede! Utilizaremos los prismáticos y los espiaremos.


Según Nico, Matías era capaz de cualquier cosa. Y también según Romina. Matías había tenido mucha suerte. Pedro sintió cierta añoranza por la felicidad que una vez había compartido con Paula Chaves. El sentimiento lo pilló totalmente por sorpresa y con la guardia baja. Incluso tras diez años lo asaltaban los recuerdos de ella y de la vida que habían planeado juntos. Pero ese sueño se había roto. La preciosa Paula seguramente estaría casada y con unos cuantos hijos.

—¿Nico? —llamó una voz familiar.

Ambos se volvieron y vieron a Matías en la puerta.

—El tío Pepe tiene que volver para encargarse del parque —anunció el niño.

—Sí —el rostro de su padre se iluminó con una amplia sonrisa—. Todo queda en tus capaces manos. Te cedo todos los quebraderos de cabeza con mis bendiciones.

—¿Quebraderos de cabeza? —Nico frunció el ceño.

—Significa que a veces surgen problemas —Pedro acarició la cabeza del pequeño.

—¿Como cuando el oso se metió en el coche de aquella señora y no quería salir?

—Y como cuando cierto niño de seis años se escondió porque no quería volver a Florida.

—¡Papi me encontró! —Nico rió.

—Buena suerte en tu primera reunión con el nuevo superintendente —Matías soltó una carcajada y se volvió hacia su ayudante—. Patricio Telford acaba de enviudar y tiene un hijo y una hija en la universidad. Tengo entendido que es ambicioso, lleno de nuevas ideas. Me alegro de que seas tú quien rompa el hielo con él y no yo.

—Esperemos que no resulte tan gruñón como el anterior —dijo Pedro, y Matías asintió.

—¡Por fin los encuentro!

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