jueves, 15 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 2

Romina entró en la habitación flotando en su vestido blanco de boda. Era como una aparición de satén y cabellos dorados. A Pedro, el encanto y la personalidad de esa mujer le recordaban a Paula, por eso se había sentido atraído hacia ella la primera vez que había aparecido con Nico en el parque. Sin embargo, Romina sólo había tenido ojos para Matías. Al mirar a su esposo, el amor que reflejaban sus ojos verdes era cegador. El dolor le agarrotó las entrañas. Paula solía mirarlo así. Se preguntó cuánto tiempo necesitaría para superarlo y enamorarse de otra mujer. Desde luego lo había intentado y le aterraba la idea de que jamás sucediera.
Durante el vuelo de vuelta a California, le daría al guardabosque Baird luz verde para que le organizara una cita con la prima de su mujer. Durante más de un año, los Baird habían intentado juntarlos. ¿Por qué no? Ver a Matías y a Romina tan felices le provocaba un tremendo deseo de experimentar la misma felicidad.

—Gracias por todo —Romina lo abrazó—. Volveremos pronto al parque. Cuídate, Pepe.

—¿Cuándo será la operación de tu padre? —él le tomó las manos.

—El día después de nuestro regreso de Londres. Sólo estaremos allí una semana. Las dos semanas siguientes las pasaremos en Miami con mis padres. Si el corazón de papá está bien, lo llevaremos con nosotros a California.

—Todos rezamos por él.

—Lo sé y se los agradezco —lo abrazó una vez más.

—Su taxi ha llegado, Pepe —le advirtió Matías—. Los acompañaré.

Pedro siguió a Matías hasta la entrada donde aguardaban dos taxis.

—Disfruta de la luna de miel —Pedro se volvió hacia su amigo—. Si necesitan un  par de semanas más de lo planeado, no hay problema.

—Gracias. Veremos qué tal sale todo, te lo agradezco. Buena suerte. Los echaré de menos.

—Seguro que sí —Pedro rió mientras se subía a uno de los taxis junto a un compañero guardabosque e indicaba al conductor que se dirigiera al aeropuerto.


Aunque ya estaban a mediados de octubre, hacía calor en Santa Rosa, California. Paula Chaves puso el aire acondicionado y esperó en el coche estacionado a la puerta del colegio Hillcrest. Eran las tres y media. En cualquier momento terminarían las clases y no sabía muy bien cómo darle la noticia a su hija de diez años, Olivia. Mientras reflexionaba sobre la inesperada oferta de empleo que había recibido, los alumnos salieron en tropel del colegio. Cinco minutos después vio a su estilizada hija caminar hacia el coche. Sofía, su mejor amiga, corrió para alcanzarla.
Juliana, la madre de Sofía, era madre soltera como Paula, y llevaba a las niñas al colegio cada mañana. A la salida, Paula cuidaba de la amiga de su hija hasta la llegada de su madre. El sistema había funcionado sin problemas durante los últimos dos años.

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