miércoles, 28 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 13

—No te va a gustar —tras un largo minuto de silencio, había llegado la hora de la verdad—. Cuando haya terminado de contártelo, no sólo vas a odiarme por mentirte, estarás furioso porque mi presencia aquí ha puesto el parque en peligro.

—¿Por qué no dejas que sea yo quien lo decida? —Matías lo miró preocupado—. Adelante.

—Para empezar —Pedro respiró hondo—, me llamo Fernando Gonzalez. Nací en Nueva York. Jamás estuve casado ni divorciado. Ni estuve en la marina. Como mis padres, yo también me licencié en la Universidad de Duke, en Arqueología, pero voy demasiado deprisa.

Pedro hizo una pausa y prosiguió.

—Antes de cumplir el año, mis padres se mudaron a China. Vivimos a lo largo de la Ruta de la Seda desde Oriente hasta Afganistán, y acabamos en una excavación en Kabul. Los arqueólogos a menudo consiguen entrar en países vedados para otros. Yo era muy joven cuando la CIA recurrió a mis padres en busca de informadores. Yo no comprendía las implicaciones. Lo único que sabía era que no debía contárselo a nadie.

Matías  sacudió la cabeza, impresionado.

—Durante la ocupación rusa de Afganistán, y el posterior gobierno talibán, el museo nacional de Kabul fue saqueado, pero los tesoros jamás aparecieron. El mundo estaba perplejo. Para abreviar: el gobierno afgano lo había escondido en una caja fuerte bajo el palacio presidencial de Kabul. Tras la expulsión de los talibanes, un equipo de cerrajeros fue contratado para abrir los siete cerrojos. Salvo por unas pocas piezas, el fabuloso tesoro de oro bactriano estaba intacto junto con las valiosísimas monedas del siglo V a.C. en adelante, con los perfiles de los sucesivos reyes. Equipos de arqueólogos, incluyendo el nuestro, fueron llamados para verificar la autenticidad del tesoro.

—¿Llegaste a verlo?

—En parte —Pedro asintió—, pero la victoria tuvo su precio. Una célula de Al-Qaeda que seguía con los talibanes decidió vengarse contra todo el que estuviera relacionado con el hallazgo. Hicieron estallar nuestra excavación, mataron a mis padres y a otras trece personas. A mí también me dieron por muerto, pero sobreviví y fui trasladado a Suiza por la CIA. Estuve casi un año en el hospital. Aparte de las enormes heridas y cicatrices de las sucesivas operaciones, me dijeron que jamás podría tener hijos. Y algo más…

Matías, visiblemente, contuvo el aliento.

—Tengo un trozo de metralla alojado en el corazón. Es inoperable. Si se mueve, soy hombre muerto. Mi vida no valía nada, de modo que accedí a volver a trabajar para la CIA. Era mejor que sentarme a esperar el final. Gracias a mis conocimientos de lengua árabe, panyabi y dari persa, me infiltraba para suministrarles información. Mi sed de venganza demostró ser fuerte. Para mi sorpresa, mi corazón sobrevivió al entrenamiento. El médico no salía de su asombro. Al final les di seis años de mi vida. En mi última misión fui delatado por un doble agente que me reconoció del desastre de Kabul. Y me incluyeron en el programa de protección de testigos, aquí en Yosemite.

Respiró hondo, la narración llegaba a su fin.

—Durante tres años nada ha alterado mi existencia aquí… hasta ayer. —Sabía que había pasado algo —Matías se cruzó de brazos y miró a Pedro con una mezcla de fascinación y admiración—. Continúa.

—Estoy metido en un lío, Mati —Pedro tragó saliva con dificultad.

—¿Quieres decir que tu identidad ha sido comprometida?

—Aún no —se frotó la mandíbula—. Pero está relacionado. Acabo de saber que soy padre.

—¿Te importaría repetirlo? —Matías entornó los ojos.

—Al parecer, tengo una hija. Su madre es la mujer que iba en el helicóptero ayer, Paula Chaves. Me enamoré de ella en Afganistán. Era una estudiante de Arqueología de UCLA.

Matías dió un respingo.

—Cuando Paula apareció en la excavación hace diez años, ningún hombre podía apartar los ojos de ella. Me bastó un vistazo para sentir una atracción que no hizo más que aumentar cuando sonrió.

Su inteligencia lo había fascinado. La calidez de su personalidad lo había cautivado.

—Nos volvimos inseparables… hasta el día de la explosión, que nos separó para siempre. Gracias a Dios ella se había quedado en el hotel aquella mañana —su voz se quebró.

—Gracias a Dios —repitió Matías.

—Habíamos planeado casarnos a finales del verano, pero… Ella volvió a California convencida de que yo había muerto. Habíamos tomado precauciones y no podía imaginarme que estuviera embarazada cuando se marchó. Tuve miedo de que las células de Al-Qaeda en Estados Unidos la persiguieran por ser un miembro del equipo de la excavación. No tuve otra opción que seguir muerto para ella. Además, afrontémoslo, ¿Quién querría a un despojo humano que podría caer muerto en cualquier instante?

—Te sigo —susurró Matías.

—La CIA la ha mantenido bajo vigilancia todos estos años, pero jamás me han dado noticias suyas. Supongo que sabían que si descubría que tenía una hija, no podría mantenerme alejado de ella —respiró hondo—. ¿Te imaginas cómo me sentí ayer cuando aparecí en el lugar del accidente y encontré a Paula destrozada en el bosque?

No hay comentarios:

Publicar un comentario