jueves, 15 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 4

De haber sido niño, Olivia sería idéntica a su padre de joven. Tenía su naríz recta que les confería carácter. También tenía su boca grande y los cabellos de color castaño oscuro. Lo único heredado de ella era la barbilla redondeada y los ojos azules. Los ojos de Fernando habían sido grises con motas de plata que se iluminaban al mirarla. Durante sus apasionados encuentros amorosos se volvían iridiscentes, indicando que le proporcionaba tanto placer como él a ella.

—Se lavan  primero las manos —dijo antes de abrir la puerta del departamento.

—¿Por qué nos lo dices siempre, mamá? Ya no somos unos bebés.

—Es verdad. Me temo que tengo la manía de tratarte como si lo fueras —en algunos aspectos, su hija crecía demasiado deprisa, aunque a lo mejor no le venía mal para la conversación que les aguardaba. Hacía falta un cierto grado de madurez para que Olivia considerara la opción de mudarse a un lugar excepcional.

—Mamá también me lo dice —dijo Sofía.

Mientras las niñas corrían a la habitación de Olivia, su madre se cambió de ropa y metió la carne picada en el microondas para descongelarla. Las niñas aparecieron en la cocina para picar y rallar los ingredientes mientras ella freía las tortillas y sofreía la carne. Luego prepararía una ensalada de fruta. Acababan de sentarse a la mesa cuando apareció Juliana. Había olvidado la clase de violín de Sofía y tenían que marcharse de inmediato. Paula les envolvió un par de tacos para que se los llevaran.

—Gracias, Pau. Mañana te veo, Oli.

—Adiós —Olivia volvió a la mesa—. Me alegro de que no me apuntaras a violín.

—Todo el mundo debería aprender a tocar algún instrumento. Yo tocaba el piano, y había pensado alquilar uno para que empieces a dar clases, pero antes quiero hablar de algo.

—¿De qué? —Olivia se preparó otro taco y lo mordió con entusiasmo—. ¿Has vuelto a discutir con la abuela?

—¿Esa impresión damos? —Paula dejó de masticar.

 —A veces —fue la tranquila respuesta.

—Lo siento. Cuando hablamos, a veces parece que discutimos, pero es nuestra forma de comunicarnos. Te adoran y les gustaría que viviésemos en San Francisco — contempló a su hija con atención—. ¿Alguna vez has deseado vivir allí?

—A veces —dió otro mordisco al taco—. ¿Y tú?

—A veces, pero yo no puedo hacer mi trabajo allí.

—Lo sé. Si papá no hubiera muerto, viviríamos con él y sí podrías —su lógica era irrefutable.

—Tienes razón, cielo —Paula le había contado la verdad. Fernando y ella no habían tenido tiempo de casarse antes de su muerte, pero lo habían planeado porque estaban muy enamorados. Era su padre de pleno derecho—. Estaríamos siempre juntos.
Había llegado el momento de abordar el tema del empleo nuevo, pero el giro en la conversación le hizo dudar. ¿Estaba perjudicando a Olivia viviendo lejos de sus padres?

—Si yo estuviera dispuesta a cambiar de trabajo, podríamos vivir en San Francisco.

—¿Qué trabajo?


—No… no lo sé aún —balbuceó ella. Olivia parecía interesada en la posibilidad.

—El abuelo dice que él se ocuparía de nosotras y que tú no tendrías que trabajar.

—De niña ya cuidó de mí —Paula suspiró—, pero ahora que soy mayor y tengo una hija, ¿Crees que debería seguir ocupándose de mí?

—Si papá viviera, él cuidaría de nosotras —dijo la niña tras unos segundos de silencio.

—Pero murió, y de eso hace mucho tiempo.

Paula se había esforzado en hacerle comprender a su hija qué padre tan maravilloso y aventurero había tenido. No le había resultado difícil porque Fernando había sido especial, cariñoso, brillante y, aun así, amante de la diversión. Olivia había sabido lo valiente que había sido al trabajar en un ambiente hostil, pero sin que su madre se sintiera insegura. Le había expresado a Paula sus deseos de casarse con ella y tener hijos. Los dos habían albergado sueños de formar una familia. Las fotos mostraban a un hombre fuerte, atractivo y vital que cualquier niña desearía reclamar como padre. Por eso Olivia no olvidaba nunca que la habría amado y que habría sido el mejor padre del mundo.

—¿Por qué no viven Juliana y Sofía con los padres de Juliana? —Paula se irguió en la silla.

—No lo sé —Olivia se encogió de hombros.

—Seguramente porque a Juliana le gusta ocuparse de su hija, igual que a mí me gusta ocuparme de tí—ya no podía retrasar más el momento de la pregunta definitiva—. ¿Preferirías que el abuelo se ocupara de nosotras?

—Si a tí no te gusta, no —los ojos azules la miraron fijamente.

—Cariño… —Paula agarró la mano de su hija—. Quiero que seas sincera. ¿Te gustaría que nos mudáramos a San Francisco? Si quieres podemos. Encontraré un trabajo allí.

—¿Te refieres a vivir con los abuelos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario