jueves, 15 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 3

Imaginarse a la reservada Olivia obligada a hacer nuevos amigos en un nuevo entorno era preocupante. Pero había deseado mucho tiempo el nuevo empleo. Llevaba cinco años como arqueóloga en el Departamento Forestal de California, conocido como CDF, y era la primera vez que surgía una oportunidad como ésa. El sueldo no era gran cosa, pero si no aceptaba perdería la oportunidad de su vida de hacer trabajo de campo en la Sierra Indians, su especialidad.

Diez años atrás, sus padres, que llevaban una frenética vida social en San Francisco, la habían recibido con los brazos abiertos a su vuelta de Oriente Medio y habían intentado consolarla por la pérdida de Fernando y su familia. No había habido dos personas más amables y comprensivas al saber que estaba embarazada, pero habían albergado la esperanza de que se fuera a vivir con ellos y no entendían la clase de trabajo que pretendía hacer, sobre todo con un hijo en camino.

Había alquilado un pequeño departamento, pedido un crédito para terminar los estudios y buscado una cuidadora para su hija recién nacida. Tras licenciarse en Antropología, se había mudado a un apartamento en Santa Rosa, donde había empezado a trabajar en el CDF. Poco a poco había ido ascendiendo mientras luchaba por ser la mejor madre posible. Todos los meses pasaban un fin de semana en San Francisco para que Olivia pudiera ver a sus abuelos, pero éstos no dejaban de quejarse por el trabajo que había elegido y la tensión era cada vez mayor, algo que no pasaba desapercibido para Olivia.

Si aceptaba el nuevo puesto, sus padres la sermonearían sobre lo defraudados que se sentían por verla dedicada a un oficio tan poco ortodoxo teniendo una hija que cuidar. Ya que era inútil discutir con ellos, podría decirse que Olivia y ella estaban solas. Hasta el momento les había ido bien. No serían las primeras en mudarse por motivos de trabajo. Muchos de los empleados de la empresa farmacéutica de su padre se veían obligados a trasladar su residencia, pero él no lo consideraba una excusa válida cuando hablaban del futuro de su única hija y nieta. La decisión final dependería de Olivia.

—Hola, chicas.

—¡Hola! —contestó Sofía, la primera en subirse al coche.

Olivia se sentó a su lado, ambas niñas aferradas a sus mochilas.

—¿Qué tal el colegio hoy? —Paula arrancó y el coche empezó a avanzar.

—Bien.

 —Hemos tenido a una sustituta —informó Sofía.

—¿Y les ha gustado?

—No ha estado mal, pero ha castigado a dos de los chicos sin recreo.

—¿Por qué?

—Se rieron de ella porque era coja.

—Joaquín  y Nahuel son malos —explicó Olivia.

—Eso fue muy cruel por su parte —Paula miró a su hija por el espejo retrovisor. —Se lo voy a contar a la señora Darger cuando vuelva.

—Bien por tí—el colegio no tenía ninguna política contra los abusos, y eso incluía el abuso contra los profesores. Todos debían permanecer vigilantes. —Si lo descubren podrías meterte en un lío.

 —No me importa —le dijo Olivia a Sofía.

Olivia se rebelaba contra las injusticias sin importarle las consecuencias. ¡Cómo amaba a su hija!

—Prepararé la cena mientras hacen los deberes —minutos más tarde, Paula estacionó el coche frente al complejo en el que residían. Siempre cenaban pronto porque Roberta solía tener hambre a esa hora.

La hija de Paula era una criatura curiosa. En lo que llevaban de curso, la comida que le preparaba para llevar al colegio volvía intacta. La única explicación que le daba era que los chicos más populares se burlaban de quienes no llevaban un zumo o un aperitivo de determinada marca. A Paula le había costado doblegarse, pero al fin había permitido que su hija eligiera las marcas para acallar los comentarios negativos. Si le daba un cheque para pagar la comida del colegio, solía encontrárselo de nuevo en la mochila. La niña, al parecer, sentía demasiada vergüenza para pasar por caja. La timidez podría deberse a la ausencia de un padre.

 El recuerdo invadió su mente. El dolor de aquel aciago día en Kabul aún era demasiado fuerte. Paula se dirigía hacia la excavación cuando una explosión había hecho temblar el suelo. A continuación se había desatado el caos. Enseguida supo que Fernando, sus padres y todos los que iban con ellos habían muerto.

—La sustituta no nos ha puesto deberes, mamá. La señora Darger volverá mañana.

—Entonces pueden ayudarme a preparar los tacos —Olivia nunca mentía y Paula no vió motivo para sospechar.

—¿Puedo rallar el queso? Sofía había preguntado primero, aunque a Olivia le encantaba hacerlo.

—Claro —Paula volvió a mirar a su hija por el retrovisor. Estaba mascullando algo, pero su sentido de la justicia se impuso y no dijo nada. Era un rasgo admirable heredado de su padre.

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