domingo, 4 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 39

El padre de Pedro abrió la puerta.

—Pepe... Y tú debes de ser Paula. Pasen, por favor.

Horacio Alfonso era casi tan alto como su hijo, de cuerpo atlético y cabello canoso. Sus ojos azules estaban llenos de vida. Se presentó a Paula, sonriéndole con encanto. Ésta dijo lo primero que se le ocurrió.

—Se parece muchísimo a su hijo.

Horacio se echó a reír.

—Bueno, pero con veinticinco años más. Esto... Qué jirafa tan bonita.

—Se llama George —dijo, dejándola en una esquina—. Mi regalo de Navidad de Pepe.

—Es más original que un suéter o una joya —dijo Pedro con una sonrisa pausada—. Hola, mamá.

—Pepe, cariño —Ana besó a su hijo en la mejilla con amor, con sus facciones patricias colmadas de placer; entonces se volvió hacia Paula—. Bienvenida —le dijo mientras se limpiaba la mano en el delantal para saludarla—. Me alegro tanto de que hayan podido venir a almorzar con nosotros.

Aunque sus palabras eran convencionales, su trasfondo de calidez era auténtico y Paula lo percibió inmediatamente.

—Dame, deja que me lleve tu abrigo... Pepe nos ha dicho que vienes directamente desde Trinidad.

En el salón, Horacio le ofreció una bebida a Paula y Ana sacó gambas salteadas y una salsa para empezar a comer. Slade se sentó de espaldas a la luz, de frente a Clea para poder mirarla. Aquella habitación era tan familiar para él como su despacho del centro donde pasaba la mayor parte del tiempo; tener allí a Clea le resultaba desconcertante.

—Un Martini riquísimo —le dijo a Horacio—. Y, Ana, las gambas están deliciosas.

—Horacio también sabe hacer florecer a las plantas de interior y de exterior; y navegar con un kayak por un torrente embravecido —se burló Ana—. Los ríos con olas grandes me dan miedo, pero me encanta el jardín. Has visto el jardín de Mariana Hayward, ¿No, Paula? Es precioso, ¿Verdad? Mariana es una vieja amiga de la familia.

Paula sonrió en señal de asentimiento y pasó a hablar de los jardines que había visitado en Europa. La conversación se movía de un tópico a otro y  fue esquivando con elegancia todas las preguntas que se acercaban a su vida privada. Al pasar al salón, Pedro comentó con curiosidad:

—Ese cuadro del rincón... Es nuevo, ¿Verdad?

—Horacio me lo regaló en nuestro aniversario —dijo Ana dándole a su esposo un abrazo espontáneo—. Me encanta. Fíjate cómo se refleja el sol en el agua...

—Treinta y nueve años —dijo Horacio sonriendo a su esposa mientras la miraba a los ojos—. Y cada uno ha sido mejor que el anterior.

Paula sintió que se le formaba un nudo en la garganta y notó un calor en los ojos. Bajó la vista, mientras pasaba la mano distraídamente por las hojas brillantes de una enorme planta. Entonces, como si sintiera que Pedro estaba mirándola, lo miró de frente. El dolor se había desvanecido de su mirada, como si no hubiera estado ahí en ningún momento.

—Buena elección, papá. ¿Te he dicho que estoy pujando por un pequeño bronce de Ghibertí de principios del siglo XV?

—¿Para la casa de Florencia? —le preguntó Ana—. ¿Has estado allí, Paula?

Ella se puso colorada.

—Ah, esto, sí...

—Sólo una vez —dijo Pedro.

—Tienes que pedirle que te prepare una comida allí —continuó Ana mientras servía una crema de puerros espesa—. Tiene una cocina de ensueño.

—Me preparó una sopa —dijo Paula. Y también cuidó de ella, pensaba, deleitándose con el recuerdo agridulce de aquella noche.

—Le enseñé a Pepe la diferencia entre el orégano y el laurel desde muy pequeño —comentó Ana—. Me empeñé en no criar a un hijo que pensara que cocinar era sólo cosa de mujeres.

—No hay problema, mamá —dijo Pedro.

Pedro  le pasó un plato de palitos de queso recién hechos y habló con detalle sobre su último proyecto cerca de Hamburgo. Ana llevó las tartaletas de salmón ahumado con salsa de ruibarbo.

—Esta es tu especialidad, ¿Verdad? O eso me ha dicho Pepe. En Trinidad comimos tartaletas de carne de tiburón...

Paula  empezó a describir algunas de las especialidades que habían tomado en la casa de la playa durante la Navidad. A Pedro le pareció aquello una manera muy sutil de dejar claro que tenía muchos amigos y que había decidido no pasar las vacaciones con el hijo de Horacio  y Ana. Rellenó las copas de vino y cambió de tema, hablando de los huracanes que habían azotado las costas de Florida en el mes de septiembre. Cuando terminaron de comer las tartaletas, que desde luego estaban deliciosas, los padres de Pedro se levantaron para quitar la mesa y llevar el postre. También Paula y Pedro se levantaron para ayudarlos. En la cocina, Ana estaba aclarando los platos para meterlos en el lavavajillas, y Horacio estaba detrás de ella, abrazándola por la cintura y besándola en la oreja.

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