domingo, 31 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 62

—Porque cada vez que te oigo decirlo, creo un poco mas en tus palabras.

—¿Tan difícil es de creer?

— Para mí, sí respondió él, con el dolor reflejado en su rostro y su voz.

— Porque la gente a la que amaste te dejó o te rechazó. ¿Es por eso?

—Por eso, Pau —reconoció él, con pesar—. No podría soportar que tú lo hicieras —continuó, jugando con los dedos de la chica, concentrado en lo que hacía—. Nunca dije a ninguna mujer que la amaba. Empezaba a preguntarme si alguna vez lo haría. Hasta que te conocí —explicó, para luego mirarla con intensidad—. Tú cambiaste todo. Había leído sobre amores a primera vista, aunque siempre creí que se trataba de ficción romántica y nada más, sin embargo me ocurrió. Entré en la casa de tu madre y allí estabas. Supe que la búsqueda, de la que no me había dado cuenta, había llegado a su fin: había encontrado la mujer con la que quería compartir mi vida.

—Creí que me despreciabas entonces —murmuró ella.

—Estaba muy lejos de eso, querida. Pero no era ése el momento para la verdad. No quise que vinieras a mí por necesidad o dependencia debido a tu ceguera. Quería que lo hicieras como mujer independiente, por amor, no por temor.

— Entonces fue cuando decidiste que debía recuperar la vista. —dijo ella, con lágrimas en los ojos.

— Y, sin darme cuenta, puse otra vez a Facundo en tu camino.

— ¿Sabes? A veces le comparaba contigo, y siempre salía él perdiendo.

— Ahora te creo —afirmó él, apretándole las manos—. ¿Recuerdas que en el hospital te dije lo que me había alegrado verte? Hoy me has demostrado algo, Pau, al seguirme kilómetros bajo la lluvia y el viento porque era importante para tí verme. No estoy acostumbrado a importarle tanto a alguien —subrayó él, con un tono de humildad tal que ella sintió deseos de llorar—. ¿Entiendes lo que estoy tratando de decirte?


—Sí. Te entiendo —respondió ella—. Te seguiría hasta el fin del mundo, Pepe.

— Y yo a tí — señaló él, deslizando sus manos hasta tocar los codos de la chica, a quien hizo incorporar—. Porque te amo con todo mi corazón, Pau, y siempre te amaré.

Con suavidad, aunque con firmeza, él la besó, sellando el compromiso que acababa de expresar con palabras. Paula siempre recordaría ese momento mágico, el olor a madera quemada y el sonido de las gotas de lluvia al caer sobre el tejado. Confiada plenamente, se entregó al abrazo de Pedro, los ojos cerrados, el cuerpo invadido por una dulzura que, a medida que él estrechaba el abrazo, comenzó a convertirse en un palpitante deseo. Ella sintió que la blusa resbalaba por sus hombros mientras Pedro hundía el rostro en el valle aromático de su piel; ella le acercó más, sintiendo su cabello rozarle una mejilla, mientras repetía su nombre.

— ¡Te deseo, Pau! ¡Oh, Dios, cómo te deseo!

— Y me tienes en cuerpo y alma. Ahora y para siempre.

De pronto, Pedro se quedó inmóvil. Levantó la cabeza y la miró a los ojos.

— ¿Nunca hiciste el amor con otro hombre, Pau?

—No. Jamás.

— Pero te entregarías a mí ahora, ¿verdad?

—Sí. Lo haría, Pepe —afirmó ella, considerando que debía decir la verdad.

—Hace un rato hablé de pruebas, de cómo me habías demostrado tu amor por mí al seguirme hasta aquí. Y ahora me ofreces otra prueba: tu cuerpo.

—Te amo, Pepe—respondió la chica, sintiendo que era lo único que podía decir.

—Lo sé, Pau. Lo sé.... y Dios lo sabe. Quiero hacer el amor contigo —dijo él, deslizando sus manos desde los senos hasta la cintura de la joven, haciéndola estremecer de placer—. ¿Me creerás muy anticuado si te digo que prefiero esperar? Podemos casarnos dentro de tres días.

—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó ella maravillada.

—Por supuesto. No descansaré hasta haber colocado un anillo de oro en tu dedo. Y entonces —esbozó una sonrisa casi infantil—, deberás tener cuidado, señora Alfonso, porque serás tú quien no tendrá mucho descanso.

—Tampoco tú, lo prometo —afirmó ella, acariciándole el pecho y deslizando las manos por su cuello para atraerle hacia sí y besarle. Él la acercó más, estrechándola hasta quejarse por el dolor que sintió en las costillas.

— Ya ves. Finalmente te tengo para mí y ni siquiera puedo abrazarte —dijo quejándose en tono de broma, para añadir, con seriedad—: Aún no me has dicho si te casarás conmigo, Pau. ¿Me dirás que sí?

—Sí, Pepe—respondió ella, mirándole fascinada—. Me alegra tanto poder mirarte... —murmuró—. Pero, aunque estuviera ciega, no dudaría nunca de tu amor. Es como... —se interrumpió, mientras buscaba las palabras adecuadas—. Es como si mi corazón pudiera ver el interior del tuyo y leer lo que está escrito allí.

— Los dos estuvimos ciegos, Pau. Tú, físicamente. Yo, por los celos. Pero ya no.

— ¡No! —Exclamó ella, mirándole a los ojos con la alegría de vislumbrar un futuro a su lado—. Los dos podemos ver la verdad ahora, la verdad de un amor que durará para siempre.




FIN

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 61

—Mírame, Pau —ella obedeció involuntariamente, con una sensación de incertidumbre—. Así está mejor —añadió Pedro, para continuar tras un titubeo—: Cuando ocurrió el accidente, yo volvía al pueblo.

—Lo sé. Me lo dijeron en la gasolinera.

— Ah, ¿sí? ¿Te preguntaste a dónde iba?

—Pensé que habrías olvidado algo en el almacén.

—No, Pau.  Volvía para buscar un teléfono, porque quería llamarte.

— ¿Por qué? —susurró ella.

— Cuanto más me alejaba de Hardwoods, más me convencía de que había sido un tonto por escuchar a Facundo; y más aún por haber creído en su palabra y no en la tuya. Siempre me ocurren cosas desagradables en esa casa —prosiguió, frotándose la frente—. Es una casa con demasiados recuerdos de mi madre, del rechazo de mi padre y la constante rivalidad con Facundo...

—Tu padre te quiere, Pepe.

—Te costaría convencerme de eso.

— Me lo dijo esta mañana.

— ¿De qué diablos estás hablando?

—Cuando bajé esta mañana, estaba dispuesta a hablar contigo —afirmó ella, con prisa para que él no le preguntara nada—. Pero nadie sabía adonde habías ido, ni Rolando, ni tu padre. Creo que perdí la paciencia con tu padre —dijo, sonriendo con nerviosismo—. Le acusé de ignorarte, hasta de odiarte. ¡Dios mío! Cuando lo pienso me pregunto cómo pude decir cosas tan terribles. De todos modos, las dije. Su respuesta fue que él quería estar cerca de tí pero que temía dar el primer paso; teme, posiblemente, que tú te burles de él o que le rechaces como tantas veces ha ocurrido. Te quiere, Pepe.

—Tengo que creerte, ¿no es así? —preguntó él, mientras la miraba con sinceridad —. Tú no mentirías respecto a algo tan importante para mí.  

—Claro que no. Es verdad.

— Me pregunto si, después de todos estos años, él y yo podremos entendernos. Quiero pensar que sí.

— Estoy segura de que podrán —afirmó Paula, con plena seguridad.

— Si lo logramos, será gracias a tí, Pau.

—Tonterías —dijo ella, nerviosa—. Yo no he hecho nada.

— Entonces, ¿por qué perdiste la paciencia?

— Estaba molesta—respondió.

— ¿Molesta porque me había ido?

— Sí —expresó, sabiendo que no había más lugar para evasivas ni verdades a medias. Él asintió con la cabeza, como si ella terminara de confirmarle algo.

—Anoche me dijiste que me amabas. Pero estaba tan dominado por los celos y las sospechas, que casi no te escuché. ¿Lo dijiste en serio, Pau?

— Sí —replicó ella, con las mejillas encendidas y sin saber hacia dónde mirar. Sabiendo que debía hacerlo, le preguntó—: ¿Estabas celoso?

— ¡Claro que sí! Desde el momento que te ví,  supe que te quería para mí. Pero siempre estaba Facundo. Tu ex -prometido, a quien nunca creí que siguieras amando. Él me había dicho que habías hecho el amor con él. Yo no tenía ningún motivo para no creerle.

— ¡Te dije que nunca habíamos hecho el amor!

— Sí. Es cierto. Y estaba empezando a creerte. Pero anoche, cuando te ví en la cama con él, creí enloquecer, Pau. Todas mis esperanzas se desmoronaron y lo único que quería era lastimarte —explicó, cogiéndole las manos—. No fue muy agradable. Lo siento. Lo siento mucho más de lo que puedo expresar... ¿Puedes decirme qué pasó realmente?

— Lo hizo adrede. Creo que esperó hasta ver que regresabas para ir a mi habitación, sabiendo que tenías que vernos al pasar delante de mi puerta — relató Paula, temblando al recordar aquella escena—. Me dijo que si él no podía tenerme, se aseguraría de que tú tampoco me tuvieras.

— Muy típico de Facundo —interrumpió Pedro, con tristeza—. Y yo creí lo que ví, ¿Verdad?

—No puedo culparte —afirmó ella, procurando ser justa—. Después de todo, la escena debió ser bastante convincente.

—Dime otra vez que me amas —sugirió Pedro.

—¿Por qué, Pepe? —preguntó ella, mientras pensaba que ya le había dicho dos veces que le amaba y que él sólo había hablado de que la deseaba, de celos y dolor... pero no de amor.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 60

Avanzaron por un pasillo rodeado de pequeños cuartos, en uno de los cuales estaba el niño cuyo llanto Paula había oído. La enfermera abrió la última puerta y, con tono alegre, anunció antes de retirarse:

— Señor Alfonso, tiene visita.

Sin saber con qué se encontraría, Paula se detuvo en el umbral, con los ojos bien abiertos, y aferrada a su bolso. Lo primero que vió fue la camisa de Pedro, manchada de sangre, sobre una silla. Había otras manchas, grises y verdosas. Dirigió la mirada hacia la camilla. Pedro estaba sentado en el borde, con el torso desnudo. Tenía heridas a la altura de las costillas, y hematomas en la frente y una mejilla. Miraba a la recién llegada fijamente.

— ¡Paula! —exclamó, y con un ágil movimiento, abandonó la camilla. La abrazó con fuerza haciendo que se sentara en una silla. Sintiéndose mal y con mucho frío, ella respiró hondo durante algunos minutos. Sus botas y sus pantalones estaban salpicados de barro. Pedro estaba tan cerca de ella que le transmitía su calor y el olor de los desinfectantes con que habían curado sus heridas.

— ¿Te sientes mejor?

— Sí

—Me alegro de que estés bien. Estaba muy preocupada. Me dijo que había mucha sangre.

—¿Quién?

—Leandro, en la gasolinera a donde remolcaron tu coche.

— Ah, entiendo. Viste el Ferrari —expresó él, riendo sin ganas—. Quedó bastante mal, ¿no?

— Por eso me asusté tanto.

— La sangre fue producto de una hemorragia nasal. Lo único que les preocupaba era el golpe que recibí en la cabeza, pero me hicieron radiografías y no hay fracturas. Debo tener la cabeza más dura de lo que imaginaba. De modo que puedo irme cuando quiera. ¿Estás segura de que te sientes bien?

—Ahora que sé que tú estás bien, me siento mejor —murmuró ella, aproximando su mejilla a las manos entrelazadas de ambos. Pedro soltó una mano y le acarició el pelo.

— ¿Con qué coche has venido?

—Con el Chevrolet.

— Bien. Volvamos entonces a la cabaña. Allí podremos hablar —dijo él, mientras la ayudaba a incorporarse—. Hay una cosa que te quiero decir antes de que salgamos: nunca me alegró tanto ver a una persona como cuando te ví entrar por esa puerta.

—Comprendo —balbuceó ella, sorprendida por tan inesperada afirmación.

— No creo que comprendas. Hay muchas cosas sobre las que debemos hablar, Pau, pero no aquí —hizo una pausa y cogió la camisa como distraído—. Supongo que tendré que ponerme esto. Después nos iremos.

 Ella no supo qué decir. Aunque las palabras de Pedro la llenaron de satisfacción, casi temía creerlas. Cuando salieron a la noche, aún llovía.

—Espera aquí —dijo Paula—. Traeré el coche.

—Nada de eso —la tomó del brazo y añadió—: No estoy inválido. Vámonos.

Pedro  insistió en conducir. Paula se acomodó en el asiento y le pareció que habían pasado unos pocos segundos cuando oyó que él le decía:

— Ya hemos llegado. Despierta.

—No estaba dormida.

—Entonces fue una muy buena imitación —replicó él, sonriendo—. Entremos, puedes ayudarme a encender la estufa. Cuando entraron en la casa de madera y piedra, Pedro puso en marcha el sistema de calefacción. —Es muy útil en momentos como éste. La leña está en la estufa. ¿Quieres encenderla mientras me cambio de camisa?

Paula echó una mirada a su alrededor. Él volvió rápidamente abrochándose una camisa limpia.

— ¿Tienes hambre? —preguntó.

— Sí —contestó sorprendida—. Supongo que sí.

—Tengo algo de comida. Podemos calentar un poco de sopa. Prepararon una cena sencilla, hablando, como de común acuerdo, de cosas triviales. Más tarde, llevaron tazas de café a la sala, donde Paula se sentó sobre la alfombra junto a la chimenea. Pedro hizo lo mismo.

— Deben dolerte las costillas —dijo ella, para romper el incómodo silencio en el que se encontraban desde que habían salido de la cocina.

— Sí, pero por suerte no hay fracturas.

— Sí. Supongo que así es —afirmó ella, mirando su taza.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 59

— ¿Se siente bien?

— ¿Qué le pasó... al señor Alfonso?

—Lo llevaron, junto con Abel, en una ambulancia al hospital de Hotetown. Su amigo estaba inconsciente. Había mucha sangre, pero no creo que haya pasado nada grave. Su amigo tuvo suerte. Ese camino es muy malo y, con la lluvia de hoy, debe estar muy resbaladizo. Paula cerró los ojos ante la poco alentadora descripción aunque sabía que Leandro no se lo decía por maldad. Los volvió a abrir.

— Usted dijo que el señor Alfonso regresaba al pueblo, pero eso no puede ser —señaló Paula.

—Claro que sí. Uno se puede dar cuenta por las huellas de las ruedas.

Ella se preguntó el motivo por el cual Pedro habría de abandonar el pabellón casi inmediatamente después de llegar.

— ¿En dónde queda Hopetown? —preguntó ella.

— A unos veinte kilómetros. Doble a la izquierda en Kidston y siga unos ocho kilómetros. No puede perderse.

—Gracias por su ayuda —dijo ella, poniéndose de pie y procurando que las rodillas no le temblaran tanto.

— ¿Se siente bien, señorita? La llevaría yo mismo, pero le prometí a Patricio que le arreglaría hoy el coche.

— Gracias, Leandro. Estaré bien. Buenas tardes —replicó Paula, segura de que Leandro la habría llevado si hubiese podido. Antes de salir, le sonrió, con infinita gratitud. Otra vez la lluvia. Agachando la cabeza, cruzó la calle, corriendo, hasta el Chevrolet. Le temblaban tanto las manos que tuvo que permanecer quieta un minuto, respirando profundamente para tratar de calmarse. Sabía dónde estaba Pedro y, dentro de quince minutos le vería. Leandro había dicho que Pedro no estaba gravemente herido... pero quizá se había cortado y había sangrado. Alejó de su mente una serie de imágenes pesimistas y emprendió el camino que Leandro le había indicado, alejándose del pueblo.

Las indicaciones del hombre resultaron precisas. A medida que se aproximaba a su destino, Paula sentía más miedo. La descripción que del accidente le había hecho Leandro empezaba a adquirir en su mente proporciones de pesadilla. Pensaba que un accidente automovilístico había privado a Pedro de su madre; que otro le había quitado a ella la vista. Se preguntaba cuales serían las consecuencias del tercero. Era casi de noche cuando Paula vislumbró un grupo de luces amarillas, en un cerro, y un cuartel, anunciando la proximidad del hospital de Hopetown. La joven llegó hasta el estacionamiento. Abandonó el coche y caminó hacia la entrada principal con dificultad. Al entrar en el edificio, pálida, se acercó al mostrador de información.

—Por favor, ¿puede decirme si está aquí ingresado el señor Pedro Alfonso? — preguntó a una enfermera rubia.

—¿Alfonso? Espere un momento —dijo la enfermera, mientras revisaba un fichero—. Urgencias. Vaya hasta el final del pasillo, doble a la derecha y siga hasta la tercera puerta a su izquierda — indicó, iniciando de inmediato una inspección de sus uñas.

—Gracias —dijo Paula, y comenzó a avanzar con prisa, por el pasillo, siguiendo las indicaciones de la enfermera. Al final, encontró un letrero que decía: «Para pasar, llame al timbre». Lo hizo. Oyó que un niño lloraba. En uno de los sillones, un anciano estaba sentado, mirando fijamente al suelo. Oprimió otra vez el timbre, y una enfermera entró apresurada. Sally percibió tensión e impaciencia en la mujer.

— ¿En qué puedo servirle? —preguntó la enfermera con amabilidad.

— ¿Es aquí donde está Pedro Alfonso?

— Sí. Ya va a salir. ¿Ha venido a buscarle?

Paula tragó saliva y se le nubló la vista mientras susurraba:

— ¿Puedo verle?

—Claro que sí. Pase por aquí —respondió la enfermera, mirándola fijamente.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 58

La carretera estaba resbaladiza por la lluvia y le resultaba totalmente desconocida, con numerosas curvas a lo largo de la orilla del río. Buscaba constantemente señales y verificaba una y otra vez el plano. Hacía aire y las gotas de lluvia caían con fuerza en el parabrisas. A medida que avanzaba el día, Paula sintió que los ojos, cansados, comenzaban a dolerle. Pero mayor era la angustia que la debilitaba anímicamente, ya que Lucrecia podía haberse equivocado.

Era posible que llegara al pabellón de pesca y le encontrara desierto y, así el largo viaje habría resultado inútil. O, peor aún, Pedro podía estar allí, pero no querer verla, después de haber conducido durante seis horas para alejarse de ella. Conducía el vehículo hacia el norte, habiendo dejado atrás ciudades y pueblos. Un pequeño pueblo con casuchas de madera, un almacén, una oficina de correos y una gasolinera fue lo único que rompió la monotonía de kilómetros de bosques con sus árboles mojados y azotados por el viento. Finalmente, vió un cartel que decía: «Kipewa». Según el plano de Lucrecia, faltaban cuatro kilómetros de recorrido.

Redujo la velocidad al aproximarse a la calle principal y su único semáforo. Mientras esperaba que un par de automóviles cruzaran la calle antes que ella, pensó que le gustaría tomarse un chocolate. Miró, descuidadamente, la hilera de coches aparcados frente a la gasolinera en la esquina opuesta y, de pronto, olvidando su chocolate, abrió los ojos, sorprendida. En el lugar más cercano a la esquina había una grúa con un automóvil encadenado a su remolque: un Ferrari, del mismo color que el de los Alfonso. El parabrisas estaba deshecho y la parte del conductor completamente abollada. Horrorizada, Paula pensó que no podía ser el automóvil de pedro. No podía ser. Pero, encontrar un coche de igual color y modelo a pocos kilómetros del pabellón... La chica estacionó su coche y cruzó corriendo la calle hacia la gasolinera. Había un solo empleado, un hombre viejo, sentado frente a un escritorio sobre el cual apoyaba los pies, mientras fumaba en pipa. Sin dejar que el hombre hablara, Paula preguntó:

—Ese coche... el de la grúa, ¿de quién es?

—Bueno, entró hace una hora, más o menos —comenzó a explicar, mientras echaba otra nube de humo al tiempo que la miraba de arriba abajo.

— Sí, pero... ¿de quién es?

—Leandro lo trajo. ¡Leandro! Nerviosa por la espera, Paula se aferró con fuerza a su cartera. Un hombre, más joven que el primero, entró con desgana, manchado de grasa.

—El Ferrari... por favor, ¿de quién es?

—Está horrible, ¿No le parece? —Dijo Leandro—. Pero no fue culpa del hombre. El viejo Abel había estado tomando whisky y lo arremetió con su camión. No sé por qué decidió volver al pueblo tan pronto; llegó apenas esta tarde. Mientras el hombre le hablaba con lentitud, la chica sintió que el corazón de daba un vuelco, y preguntó:

— ¿El dueño se apellida Alfonso?

—Sí. ¿Cómo lo sabe? —preguntó Leandro—. ¿Es amiga suya?

—Sí.

Paula palideció y Leandro, en una acción rápida, la sentó en la única silla que había libre, dejando caer al suelo un montón de papeles.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 57

— Es que no me di cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que fue demasiado tarde. Pedro piensa que estoy enamorada de Facundo.

— Debes hacer algo. ¿Dices que Pedro se ha ido?

 — Sí y no sé dónde.

— Déjame pensar — permaneció pensativa unos instantes y luego añadió—. Ya lo sé.

— ¿Sabe dónde puede estar?

En vez de contestar, Lucrecia preguntó:

—¿Pedro te ama?

— No lo creo. La razón por la que necesito verle es para aclarar las cosas: cree que soy la amante de Facundo.

— ¡Qué ridículo! Con sólo mirarte uno se da cuenta de que no lo eres. Parece que está celoso. Y si lo está, podemos deducir que se ha enamorado.

—Ojalá tuviese razón —suspiró—. Pero por la forma en que se comportó anoche, creo que me odia.

—En su pabellón de pesca —observó Lucrecia, con calma—. Allí debe estar.

— ¿Cómo lo sabe?

— Porque cuando tiene algún problema, no es felíz, o simplemente necesita aislarse de todo, se va allí. Es su refugio. Alcánzame una hoja de papel y te haré un mapa. Tienes que seguir el río hasta llegar a Kipewa. El pabellón se encuentra a la orilla del lago Kipewa, a unos cuatro kilómetros del pueblo. Lo mejor sería esperar a la tarde, ya que Horacio llega a eso de las cuatro, y luego Samuel te puede llevar. No es un viaje para hacerlo sola, —palmeó a la chica en el hombro—. Estará allí. Estoy segura.

—Así lo espero. Gracias, Lucrecia.

—Te voy a dar un consejo. En apariencia, Pedro es rico, guapo, inteligente. Todo eso y más. Pero no en el fondo, creo que tiene mucho miedo de confiar en otra persona, en especial si la ama. Porque esa persona puede marcharse. Si sintió que le rechazaste, eligiendo a Rick, le debe haber resultado insoportable. Si entiendes eso, Paula, y si los dos pueden luchar hasta limar las diferencias,entonces, tendrás un hombre maravilloso. No creas que porque quiero tanto a Facundo no veo las virtudes de Pedro.

—Nunca pensé eso, Lucrecia, y sé que él aprecia lo que usted ha hecho por él durante años. Gracias otra vez.

Paula fue a su habitación y se sentó en la cama para mirar el mapa que Lucrecia le había hecho. Tenía el carnet de conducir en la cartera. Podría llegar en cuatro o cinco horas. En cambio, si esperaba a Samuel llegaría de noche. Llovía. El buen sentido le decía que debía esperar a Samuel. Pero su instinto la empujaba a partir de inmediato. Era como si el mismo Pedro  la estuviese llamando, pero eso era una tontería. La razón por la que se había marchado era para huir precisamente de ella. Por fin se decidió. Escribió una nota pidiendo disculpas y se dirigió corriendo hacia el garaje, a través de la lluvia. Había allí dos coches. Eligió el Chevrolet y partió. Le llevó pocos minutos familiarizarse con los cambios. Estaba en camino.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 56

—Sí que tiene que escucharlas. Desde que murió su madre, usted ha ignorado a Pedro. Peor que eso, actuó como si le odiara. Todavía le odia, ¿no es cierto? No le importa que haya sido herido en Newfoundland salvando la vida de un hombre. Ni siquiera lo sabía, ¿no es así? Ni se molesta en preguntarle nada. Del mismo modo que esta mañana ni se preocupó de preguntarle a dónde iba.

— Sí me importa —replicó Horacio, al parecer atormentado por los remordimientos.

— No le creo. No muestra ningún interés por su bienestar, su carrera, por nada de lo que le rodea. Le habla como si fuese un completo extraño.

— Eso es cierto. Es un extraño para mí, y reconozco que en gran parte es por mi culpa. Pero no me acuses de no quererle, Paula... porque eso no es cierto.

— ¿De veras le quiere?

— Sí. Pero con los años perdí la facultad de comunicarle ese amor. Ni creo que él lo quiera ahora.

— Sí lo quiere, Horacio. Pero, al igual que usted, ha tenido miedo de demostrarlo. Miedo de que usted le rechazase nuevamente.

— Después de la muerte de Ana, una parte de mí también murió. Al principio no podía soportar tener a Pedro cerca, porque sólo me recordaba días más felices. De modo que le alejé. Y a través de los meses y los años, eso se transformó en un hábito... ¿Cómo sabes que aún le importo?

— Me lo dijo.

— Debe sentirse muy cerca de tí para confiarte algo tan íntimo.

— Quizá se sintió cerca en el momento de decírmelo, pero ya no.

— ¿Y por eso quieres verle? Todos en casa pensábamos que Facundo y tú...

— Facundo les hizo pensar eso... pero yo no le quiero.

— Amas a Pedro.

Con los ojos llenos de lágrimas, confesó en voz baja:

—Sí.

— Muy bien. Averiguaré si ha vuelto a Newfoundland. ¿Y porqué no le preguntas también a Lucrecia? Siempre hubo una especie de compenetración entre ellos y mi mujer podrá darte alguna idea acerca de su paradero. Si ninguno de los dos te pudiéramos ayudar, esta noche enviaremos un mensajero por medio de la policía para que se ponga en contacto con nosotros.

— Se pondrá furioso.

—Tonterías. Ya es hora de que aclaremos esto.

—Lamento haberle hablado con dureza.

— Yo no siento que lo hayas hecho. Dijiste varias cosas que debían ser dichas. No te preocupes y desayuna, todo saldrá bien.

Rolando entró con una fuente de frutas frescas. Dándose cuenta, con sorpresa, de que tenía hambre, Paula se sirvió fruta, completando su desayuno con tostadas y café. Eran las nueve y media, de modo que pasarían dos horas más antes de que Lucrecia hiciese su aparición. La chica supo que no podría esperar hasta mediodía, un sexto sentido la empujaba, instándola a averiguar a dónde había ido pedro. Por lo tanto, se dirigió al dormitorio de Lucrecia. La mujer estaba despierta y desayunando en la cama. Cuando vió a Paula, dijo sin entusiasmo:

—Hola, te has levantado muy temprano.

— Sí. Lucrecia...

—Algo sucede. ¿Se trata de Facundo?

— No, no tiene nada que ver con Facundo. Por lo menos, no directamente. Se trata de Pedro. ¿Sabe dónde está?

— No. ¿Debería saberlo?

—Se ha marchado.

—Querida, posiblemente se fue hasta la oficina de correos a enviar algunos de los horribles trabajos que estaba haciendo.

—Se ha llevado todo.

—Bueno, quizá debía asistir a una conferencia o una reunión. Volverá.

—No lo creo, Lucrecia. Tuvimos una terrible pelea anoche.

— ¿Una pelea? ¿A causa de qué?

—De Facundo.

—Ah, sí, Facundo. Tengo entendido que están otra vez comprometidos.

Paula trató de actuar con diplomacia.

— No, no lo estamos, Lucrecia, ni lo estaremos. Estoy enamorada de Pedro.

— ¡Dios mío! Esto me pilla desprevenida.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 55

Se secó el cabello frente al espejo y se puso unos pantalones y una camisa blanca, con un pañuelo anudado alrededor del cuello.

Respiró hondo para darse valor, y se dirigió al cuarto de él. No hubo respuesta a su llamada. Insistió. Otro largo silencio. Abrió la puerta, esperando encontrar a Pedro todavía en la cama. La habitación estaba vacía. Más que vacía, desierta. Miró consternada a su alrededor. La cama estaba hecha. No había rastros de mapas ni papeles ni informes, y el armario estaba abierto; no había ropa colgada allí. Ni la máquina de escribir sobre el escritorio. Ni Pedro... Se había ido, llevándose todo.

Ridículamente abrió la puerta del baño, encontrando sólo toallas húmedas y el varonil aroma de la loción para después de afeitar. De modo que no se había ido la noche anterior. Esa mañana se había duchado y afeitado... quizá no se había marchado aún. Tal vez estaba desayunando, esperando para verla. Para decirle adiós, al menos. Corrió por el pasillo, bajó la escalera de dos en dos y casi se choca con Rolando, que volvía a la cocina.

— ¿Ha visto a Pedro? —preguntó sin aliento.

—Se fue hace una hora, señorita.

— ¿Se fue? ¿A dónde?

— No tengo ni idea.

— ¿Está seguro de que se fue? Los ojos del mayordomo expresaron algo semejante a la compasión.

— Sí, señorita. Se fue en el Ferrari. No importándole que él se diese cuenta de su amargo desencanto, se apoyó en la pared, exclamando:

— ¡Maldición!

— El señor Horacio está desayunando. Quizá él la pueda ayudar. Su rostro se iluminó.

— Por supuesto... ¿cómo no pensé en eso? ¡Gracias! Corrió hacia el comedor y preguntó sin ninguna ceremonia:

— ¡Horacio! ¿A dónde se ha marchado Pedro?

— No lo sé.

— ¿Pero no se lo dijo?

— Mi querida niña, no se lo pregunté. Hace mucho que dejé de controlar sus idas y venidas.

Paula se dejó caer en una de las sillas.

— Le necesito—confesó.

—Me temo que tendrás que esperar a que Pedro se digne volver por aquí — observó Horacio con frialdad.

— ¿Por qué no le preguntó dónde iba?

—Consideré que no era de mi incumbencia.

—Hace muchísimo tiempo que considera que los asuntos que conciernen a Pedro no son de su incumbencia, ¿No es así? Desde que murió su madre, para ser exactos.

—Tranquilízate. No tengo por qué escuchar esas cosas...

viernes, 29 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 54

Casi sin saber lo que hacía, Paula gritó su nombre. Pero las palabras de Facundo la volvieron a la realidad:

—Si yo fuera como tú, no iría tras él. Cuando Pedro esta tan enfadado como ahora, no se sabe lo que puede ser capaz de hacer. Ella se volvió. Estaba desnudo de cintura para arriba.

—Tú planeaste esto, ¿no es cierto? Esperaste hasta que volviese para estar seguro de que nos vería.

—Todo lo que dije en la biblioteca era en serio, y supongo que con esta escena, cualquier cosa que hubiese podido suceder entre tú y Pedro, se arruinará.

—No dejaré que sea así.

— ¿Piensas que te va a creer? Pedro tiene unas ideas muy puritanas acerca de las mujeres, no se conformará con lo que deje otro, créeme.

— Pedro es diez veces más hombre de lo que tú serás jamás, Facundo. Suceda lo que suceda, terminé contigo, y no quiero volver a verte. Creo que lo que has hecho es despreciable. Si Pedro y yo no podemos arreglar las cosas, mañana me marcharé de aquí. Y ahora, ¡sal de mi habitación!

— Oh, sí, me voy. Después de todo, he cumplido mi propósito.

— No entiendo por qué alguna vez pensé que estaba enamorada de tí. Debí haber estado loca.

— Un último consejo, Paula. Quédate en tu habitación cuando me haya marchado. Pedro siempre ha sido imprevisible. Buenas noches, duerme bien. Durante cinco minutos, la chica permaneció inmóvil en la cama. Luego se puso la bata y abandonó el dormitorio. No se molestó en llamar a la puerta de Pedro. Entró. Pedro estaba de pie al lado de la cama.

— Vete —dijo cuando vió a la joven. Paula se apoyó contra la puerta. Parecía haberse quedado sin voz, de modo que en silencio movió la cabeza de un lado a otro.

—Te dije que te fueras, Paula — repitió Pedro.

— No... Aún no. Hay cosas sobre las que debemos hablar.

— Ésta es tu última oportunidad, vete o no seré responsable de lo que suceda.

— Pedro, dame cinco minutos, es todo lo que pido —suplicó con desesperación.

— No estás en situación de pedir nada.

— Sólo escúchame, ¡por favor!

 Él fue hacia ella, sin dejar de mirarla. La agarró de un brazo y la empujó hacia la cama.

— Es mejor que te sientes —habló él —, esto nos puede llevar más de cinco minutos. Ella se sentó en el borde de la cama. Tenía la mente en blanco.

— Creía que tenías algo que decirme.

— Sí, Pedro, sé que parece que  Facundo y yo somos amantes...

—Oh, sí, eso me pareció —la interrumpió él.

— Pero no es como tú piensas. Él confesó en la biblioteca que estaba haciendo una especie de juego. Yo estaba dormida. Debe haber llegado a mi habitación unos minutos antes de que tú entraras. Y cuando me desperté... bueno, pensé que eras tú. Ella no estaba preparada para lo que Pedro hizo en seguida. La arrojó sobre la cama, y la tomó por las muñecas.

— ¿Quieres que crea eso? Facundo y tú fueron amantes, no te molestes en seguir negándolo ¿y dices que no distinguiste entre él y yo? ¡Me pones enfermo!

— ¡No has escuchado una palabra de lo que te he dicho! Me has condenado desde el principio. ¿Qué te pasa, Pedro? Como tu madre murió y te dejó solo, ¿odias a todas las mujeres? ¿Es eso?

—No mezcles a mi madre en esto.

—Dí en el blanco, ¿Verdad? —furiosa, trató de liberar sus manos, pero lo único que consiguió fue que uno de los tirantes de su camisón se rompiese, quedando al descubierto uno de sus senos. Al ver la expresión de los ojos de él, el color desapareció de su rostro, y se encogió contra el colchón —. No lo hagas, Pedro...

—¿Por qué no? Viniste a mí cuarto por tu propia voluntad.

—No para esto — susurró ella.
Al comenzar él a besarla, trató una vez más de liberarse. Finalmente cesó de luchar y se abandonó a sus besos. Correspondió a su pasión, como si hubiesen caído todas las barreras. Todo estaba bien, le amaba.

—Te amo, Pedro—dijo de pronto.

—¿Hace una hora le dijiste lo mismo a Facundo?

Fue como si él hubiese despreciado un regalo que ella le podía dar.

—¿Paula?

Ella movió la cabeza de un lado a otro, sintiéndose vencida. Había apostado y perdido. Lo único que cabía era una retirada tan digna como fuese posible. Pedro la había dejado libre, reteniéndola solamente por el brazo.

— Déjame ir, por favor. Ya ha sido suficiente. Quiero volver a mi dormitorio.

— Eso es lo más sensato que has dicho. Y escucha, Paula, no vuelvas.

— ¡Eso sería lo último que haría! —exclamó ella con amargura, dirigiéndose a la puerta con el rostro bañado en lágrimas. Tardó en dormirse y su sueño fue intranquilo. A la mañana siguiente, se despertó temprano. Se metió en la ducha y el agua caliente la refrescó e hizo que reflexionara. El resultado de la visita al dormitorio de Pedro había sido un desastre. Pero un nuevo día comenzaba y los dos habían tenido tiempo durante la noche para pensar. Quizá él hubiese encontrado algo de veracidad en su historia.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 53

Ella necesitaba hablarle, aclarar el malentendido. Pero su comportamiento indicabaque él no sentía la misma necesidad. Quizá no le importaba si aún seguía su relación con Facundo. ¿Podía eso ser cierto, que le resultara indiferente a Pedro? No lo podía creer. No después del compañerismo de los últimos días. De los besos que habían compartido. Al día siguiente le buscaría y le diría lo que había sucedido entre Facundo y ella. Y conociendo a Pedro, él la creería. Se acostó. No oyó las pisadas que se aproximaban por el pasillo. Una mano agarró el picaporte, y sin ruido alguno, abrió la puerta. Por un instante la sombra de un hombre se reflejó en la alfombra. Luego se retiró, dejando la puerta abierta, y los pasos siguieron su camino hacia el final del pasillo donde el observador entró y se sentó al lado de la ventana, en espera de que regresara un coche. Pasaron casi dos horas antes de que su vigilia fuera recompensada.


 Paula estaba soñando. Debía estar sonando, pensó, ya que la voz que murmuraba en su oído era la de Pedro. Una mano acariciaba su hombro desnudo y ella se estremecía de placer.

—Estoy tan contenta de que estés aquí...

-Quería verte.

—Lo sabía.

Ella levantó los brazos porque tenía miedo de que desapareciera. Tenía que ser real, ya que su piel era cálida, suave. Desde el umbral de la puerta llegó una voz áspera y violenta, la misma que había murmurado algo en su oído momentos antes. Era la voz de Pedro.

 — ¡Embustera! Me has estado mintiendo todo el tiempo.

Espantada, vió que el rostro que estaba a su lado era el de Facundo. Le empujó con horror.

— ¿Qué estás haciendo aquí?

—Estoy aquí porque tú me invitaste, querida.

— ¡No!  —se sentó, dándose cuenta de que el sueño se había transformado en pesadilla. Dirigió la mirada hacia el hombre que se hallaba de pie en la puerta, todavía con ropa de calle. Seguramente acababa de llegar—. Pedro, yo no...

—Olvídate de mí, Paula. Es cosa tuya haber elegido dormir con mi hermano, aunque es una pena que no hayas sido lo suficientemente honesta como para decírmelo. Buenas noches —la miró con tal desprecio que ella sintió como si la hubiesen golpeado. Con extremado cuidado, él cerró la puerta.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 52

Sintió una gran desilusión, sabiendo que no estaría tranquila hasta que no le contara lo que había sucedido en la biblioteca. Pensó que lo vería a la hora de cenar, y con eso en mente, eligió un bonito vestido rosa. Al pensar que volvería a ver a Pedro, se le colorearon las mejillas y sus ojos brillaron. Las maniobras de Facundo de pronto le parecieron infantiles y sin importancia. A punto de dejar la habitación, oyó que llamaban. Segura de que sería Pedro, fue a abrir. Pero era Rolando.

— Señorita, su madre le llama por teléfono.

Bajó la escalera con rapidez. En sus últimas conversaciones telefónicas, Alejandra la había escuchado con más interés.

— Hola, mamá. ¡Qué alegría oírte!

— Hola, Paula. ¿Cómo estás?

 Hablaron de la salud de Paula, y ésta le contó que estaba ayudando a Pedro en su trabajo. Luego hubo silencio y la chica notó que Alejandra vacilaba. —

 ¿Te pasa algo? Pareces... diferente.

— Bueno, yo... —Alejandra se detuvo, y luego comenzó a hablar otra vez—. Lo que ocurre es que Mario... el coronel Fawcett para tí, me propuso matrimonio. Y he dicho que sí.

— ¡Felicidades, mamá! Te hará muy feliz. Debiste habérmelo dicho antes.

— Pensé que quizá no estarías de acuerdo.

— ¿Por qué no?

— Bueno, a mi edad...

—Tonterías. Eres una mujer muy atractiva y has estado sola demasiado tiempo.

—Eso es lo que dice Mario. Él quería que te lo dijera, asegurándote que siempre serás bienvenida en nuestra casa.

—Dale las gracias de mi parte. ¿Cuándo es la boda?

— Dentro de tres semanas. ¿Vendrás?

—Por supuesto que sí.

—¿Y tú qué noticias tienes? ¿Se han solucionado las cosas con Facundo?

—¡No!

 — Pareces muy segura —comentó Alejandra con frialdad.

—Mamá... —Paula vaciló pero necesitaba decirlo—. Facundo me dijo que rompió nuestro compromiso porque tú se lo pediste...¿es eso cierto?

—Oh, no —dijo Alejandra sorprendida—. Él me llamó por teléfono para decirme que quería romper. Debo reconocer que no traté de hacerle cambiar de idea.

—Entonces, me mintió —dijo Paula, pensativa—. No me casaría con él ahora aunque fuese el último hombre que quedara sobre la tierra.

— ¿Es su hermano más atractivo? Déjame decirte algo, Pau. La razón por la cual accedí a su  compromiso fue porque pensé que Facundo sería fácilmente manejable. Casi no conozco a Pedro, pero me parece que es todo lo contrario. Sería mucho más difícil vivir con él que con Facundo. Y ya dejo de darte consejos. Hazme saber el día que llegarás y te iremos a buscar al aeropuerto.

—Encantada. Saluda de mi parte al coronel... a Mario, y dile que me he alegrado mucho.

—Gracias, querida. Cuídate. Adiós.

—Adiós.

Paula colgó el teléfono y permaneció unos instantes sumida en sus pensamientos. Ese cambio en la vida de Loma no habría tenido lugar si ella no se hubiese ido de su casa, contando con la protección de Pedro; ni hubiera existido esa cercanía entre madre e hija, surgida, paradójicamente, del hecho de estar separadas.

Cuando llegó a la sala, había unas veinte personas, y Pedro estaba en el extremo opuesto de la habitación, enfrascado en animada conversación con una joven pareja y una hermosísima pelirroja. Antes de que Paula reaccionara, llegó Facundo y, tomándola  del brazo, la condujo hacia un grupo de personas. Cuando finalmente fueron al comedor, Pedro y ella estaban situados muy lejos el uno del otro. Podía verle, escuchar su voz y su risa, pero la comunicación entre ellos era imposible. Después de cenar, volvieron todos a la sala. Por el rabillo del ojo vió cómo Pedro y la pelirroja abandonaban juntos la habitación. Finalmente, los otros invitados comenzaron a retirarse, y pudo escapar hacia su dormitorio. Le dolían los hombros debido a la tensión, sentía la garganta seca, y los ojos le ardían por el exceso de humo de cigarrillos. Luchó contra la depresión que amenazaba con abatirla y que se debía a que Pedro la había evitado.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 51

—Mira, hasta te compré el anillo que querías.

—No te pedí ningún anillo, ni te dije que me casaría contigo, tampoco he sido tu prometida desde hace más de un año. Además, yo...

— Vamos, Paula —la interrumpió Facundo—. ¿Para qué les iba a decir a Carlos y Julia que estábamos comprometidos si no hubiese sido cierto? No me gusta hacer el ridículo delante de mi jefe.

Ella se quedó sin habla, pues las palabras de él parecían ciertas. A Facundo le importaba demasiado su posición social en la empresa como para arriesgarla por una tonta mentira. Su duda no pasó inadvertida para Facundo, que se aproximó y la tomó por el brazo sonriéndole.

— Ni siquiera me has saludado —dijo con suavidad, e inclinando la cabeza, la besó en los labios.

Paula permaneció rígida, soportando su breve beso, así corno el triunfo que se reflejaba en sus ojos claros.

— Así está mejor. Querida, a Pedro no le importa lo que suceda entre nosotros, y éste no es el lugar adecuado para discutir nuestros asuntos privados. Bajemos, la biblioteca debe estar vacía y allí podremos charlar. Te quiero demasiado como para que haya malentendidos entre nosotros.

— Decídete, Paula—la apremió Pedro—. Debo trabajar una hora más antes de la cena, así que puedes quedarte aquí y ayudarme, o irte y tener una conversación íntima con tu supuesto prometido.

— ¿Qué quieres que haga?

 —Querida, no esperes que lo decida por tí. Ella tomó la decisión de inmediato. Hablaría con Facundo primero y regresaría con Pedro. Pero antes dijo:

— Pedro, digo la verdad cuando afirmo que no estoy comprometida con Facundo.

Pedro pareció no haberla escuchado. Se puso a mirar un montón de papeles y mapas que se encontraba sobre el escritorio. Molesta, se dirigió a Facundo.

— Bajemos —sin esperar respuesta, salió de la habitación. La biblioteca estaba vacía. Tan pronto como Pedro cerró la puerta, Paula dijo:

— Debes terminar con esta farsa, Facundo. Sabes tan bien como yo que nunca te prometí que me casaría contigo. Él encendió un cigarrillo con lentitud, al tiempo que respondía:

— Por supuesto.

— Entonces, ¿qué es lo que te propones?

— Si no te puedo tener, por lo menos me aseguraré de que Pedro tampoco lo haga.

— ¡Pedro no ha demostrado el más mínimo interés en casarse conmigo!

—¿A quién intentas engañar?

— ¡A nadie!

— Vamos, Paula, he visto a Pedro con muchas mujeres, pero nunca le he visto mirar a ninguna como te mira a tí.

—¿Qué quieres decir?

— Si no lo sabes, no seré yo quien te lo diga.

— ¿Por qué lo odias tanto?

— Desde que era muy joven, supe que Pedro podía despertar en mi padre emociones más fuertes que las que yo nunca le inspiré. Siempre fui aceptado y amado, por supuesto. Pero jamás fue un sentimiento tan intenso como el que le inspiraba Pedro, que fuera malo no es lo más importante.

— Eso es horrible —protestó la chica—. Pedro tuvo una infancia terrible.

— Eres muy dulce e ingenua, Paula. Pero, ¿sabes? sería mejor que te casaras conmigo, no con Pedro. Yo te daría independencia y no preguntaría demasiado; en cambio, Pedro te devoraría. Te exigiría todo, cuerpo y alma. Ella pensó que ojalá lo hiciera, sin darse cuenta de que su rostro reflejaba ese anhelo.

— ¿Eso querrías, no es así? ¡Pues no lo vas a conseguir!

— Si Pedro decidiera casarse conmigo, no podrías hacer nada por impedirlo. Somos adultos, después de todo.

— Espera y verás. Y entre tanto, mejor preparémonos para la cena. Mamá dijo que habría invitados.

— Escúchame, Facundo. No quiero más anuncios de nuestro compromiso.

Corrió escaleras arriba, sin detenerse en su habitación. Pero cuando llamó a la de Pedro, no hubo respuesta. Esperó y volvió a llamar. Silencio. Abrió la puerta y miró. No había señales de él y su chaqueta ya no estaba en el respaldo de la silla.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 50

Estaba terminando una corrección, antes de la cena, el segundo día, cuando Pedro se acercó para mirar lo que hacía; se inclinó sobre el respaldo de la silla,colocando el brazo alrededor de sus hombros al señalar un error, al tiempo que ella le miraba sonriendo.

Para el hombre que, sin aviso, abrió la puerta, debió haber parecido una escena íntima: las dos cabezas, una tan rubia, la otra tan oscura, inclinadas sobre los papeles, el murmullo de las voces, el cuerpo del hombre inclinado sobre el de la mujer en una actitud a la vez protectora y posesiva. El observador exclamó:

— Paula, ¿qué diablos estás haciendo aquí? Las dos cabezas se volvieron.

—¡Facundo! —exclamó la chica, sonriéndole—. No sabía que volvías hoy.

—Estoy seguro de que no lo sabías. O no te habría encontrado en el dormitorio de Pedro. Paula se levantó con lentitud, muy consciente de la presencia de Pedro detrás de ella.

— He estado ayudando a Pedro con unos informes, corno puedes ver.

— Puedo ver mucho. Aunque nunca creí, Pedro, que necesitaras excusas de ese tipo para introducir a una mujer en tu dormitorio.

—Ten cuidado, Facundo —le advirtió Pedro con mucha calma.

— ¡Al diablo con el cuidado! —Explotó Facundo—. Vuelvo de mi viaje de negocios y encuentro a mi prometida encerrada en el dormitorio de mi hermano durante tres días. ¿Cómo quieres que me sienta?

— Nada ha sucedido aquí que no hubiese podido suceder en la sala delante de tus padres —gritó Paula furiosa—. ¡Y no soy tu prometida!

— Paula, la noche antes de que me fuera me dijiste que te casarías conmigo. ¡No puedes haberlo olvidado!

—Te dije que necesitaba más tiempo, y no te prometí que me casaría contigo.

—Cariño —Facundo hablaba con evidente asombro—. No entiendo lo que pasa. Si esto es una broma, no le veo la gracia.

— Estoy muy lejos de bromear.

Él buscó en su bolsillo, extrayendo un estuche forrado en terciopelo.

miércoles, 27 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 49

— Voy a lavarme. Nos encontraremos abajo.

— ¿Crees que podrás ayudarme un rato más esta noche? — Seguro. Me gustaría terminar esa primera parte.

— ¿Porqué me ayudas, Paula? —inquirió él, abruptamente.

— Me gusta. Es un desafío —replicó con honestidad. Sintiendo que su respuesta le había desilusionado de alguna manera, le vió darse la vuelta y comenzar a desabrocharse los puños. A punto de salir de la habitación, vió sobre el escritorio la fotografía, en el marco de plata que había llamado su atención unos días antes, y preguntó.

—Esa foto... ¿es de tu madre?

— Sí, murió cuando yo tenía cinco años —dijo él con voz cortada.

— Lo sé. Rolando me contó todo lo del accidente y la forma en que tu padre te odió por ello.

—Rolando habla demasiado.

— Suena tonto decir que lo siento, pero es así.

— Guárdate tu compasión. Ella había comenzado a hablar y debía terminar.

—Quizá a causa de tus propios problemas con tu padre pudiste ayudarme respecto a mi madre.

— Si quieres creer eso, hazlo. Me voy a cambiar, Paula. Te sugiero que te vayas.

— Lo que en realidad quieres decir es que no tienes ganas de hablar de nada relacionado con tu madre o tu padre.

—Exactamente.

— Barrer todo debajo de la alfombra y pretender que no ha pasado nada — expresó ella imprudentemente.

— ¿Y qué otra cosa quieres que haga? Abrazar a mi padre y decirle que le quiero, ¿es eso lo que me sugieres? La última vez que lo hice tenía diez años. Me rechazó y al día siguiente fui enviado a visitar a unos parientes. Ese día me dije que nunca lo volvería a hacer, y no veo ninguna razón para cambiar de idea. Ella pudo imaginar con facilidad a ese niño de diez años.
—Lo siento, Pepe—murmuró con los ojos llenos de lágrimas—. No debería haberte dicho nada, no es de mi incumbencia.

—No, no lo es. Pero ¿por qué estás tan impresionada? —pregunto él, mirando las lágrimas que brillaban en sus pestañas. Ella le miró en silencio. No podía decirle que era porque le amaba. ..y a causa de ese amor, se preocupaba del niño que había sido , del hombre que era ahora. Sintió cómo latía su corazón. Había estado ciega. Hacia unas semanas, cuando él la había besado en el restaurante, tenía la verdad frente a ella y no había sabido verla, imaginándose, en su confusión, que aún estaba enamorada de Facundo. Completamente ciega, pues el hombre que estaba a su lado era todo lo que había ansiado siempre...

— Vamos a llegar tarde a cenar —musitó ella con voz ronca. Pedro la abrazó de pronto. — Cuando me miras de ese modo, todo lo que deseo es abrazarte y no dejarte ir nunca. Se oyó la campanilla que anunciaba la cena.

— Salvados por la campana —dijo él, riendo—. Dile a Lucrecia que bajaré dentro de un par de minutos. En su habitación, Paula se pintó los labios y se peinó en medio de miles de conjeturas. Jamás había conocido a un hombre tan lleno de contradicciones como Pedro Alfonso; tierno y cariñoso un instante, áspero y colérico al siguiente. Aunque recordando lo que le había dicho hacía unos momentos, pensó que tal vez él llegaría a amarla. Los dos días siguientes reforzaron lo que al principio sólo parecía un sueño.

Pedro  y ella trabajaron juntos, y cuanto más leía los documentos, más intrigada estaba. Sus preguntas se volvieron más frecuentes. Ella trabajaba con renovado entusiasmo, y la compenetración entre ellos crecía por momentos. Era una clase de compañerismo que Paula no conocía, ya que nunca había podido compartir los intereses de Facundo.


Una Luz En Mi Vida: Capítulo 48

Incapaz de quedarse allí, Paula abandonó el comedor y corrió  escaleras arriba. La última puerta del pasillo estaba cerrada y ningún sonido provenía de su interior. Se puso un impermeable y unas botas, y salió a caminar hasta la hora de comer. Luego leyó un rato. Escribió a su madre y a Beatríz. No podía buscar la compañía de Samuel, porque estaba en la ciudad con Horacio; Rolando había estado tan serio a la hora de la comida que pensó que se había arrepentido de sus confidencias; y Pedro, el único a quien realmente quería ver, estaba aún encerrado en su habitación. Estaba sentada en la cama, cuando oyó unos pasos subiendo la escalera. Salió al pasillo. Era Clara, una de las criadas.

—Traigo té para el señor Alfonso, señorita Chaves. ¿Usted también quiere?

—Oh, no, gracias, Clara —en un súbito impulso, sugirió—: Deja, yo se lo llevaré. Fue con la bandeja hasta el final del pasillo.

—Pase —dijo Pedro con impaciencia.

Al entrar, Paula agrandó los ojos con asombro. La cama y la mayor parte del suelo estaban cubiertos de papeles. Sobre el escritorio había mapas y hojas mecanografiadas. La papelera estaba llena.

— ¿Qué haces? —preguntó la chica.

—Esta mañana llegaron los informes preliminares de mi último proyecto. Debo completar estadísticas y abreviar todo el asunto para poder manejarlo. ¿Puedo ayudarte? —dijo sin pensar. Él tomó la bandeja, buscó algún lugar donde colocarla y de pronto los dos se echaron a reír al contemplar el desorden que había en la habitación.

— No está tan mal como parece. Sé dónde se encuentra cada cosa. — ¡Seguramente no vas a poder dormir en tu cama esta noche!

— ¿En dónde sugieres que duerma, Paula?

— No tengo ni idea —se ruborizó. Él puso la bandeja sobre la tapa de la máquina de escribir y se aproximó a ella.

— ¿Ni idea? —repitió lentamente.

— Pedro, por favor...

— Es mejor que te vayas, tengo mucho que hacer.    

-He preguntado si te podía ayudar.  ¿Lo dices en serio?

— Por supuesto.

— ¿Sabes escribir a máquina?

Ella asintió.

— Muy bien. Le diremos a Rolando que traiga otro escritorio. Si puedes mecanografiar estas hojas, luego las revisaré y las volveremos a mecanografiar para el informe final. Al principio Paula trabajó con lentitud, porque la letra de Pedro no era muy fácil de entender y la mayor parte del vocabulario era técnico. Pero perseveró, y más tarde Pedro tuvo que llamarla dos veces para atraer su atención.

— La cena está lista, Paula.

— Primero déjame terminar esta frase... He hecho otra página.

— Excelente. ¡Estás contratada!

Ella rió, y se miró los dedos manchados de tinta.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 47

— ¡Pero, Rolando, es terrible decir eso!

—Terrible o no, señorita, es la verdad. Durante mucho tiempo no pudo soportar siquiera ver a Pedro, de modo que el chico fue enviado a una serie de internados. Se hacía expulsar y volvía a casa, sólo para ser enviado a otro. Después de un tiempo dejó de intentar su regreso a casa. Entonces, el señor Horacio contrajo matrimonio con la segunda señora Alfonso, y al nacer el señor Facundo todos esperamos que las cosas se suavizaran. Creo que hasta cierto punto fue así, por lo menos en ese tiempo Pedro podía volver a casa durante las vacaciones. Estaba verdaderamente encantado de tener un hermano, y hacía lo posible por llevarse bien con el niño. Quizá pensaba que de esa forma se arreglarían las desavenencias entre su padre y él. Pero nunca funcionó... tal vez, inconscientemente, el señor Alfonso predispuso a su hijo menor contra su hermano, y después de un tiempo Pedro dejó de esforzarse. Fue al colegio, y los fines de semana pasaba el mayor tiempo posible con sus amigos. El día que cumplió los dieciséis años, salió por la mañana para ir al colegio y no volvió.

—¿Y qué hizo?

—Consiguió trabajo en un barco de carga. Lo tomó y siguió a través de África, Oriente Medio, Grecia y Europa. Tres años más tarde regresó al Canadá, se matriculó en la universidad y obtuvo su título . Hoy es una personalidad en su círculo profesional, Rara vez viene a Hardwoods, y entre él y su padre existe la misma enemistad y amargura de antes. Entiendo lo que quiere decir —dijo Paula, sin esperanzas—. ¿No hay nada que se pueda hacer? La segunda señora Alfonso, con toda justicia, y a pesar de que  adora a Facundo, ha tratado de que Pedro se sienta más cómodo aquí, y en  cierto modo lo ha conseguido, pero el problema es demasiado complejo como para que pueda alguna vez ser remediado.

El teléfono comenzó a sonar, y Rolando dijo, tan formalmente como si la anterior conversación nunca hubiese tenido lugar:

—Con permiso, señorita.

A solas, Paula se paró frente a la ventana, viendo caer la lluvia. A los cinco años Pedro había perdido a sus padres: a la madre porque  murió, a su padre debido a un odio que la mente del niño jamás podría haber comprendido. Ella podía imaginar demasiado bien el asombro, el temor y la soledad que marcaron cada paso que daba. A los dieciséis años había saltado al mundo de los adultos y se las había arreglado solo... pero de hecho hacía mucho tiempo que estaba solo.  Y ese muchacho se había convertido en el hombre que la había salvado de la auto compasión y de la soledad, que la había liberado de Loma, que le había devuelto la vista. El hombre cuyos besos la hacían estremecer y cuyas caricias despertaban en ella sensaciones que no sabía que existiesen....

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 46

—Le llegó con el correo de la mañana un gran número de informes que en apariencia estaba esperando. Dijo que pasaría la mayor parte del día trabajando en su cuarto.

Paula había estado esperando la oportunidad de poder hablar a solas con Rolando, a quien había visto del lado de Pedro, más que del de su padre.

— Rolando, esto no me incumbe, pero no puedo dejar de notar que Pedro y su padre no se llevan bien. Facundo me contó una vez que Pedro se había ido de casa a los dieciséis años y que su padre jamás se lo perdonó. ¿Es ésa la única razón?

— No, señorita, ésa no es la razón... El asunto viene de muy atrás.

—¿Sí?

 — La primera señora Alfonso, que se llamaba Ana, era la dama más hermosa que he visto, joven, llena de vida, y tan enamorada del señor Horacio, y él de ella, que impresionaba verles juntos. Incluso después de haber nacido Pedro, eran inseparables. No me interprete mal, querían a su hijo como a una prolongación de ellos mismos. Pero no le necesitaban. Quizá al crecer eso le lastimara casi tanto como lo que sucedió... ¡quien sabe! Rolando hablaba con lentitud, perdido en el pasado. Hablaba de un hombre muy diferente del actual, un Horacio más joven, vibrante y alegre, profundamente enamorado de su bella esposa Ana.

— Cuando Pedro cumplió cinco años habían planeado una sorpresa para él; compraron entradas para un circo famoso que estaba en la ciudad, y pensaban cenar juntos en el restaurante que acababa de ser inaugurado. Se fueron a eso de las cuatro. Dos horas más tarde recibimos el mensaje de que había ocurrido un accidente. La madre de Pedro había muerto y su padre estaba herido. Pedro recibió apenas unos rasguños, y todos pensamos que había sido muy afortunado. No nos imaginábamos....

— ¿Imaginar qué, Rolando?

— Nos enteramos más tarde por el señor Horacio de lo que en verdad había sucedido. El coche que causó el accidente no se detuvo ante una luz roja. El conductor estaba borracho. El señor Horacio hizo lo posible por evitarlo, pero no pudo. Al ver lo que iba a suceder, la señora pudo quizá haberse salvado,pero en cambio, se arrojó sobre su hijo para protegerle del golpe. Ella murió en el acto, mientras que Pedro resultó ileso. El señor Horacio jamás pudo perdonar a Pedro  por ser él el sobreviviente.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 45

—¿Por qué me miras fijamente? Parece como si nunca me hubieras visto —se inclinó hacia ella—. Pau, ¿estás bien?

— Sí... estoy bien —contestó, sabiendo lo lejos de la verdad que se hallaban sus palabras. Porque amaba a un hombre que no confiaba en ella, y que a pesar de haber dicho que la deseaba, nunca había dicho que la amaba. Un hombre contra quien Facundo la había prevenido... de pronto comenzó a tiritar y palideció.

—Tienes frío —antes de que pudiera evitarlo, Pedro la acercó hacia sí y ella descansó la mejilla en su pecho. Allí era donde quería estar. En sus brazos encontraba toda la seguridad que siempre necesitaría, la alegría y todo el amor. Como si él hubiese percibido algo, la abrazó en silencio durante unos minutos. Luego se separaron.

— Pau —musitó. Su beso fue lento y seguro, como si quisiera decirle algo a través de sus labios. Ella le miró, incapaz de definir lo que acababa de suceder entre ellos. ¿Una promesa para el futuro? ¿Un acuerdo sin palabras?

— Será mejor que entremos   —dijo él, finalmente. ¿Había comenzado a confiar en ella? Su mirada buscó la de él y supo que así era. El resto de la velada transcurrió sin novedades, y cuando Paula regresó a su habitación, nada había estropeado la paz y felicidad que los había envuelto. Su relación había cambiado, y aunque no tenía ni idea de hacia dónde los conduciría, quería esperar y verlo, confiando en Pedro como él confiaría en ella. Cuando se acostó, el sueño llegó casi de inmediato. La despertó el ruido de la lluvia sobre el tejado. Desperezándose, se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Siempre le había gustado caminar bajo la lluvia. Se preguntó si Pedro y ella podrían salir a caminar, tomados de la mano charlando, compartiendo sus pensamientos, conociéndose más el uno al otro. Y quizá... inconscientemente sonrió. Se vistió con cuidado, poniéndose ropas muy femeninas. Sin embargo, cuando bajó al comedor, no había nadie allí. Entró Rolando con una cafetera.

— Recién hecho, señorita Paula —dijo esbozando una sonrisa.

— Buenos días, y gracias, me encantaría una taza. ¿En dónde están los demás?

— La señora bajará más tarde. El señor Alfonso se ha marchado a la ciudad y el señor Pedro acaba de desayunar.

—¡Oh! Sólo un monosílabo, pero Rolando debió haber captado el leve tono de desilusión de su voz.

lunes, 25 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 44

—Lo que ha dicho es mentira —dijo ella, con súbito miedo. Pero él ya se había dado la vuelta y charlaba con Julia Thurston. Al terminar la cena, se dirigieron todos a la sala. Pedro tomó a Paula de un brazo, al tiempo que explicaba a los Thurston:

—Le prometí a Paula un poco de aire fresco después de la cena. Ha sido un placer verlos otra vez.

—No tardes, muchacho. Es la prometida de tu hermano, después de todo — observó Carlos con picardía.

—Lo tendré en cuenta.

— ¿Le diste a Paula la carta de Facundo? —preguntó Julia a su esposo.

— ¡Casi se me olvida! —Carlos buscó en el bolsillo y sacó un sobre —. Aquí está. Paula lo tomó y dirigiéndose a Pedro dijo:— Subiré por una chaqueta. No tardaré.

—No es necesario. Puedes ponerte mi chaqueta sobre los hombros. No hace frío afuera.

Tenía razón. Era una hermosa noche, con el cielo tachonado de estrellas. Deteniéndose en el círculo de luz frente a la puerta principal, Pedro sugirió:

—Abre la carta, Paula.

— No tengo ninguna prisa por abrirla.

—¿Cómo? ¿Una carta de un prometido y no tienes prisa por abrirla?

—No es mi prometido, Pepe, ya te lo dije.

— Ábrela, porque si no lo haces, lo haré yo.

Molesta, Paula rasgó el sobre, extrajo una hoja y la leyó. Antes de que pudiera guardarla otra vez en el sobre, Pedro se la quitó. La chica recordó algunas de las frases:

«Querida Pau, nunca sabrás lo feliz que me has hecho... el compromiso más rápido que conozco... con todo mi amor...»

Antes de que Pedro hablara, ella afirmó:

— Lo que dice la carta es mentira.

— ¿Y esperas que me lo crea?

— ¡Te juro que es mentira!

— Baja la voz. A menos que quieras que Carlos y Julia oigan lo que hablamos. Tú me dices una cosa y él otra.

— Él está tramando algo, Pepe.

— ¿Por qué, Pau? ¿De quién tienes miedo? Nunca nos ha visto juntos.

— Cree que eres una especie de donjuán.

—¡ Oh, por el amor de Dios!

— Le hice ver claro a Facundo lo mucho que te debía.

— ¿La palabra «gratitud» otra vez, Pau?

— ¿Por qué te desagrada tanto? Pero, dime una cosa, ¿a quién crees a Facundo o a mí?

— Querría creerte, Pau, Dios sabe cuánto lo deseo. Pero dejemos esto por ahora. ¿En qué piensas?

— En lo poco que te conozco y te comprendo —suspiró ella.

—Estás equivocada, Pau, sabes mucho acerca de mí. Sabes que me preocupa lo que te suceda, si no fuese así, no te habría llevado a Toronto. Y sabes que te encuentro deseable.

—También sé que no confías en mí.

— Se necesita tiempo para confiar en alguien, Pau.

 Los dedos de él recorrieron sus mejillas y labios. Pedro había dicho que la encontraba atractiva, ella también pensaba lo mismo de él, pero, ¿eso era todo? Ella quería su confianza, su aprobación, su amor... porque le amaba. Amaba a Pedro Alfonso. Su fuerza, la forma en que se ocupaba de ella, su orgullo y su carácter. Todo la había conducido hacia él. Sabía que le amaba, y que le amaría hasta el día de su muerte.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 43

En media hora, Paula estuvo lista, y al mirarse en el espejo se sintió complacida con su propia imagen. Llevaba puesto una blusa blanca de seda, una falda negra y un sencillo collar de oro. El cabello suelto sobre los hombros enmarcaba su rostro realzado por el maquillaje. Su atuendo la hacía parecer mayor y más sofisticada. Oyó un golpe en la puerta y una voz profunda preguntó:

— ¿Lista, Paula?

—Pasa. La puerta se abrió y Pedro entró.

— Sigues sorprendiéndome. Nunca sé el aspecto que tendrás, ni qué dirás. Me fascinas, Pau.

Se paró cerca de ella y el espejo reflejó su imagen. Parecía frágil, pequeña y delgada a su lado. Él colocó las manos en sus hombros, y en el espejo sus miradas se encontraron. Deslizó las manos por sus brazos hasta sus muñecas, luego acarició su sedoso cabello. Y siempre con los ojos en los suyos, como hipnotizándola.

—Te deseo... ¿lo sabías?

— Sí —contestó la chica.

— ¿Y tú a mi?

— Sí —susurró.

— Es una buena cosa que no hayas aceptado la propuesta de Facundo. Haré que no cambies de idea.

Ella bajó la vista cuando él la hizo volverse. Sus labios se encontraron. El pasado y el futuro dejaron de existir. Sólo existía el presente, y el presente era Pedro; él era todo lo que ella siempre había deseado. Pasaron segundos, tal vez minutos antes de que él la soltara.

— Nunca he deseado tanto a una mujer como te deseo a tí. Algún día o alguna noche, muy pronto, te lo probaré.

Ella se sintió incómoda. Él la deseaba, ¿pero la amaba? Recordó el miedo que había sentido en el bosque, y de nuevo lo experimentó reflejándose en su mirada.

— ¿Ocurre algo?

— No... No, por supuesto que no. Excepto que vamos a llegar tarde.

— Bueno, por lo menos no deberemos sostener una conversación formal con los Thurston, que no son de modo alguno el tipo de gente que me gusta.

Paula se rió, pues ella sentía lo mismo. Con rapidez se pasó un cepillo por el pelo y retocó la pintura de labios.

— ¿Vamos? —preguntó. Él le ofreció el brazo, y unos segundos después entraban juntos en el comedor. Hacían una pareja llamativa: él, alto y rubio; ella, morena y delgada. Louise le dijo a Carlos Thurston, que estaba sentado a su derecha:

— Estamos muy contentos por tener a Pepe de nuevo con nosotros, y Paula está encantada porque puede disfrutar de su compañía. Él le guiñó un ojo y dijo en voz lo suficientemente alta, como para que las seis personas que se encontraban allí lo escucharan:

— Bueno, después de todo, estoy seguro de que Paula extraña la compañía de Facundo... ¿no es cierto, Pau? Consciente de que todo el mundo la estaba observando, replicó:

— Yo... por supuesto. Pero...

 — Nada de peros, jovencita —prosiguió Carlos—. Facundo me dijo anoche que los debía felicitar.

— ¿Por qué, Carlos? —preguntó Pedro con brusquedad.

— Porque pronto habrá boda, por supuesto —anunció Carlos—. Brindemos por Facundo y Paula, y su futura felicidad. Sólo Julia y Horacio levantaron sus copas; Lucrecia se quedó inmóvil en su silla y Paula no se atrevió a mirar a Pedro , hasta que por fin habló:

— Carlos, me temo que esto es un error... Facundo y yo no estamos comprometidos. Él  me pidió que me casara con él, antes de su partida, y le dije que no.

—Eres demasiado tímida, querida. Podría decirte que estoy encantado, le estuve diciendo a Facundo que ya era hora de que se estableciera y no puedo imaginarme una novia más bonita y encantadora que tú —exprimió un limón sobre su plato—. Excelente salmón, Horacio.

La conversación cambió hacia el tema de los diferentes pescados, y luego los problemas de la industria pesquera en la costa este. De pronto, Pedro le dijo a Paula en voz baja:

— Vamos a pasear un rato después de cenar.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 42

—Pienso que cualquier país que descuida la herencia que le legó el pasado, para concentrarse sólo en el progreso tecnológico y en la futura riqueza, corre un importante riesgo.

— ¡Oigan eso! —exclamó Pedro, alegre—. Paula, son casi las siete, vamos a cambiarnos de ropa —antes de que ella pudiese contestar, la tomó del brazo y la condujo escaleras arriba. En la penumbra del pasillo él se detuvo, y la chica observó su expresión —. Puedes ser muy agresiva si te lo propones, ¿lo sabías? Ella bajó la vista.

— No debía haber dicho eso, tu padre pensará que soy terriblemente grosera. Pero estaba enfadada.

—Me dí cuenta. Serías muy leal con el hombre que amaras, ¿no es verdad?

— Supongo que sí. Si creyera en lo que él hace. Y supongo que no le amaría si no fuese así.

— ¿Crees en lo que hace Facundo?  

—¡No!

— ¿Porqué no?

— No me parece auténtico. Ni siquiera honesto. El asintió con una especie de amarga satisfacción.

— Piensa en lo que acabas de decir, Pau. Piénsalo muy cuidadosamente. Y ahora démonos prisa o llegaremos tarde a cenar.

Al dirigirse él hacia su habitación, Paula le siguió con la mirada. Era cierto, no respetaba el trabajo de Facundo, las maniobras, la implacable manipulación de vidas humanas.

La inevitable conclusión fue que no amaba a Facundo. Lo que había sentido había sido el final de un amor inmaduro. Había estado demasiado ciega para descubrir al verdadero Facundo, apresada en un torbellino de romance, fiestas y diversión, viendo sólo su encanto y su atractiva apariencia. Sólo había visto lo superficial, nunca lo real. Jamás podría casarse con Facundo. Este pensamiento le causo alivio ya que sintió que se había liberado de una parte de su pasado que podría muy fácilmente haberla vuelto a atrapar.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 41

—Te divierte eso, ¿Verdad? Estamos jugando al ratón y al gato.

— Por supuesto. Hacía mucho tiempo que no encontraba una mujer como tú.

— ¿Tendría que sentirme halagada por lo que acabas de decir?

— Ya lo estás. He conocido muchas mujeres, pero todas han terminado por aburrirme.

Ella le sonrió provocativamente.

— ¿Te aburro, Pepe?

—No, Pau, de ninguna manera.

él la tomó de un brazo y el color desapareció de las mejillas de la chica al sentir miedo.

— ¿Qué pasa? Aunque trató de reponerse, tiritaba.

—Tienes frío —comentó Pedro—. Mejor nos vamos. En silencio recogieron sus cosas y llegaron hasta el coche. Paula se recostó en el asiento, sintiéndose muy cansada y deprimida. Aunque Pedro condujo a bastante velocidad, llegaron tarde a la casa. La limousine estaba estacionada en el garaje.

—Parece que papá y Lucrecia ya han vuelto —comentó Pedro.

—Pensé que no vendrían hasta mañana.

— Yo también.

—Hace bastante que no te ven. Les agradará que estés en casa.

Él se encogió de hombros.

—Quizá. ¿Me acompañas a verlos?

Ella había planeado subir derecha a su habitación y cambiarse de ropa antes de la cena, sin embargo, respondió:  Por supuesto, estoy deseando saber qué tal se lo han pasado. Él abrió la puerta principal y condujo a la chica hacia la sala. Lucrecia, elegante como siempre, estaba de pie al lado de la ventana, fumando un cigarrillo en una larga boquilla. Los oyó entrar y se volvió para saludarlos.

— ¡Qué alegría veros! Qué bien te veo, Paula, la compañía de Pedro te sienta de maravilla. Me alegro de que estés otra vez en casa, Pepe.

— Hola, Lucrecia. Cada día estás más guapa.

— ¡Adulador!   —rió Lucrecia, pero evidentemente encantada—. ¿Qué has hecho desde que nos fuimos, Pau? Menos mal que Pepe apareció justo cuando estabas sola y necesitada de compañía.

— Es cierto. Cuando Facu me llamó por teléfono anoche, le pude decir que estaba en buenas manos.

— ¿Dijo cuándo llegaría?

— No antes del fin de semana.

— Los Thurston vienen a las ocho; cenarán con nosotros. Quizá Carlos traiga más noticias de Facundo, ya que acaba de llegar de Vancouver.

— Mejor subo a cambiarme, entonces —sugirió Paula.

— Estás muy bien —intervino Pedro, con tono burlón. La voz que se oyó desde el umbral de la puerta era cortante.

— Paula es invitada nuestra, Pepe. Por favor, quiero que lo tengas en cuenta.

Hubo un silencio mortal. Luego Horacio atravesó la habitación y los dos hombres se miraron fijamente.

— Hola, papá —dijo Pedro con mucha calma—. Bienvenido a casa — levantó su vaso en un saludo burlón—. ¿No vas a corresponderme?

— Por supuesto que me alegra que estés de vuelta —afirmó Horacio con notoria falta de sinceridad. Lucrecia interrumpió.

—Horacio, dame otra copa, por favor. ¿Mereció la pena tu viaje, Pepe? ¿Conseguiste lo que buscabas?

— Sí. Pero quizá vuelva este verano para ver cómo siguen las cosas —repuso sin poder ocultar su entusiasmo.

— ¿Has visto a Facundo desde que volviste? —preguntó Horacio, interrumpiéndole.

— No, ya se había ido a Vancouver.

— Está trabajando en un asunto importante, incluso para el país.

El mensaje era claro, pensó Paula. El trabajo de Facundo era muy importante; el de Pedro no.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 40

Se arrodilló y cortó unas pocas.  Absorta en su tarea, no oyó a Pedro que se aproximaba, aunque sintió que era observada. Miró a su alrededor y de inmediato le vió.

— Espero no haberte asustado. Te ví tan guapa cortando las flores, que no quise interrumpirte. Ella se puso en pie con rapidez, con el ramo de violetas en la mano.

 — ¡Míralas, Pepe! ¡Qué bonitas son! —y como a menudo le había ocurrido en los últimos días, se sintió sobrecogida por el milagro de su visión recuperada—. Gracias a tí las puedo ver, nunca te lo podré agradecer lo suficiente.

— No quiero tu gratitud.

Ella sintió como si la hubiese abofeteado.

—Por supuesto que te estoy agradecida, ¿por qué no habría de estarlo?

— ¿Fue por eso por lo que me cuidaste cuando estuve enfermo, porque sentías gratitud? ¿Fue por eso por lo que te acostaste a mi lado? ¿Es por eso por lo que estás conmigo ahora?

— ¡No! —explotó ella—. He venido porque he querido. Pero si no lo he hecho por gratitud, ¿qué hay de malo en ello?

—Debes haber pasado mucho tiempo con Facundo desde que saliste del hospital, y no habrá sido también por gratitud.

—Habría sido difícil evitarlo, viviendo los dos en la misma casa, contestó Paula con frialdad.

— ¿Aún le quieres?

—Quizá. No es asunto tuyo lo que siento por Facundo.

— Sí, lo es. Sé que quiere reconquistarte.

— ¿Cómo puedes saber eso? No le has visto últimamente.

— Sé cómo funciona su mente.

— ¿Por qué se odian?

— Nunca dije que le odiara, Pau.

—Creo que le odias.

— Pues estás equivocada. Lo que él siente por mí es otra cuestión y no quiero especular sobre eso. Lo que sí quiero saber es lo que tú sientes hacia él.

— Pedro, hacía más de un año que no le había visto. Había aprendido a vivir sin él. Es demasiado pronto para saber qué siento.

—Quizá esto te ayude a decidirte. No te asustes, no te haré daño. Pero he estado deseando hacerlo desde que te ví esta mañana —ella se perdió en las profundidades de sus ojos y la boca de él encontró la suya, y cuando sus brazos se ciñeron sobre ella, se estremeció de placer, y su último pensamiento racional fue que también ella había estado deseándolo desde por la mañana. Pero no estaba preparada para lo que él dijo después.

— Quiero que hagas algo por mí. La próxima vez que Facundo te bese, deseo que recuerdes lo que acaba de suceder entre nosotros. Si te hace sentir lo mismo que yo, cásate con él. Pero si no lo hace, y estoy seguro de que no podrá, no sigas con él, Pau. Sería como suicidarte. No se entenderían, no podría haber comunicación entre ustedes. Acabarían divorciándoos. ¿Entiendes lo que te digo? Se necesita amor para crear lo que existe entre tú y yo.

— Entonces, de acuerdo con tu razonamiento, quizá tú deberías casarte conmigo.

—Tal vez. Pero no me gusta meter la naríz en propiedad ajena. Facundo te ha pedido que te cases con él, ¿Verdad? ¿Y cuál fue tu respuesta, pequeña Pau?

— Mi respuesta fue no.

— ¿Así de simple?

— Así de simple. Le dije que era demasiado pronto y que necesitaba más tiempo.

—Me alegra que hayas mostrado algo de sensatez.

— ¿Por qué no quieres que me case con Facu, Pepe?

— Porque vales diez veces más que él.

— ¿Es la única razón?

— Si hubiera más razones, no te las diría ahora. Tendrás que esperar para satisfacer tu curiosidad.

—¿Qué? —se burló ella—. ¿Pedro Alfonso tiene miedo de decir lo que siente?

—La discreción es la parte más importante del valor.

domingo, 24 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 39

-¿Por qué no lo llevaron al hospital?

-Está lleno. Y yo era capaz de hacer lo que fuera necesario.

—¿Cuándo se va?

— No lo sé, aún se está recuperando.

— Crees que exagero, ¿No es así, Pau? Pero si Pedro puede quitarme algo que es mío, lo hará. Y tú eres mía, Pau, no lo olvides.

— Facu, ya no estoy comprometida contigo...

Como si ella no hubiese hablado, él repitió:

— Eres mía.

— Estás sacando las cosas de quicio.

—No lo creo. No conoces a Pedro como yo. Voy a cortar, me esperan en el bar antes de cenar. No creo que vuelva a casa antes del fin de semana. Cuídate, cariño, y recuerda que te quiero.

— Adiós, Facu—colgó y durante unos minutos permaneció allí, sumida en sus pensamientos.

De acuerdo con Facundo, cualquier interés que Pedro pudiese demostrar sería motivado por el hecho de que ella le pertenecía. ¿Era eso cierto? ¿Por qué se había preocupado tanto por ella cuando estaba ciega, sacándola a pasear, hablando con ella acerca de su madre, insistiendo en llevarla al hospital, invitándola a Hardwoods? El resultado final había sido ponerla otra vez en el camino de Facundo, ¿y por qué quería él eso? Incapaz de responder a ninguna de sus propias preguntas, tomó un libro de la biblioteca, subió a su cuarto, y nuevamente fue un alivio cerrar la puerta y quedarse sola.  Cuando  bajó a desayunar a la mañana siguiente, la primera persona que vió al entrar al comedor fue a Pedro, sirviéndose una taza de café. Parecía más atractivo que de costumbre con pantalones grises y una camisa blanca, su rostro había recuperado el color y el sol orillaba sobre su espeso cabello rubio. Él recorrió con la mirada a la joven, que llevaba puesta una falda verde claro, combinada con una blusa fruncida, verde y blanca. Se había recogido el pelo en una coleta.

—Buenos días, Pau.

Ella sonrió con nerviosismo.

— Hola. ¿Te duele la pierna?

— Un poco —respondió él, con impaciencia.

— Y ¿qué tal estás?

— Como un animal enjaulado. Si no salgo hoy de esta casa, me volveré loco.

Con indiferencia premeditada, ella preguntó:

— Bueno, no hay razón para que no puedas salir.

— ¿Qué vas a hacer hoy?

Ella le dio la espalda y se sirvió un poco de tocino y huevos revueltos.

— No lo sé, es demasiado temprano todavía.

— ¿Por qué no nos llevamos la comida y vamos a pasar el día fuera, donde nos plazca?

—No creo que desees mi compañía.

— Estás muy equivocada. Pero merezco esa respuesta. Comencemos de nuevo. Pau, me gustaría que pasaras el día conmigo, ¿lo harás? Sólo había una posible respuesta.

—Me encantaría.

—Muy bien. Le diré a Rolando que nos prepare la comida. Te veré fuera dentro de media hora.

Ella asintió. Un día entero con Pedro era un regalo inesperado. Experimentó una enorme alegría. Sería un día perfecto, pensó esperanzada. Y así lo fue al principio. Pedro parecía muy tranquilo, y Paula no pudo evitar compararle con Facundo, que no sabía disfrutar de la paz y soledad de la vida al aire libre. Los paseos por el campo no le gustaban. Había estacionado el coche al borde del camino, llevando con ellos la cesta del picnic, mientras caminaban por el sendero que seguía la orilla de un río. Bajo los árboles, los helechos reposaban verdes y frescos, y también abundaban las fresas silvestres. Ella se detuvo para recoger algunas y sus labios y dedos quedaron de inmediato manchados de rojo. Juntando algunas en la palma de la mano, se dirigió hacia Pedro, que había tendido una manta en el suelo. Allí comieron lo que la cocinera les había preparado, y más tarde, él se tumbó en la hierba.

—¿No te importa si duermo un poco? —bostezó y cerró los ojos.

Sentada frente a él, con las piernas cruzadas, Paula le observó mientras dormía. Carácter fuerte y voluntad imperiosa fue lo que pudo notar en su rostro. Moviéndose con lentitud para no despertarle, cerró la tapa de la cesta y luego vagó entre los árboles hasta el arroyo, comenzando a seguir su curso montaña arriba. Sus orillas estaban cubiertas por violetas silvestres.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 38

— Me pregunto qué excusa habrás utilizado para meterte en la cama de Facundo.

— Nunca lo hice —contestó la chica con furia—. ¡Ya te lo dije! Te mintió al decirte que había hecho el amor conmigo.

— ¿Por qué habría de molestarse en decir una mentira semejante?

—Porque sabía que irías a verme, y quería que pensaras que tenía algún derecho sobre mí.

— ¿Y lo tiene?

— No, por supuesto que no.

— No pareces muy segura.

— ¿Por qué estás tan enfadado?

Con sorprendente rapidez, la inmovilizó y la besó en la boca. No había ternura en ese beso; con terror, ella trató de liberarse.

— Sal de mi cama, Pau, a menos que desees que Rolando o alguna de las criadas te encuentre aquí.

Avergonzada y herida, ella exclamó con amargura:

—Tus tácticas de cavernícola no me impresionan. Quizá fuera mejor que Facundo te diera una o dos lecciones en cuanto a técnica.

— Sal de mi dormitorio, bruja.

Paula saltó de la cama y la grisácea luz de la mañana hizo brillar los pliegues de su camisón de nylon. Se colocó la bata sobre los hombros, y huyó de la habitación. Su dormitorio le ofreció una especie de refugio. Pedro era como una tormenta, pensó. ¿Cómo abrigar la esperanza de comprenderle? Había sido tierno y apasionado con ella, pero también cruel y violento. Pareció estar celoso de Facundo, aunque eso significara que la quería para sí. Quizá era una explicación demasiado simple el atribuir su proceder a los celos.

— Señorita Chaves, ¿puedo entrar, por favor?

Paula abrió la puerta y se encontró con una de las criadas, que le llevaba el té.

—Oh, gracias —murmuró. — ¿Cree que debería llevarle algo al señor Alfonso?

—No, debe estar dormido.

Poco después de haber bajado Paula, llegó el doctor Saunders, tal como le había prometido. Después dé ver a Pedro, se reunió en el comedor con ella.

—Está mejorando —dijo—. Es un hombre muy fuerte, pero deberá cuidarse durante un día o dos. Encárgate de eso, Paula.

—No me imagino a nadie impidiendo que Pedro Alfonso haga lo que tiene ganas de hacer.

El médico soltó una carcajada.

—¡Tienes toda la razón, por supuesto! Bueno, ahora está durmiendo, y esperemos que tenga el buen sentido de permanecer en Cama hoy. Creo que no tendré necesidad de volver por aquí.

 Después de comer, Paula dormitaba en un sillón de la biblioteca cuando entró Rolando.

—¿Señorita? Teléfono para usted, la telefonista dijo que era una conferencia.

Al levantar el auricular, oyó la voz de Facundo:

 —¿Cómo está mi chica favorita? Se sintió muy contenta al oír su voz.

—Hola Facu, qué agradable sorpresa.

—He salido pronto de la reunión y he llamado para saber qué tal estabas.

-Bien. ¿Cómo van los negocios?

Él describió las maniobras y complicaciones de su último contrato. «Ése era su mundo, el de las finanzas y negocios», pensó Paula.

—Lo siento, debo estar aburriéndote —observó él.

—Me temo que esta llamada te costará mucho.

—¿Y eso qué importancia tiene? Es maravilloso oír tu voz. ¿Ya han vuelto mis padres?

—No. Volverán dentro de un par de días.

—¿Qué has hecho desde que me fui?

—Bueno, muchas cosas. Pedro volvió ayer.

— Ya veo —dijo Facundo con frialdad.

—Estuvo enfermo. Tuvo un accidente y se lastimó una pierna. Además, contrajo la malaria. Tuvimos que llamar al doctor Saunders.

-¿Quién le cuida?

-Samuel y Rolando—replicó ella, evasiva—. He ayudado, por supuesto.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 37

Samuel se había convertido en un buen amigo. Recordó el modo en que Facundo se había negado a tener su amistad. Fue a su dormitorio, donde se cambió de ropa y se puso un camisón y una bata de terciopelo verde. Al volver a la habitación de Pedro, vió que aún dormía. Poder verle le parecía un milagro, y durante un largo rato, permaneció quieta al lado de su cama, sin dejar de observarle; era como si tratara de llegar más allá de la superficie, hacia el interior de ese hombre que aún era un enigma para ella. Odiado por Facundo, ignorado por sus padres, dominante y exigente... y, sin embargo, vulnerable y desamparado en ese momento. A las once, apagó la luz y se acomodó en el catre, segura de oírle si la llamaba. La habitación en penumbras era tan acogedora como le había parecido la primera vez que la vió, y experimentó una profunda alegría por estar donde estaba. Ése era su lugar, pensó, al tiempo que el sueño la vencía.

Alguien gemía. Preguntándose si soñaba, confundida por encontrarse en una cama que no le era familiar, Paula miró su reloj. Eran las tres y media de la madrugada. Se frotó los ojos y de pronto despertó por completo al recordar dónde y con quién estaba. Se levantó con rapidez y fue hasta la cama de Pedro. Él tenía los ojos cerrados, pero continuaba quejándose. Al ponerle una mano en el hombro, sintió que todo su cuerpo se estremecía. El debió sentir la presencia de la chica porque parpadeó, y sus asombrados ojos azules la miraron.

—¿Pau? —ella apretó su hombro ligeramente.

— Sí, estoy aquí.

—Pensé que te habías marchado —musitó, cogiendo su mano. Sus manos estaban heladas.

Paula  trató de taparle con el edredón, pero seguía tiritando ,y en un gesto que le llegó al corazón, él colocó su mejilla contra la palma de su mano, anhelando su calor. Ella dudó sólo un instante. Se quitó la bata, apagó la luz, levantó las sábanas y se acostó a su lado. Sin pensarlo, pegó su cuerpo al de él, acercándolo aún más con su brazo; estaba tan frío que pareció quitarle a ella todo su calor.

—Pau, no deberías...

—Cállate. Es la única manera de darte calor, Pepe. Quédate quieto —con lentitud, el calor del cuerpo de ella comenzó a transmitirse a su pecho y piernas, y el temblor de él disminuyó. Al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, Paula pudo distinguir los Muebles de la habitación. A su lado, vio el cabello rubio y el fuerte pecho varonil. Nunca había tenido tanta intimidad con un hombre, de manera que un nuevo calor recorría sus venas. Como si hubiese leído sus pensamientos, la mano de él se deslizó hasta su cintura, atrayéndola, al tiempo que hundía su rostro en el cuello femenino donde la piel era suave y perfumada. Finalmente sus labios se encontraron. Ella debió sentir temor o por lo menos timidez, pero nada de eso le ocurrió, sino todo lo contrario, su corazón cantaba dentro de su pecho. Confiada, correspondió a sus besos y con la misma confianza, se acercó más hacia él. El tiempo dejó de existir mientras permanecían tan juntos.

—Eres muy hermosa, Pau.

Sin motivo se apartaron el uno del otro. Pedro apoyó la cabeza en el hombro de ella y, al acariciarle, Paula expresó teda la ternura que sentía hacia él. Los ojos de él se cerraron, su respiración se hizo más profunda y regular al tiempo que se quedaba dormido en sus brazos. Tuvo miedo de despertarle si volvía a su cama, por lo tanto, permaneció quieta a su lado, disfrutando de esa cercanía física que nunca había experimentado y, emitiendo un suspiro de felicidad, también se quedó dormida. Alguien la sacudía con tanta fuerza que se despertó sobresaltada. La luz del amanecer se había filtrado en la habitación mientras dormía. Vio unos ojos azules que la miraban con furia. Angustiada preguntó:

— ¿Qué ocurre, Pepe?

— ¿Qué diablos haces en mi cama?

—Tenías tanto frío, que me acosté a tu lado para calentarte.

— ¡Dios mío, Pau!

— Me despertaste durante la noche. Me asusté porque estabas muy frío. Eso es todo, no ha pasado nada.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 36

— No te preocupes, ya me ha sucedido otras veces. Aunque no me sentí tan mal como ahora.

—El doctor Saunders llegará pronto. Supone que has contraído la malaria.

— Así es... estuve un par de años en África.

— Hay mucho que desconozco de tí —observó ella. Él trababa de controlar el temblor que sacudía su cuerpo. Sin pensarlo, Paula le agarró una mano, tratando de transmitirle calor.

—No te vayas, por favor — suplicó él.

— Me quedaré tanto tiempo como me necesites —prometió la chica, mientras las lágrimas asomaban a sus ojos. Le pareció deprimente ver a un hombre tan vigoroso asirse a su mano como un niño. El doctor Saunders era un hombre vivaz, con escaso cabello cuidadosamente peinado. Sus movimientos eran rápidos y precisos, y su mirada astuta y amable a la vez.

— Suéltale la mano, Pedro. Ella volverá cuando yo te haya examinado.

Paula abandonó la habitación. Intuía que el doctor Saunders, al igual que Rolando, se alegraba de ver nuevamente a Pedro en Hardwood. Cuando más tarde salió el médico de la habitación, preguntó:

—¿Están Horacio y Lucrecia en casa?

— No, estarán fuera durante una semana.

—Ya veo. ¿Sabes algo de enfermería? —la chica movió la cabeza negando—. Está peor de lo que suponía y me pregunto si no sería mejor internarle en el hospital. Aunque sería más agradable para él permanecer en casa. Le explicó lo que ella debería hacer en caso de quedarse Pedro allí. Paula afirmó:

—Estoy segura de que podría arreglármelas —dudó un instante—. ¿Es un ataque más fuerte de lo habitual?

— Creo que el accidente ha debilitado sus defensas.

— ¿El accidente? —repitió ella, perpleja.

—De modo que no te lo dijo. Típico de Pedro, siempre oculta sus problemas.

—¿Qué accidente? —volvió a preguntar Paula.

— Al parecer, una semana después de llegar allí, un miembro de la tripulación quiso fotografiar el mar, desde las rocas, durante una tormenta. Fue arrastrado por el agua, y se habría ahogado de no ser por Pedro. Desgraciadamente, el mar lo golpeó contra las rocas y se rompió algunas costillas y se hizo una herida en la pierna que le impidió moverse. Además, perdió mucha sangre.

— Eso explica el porqué no vino a verme. Pero, ¿por qué no me lo hizo saber? —susurró ella.

— Por dos razones, según creo. La primera es que estaban aislados, a muchos kilómetros de toda región habitada. Allí no hay caminos, ni oficinas de correos, y tampoco teléfonos. En segundo lugar, Pedro se acostumbró a la falta de interés de sus padres en lo referente a sus problemas; nunca se le habría ocurrido avisarles.

A pesar de su preocupación, Paula suspiró con alivio: el silencio de Pedro tenía una explicación, además él estaba en casa... El médico miró su reloj de pulsera.

—Me retiro. Llámame esta noche a casa si empeora. De lo contrario, pasaré mañana a primera hora camino del hospital. Ella le sonrió, agradecida.

—Gracias. Adiós, doctor Saunders.

Durante las horas siguientes, Pedro se sumió en un sueño intranquilo. Rolando  llevó un catre de una de las habitaciones vecinas, y lo armó para que ella pudiera descansar en la habitación ; Samuel la sustituyó un rato para que cenara.

—Llámame si me necesitas. ¿Estás segura de que puedes encargarte de todo tú sola? —le preguntó Samuel.

— Es lo menos que puedo hacer. Si no fuese por él, aún estaría ciega.

— ¿De modo que lo que sientes por él es gratitud?

— Por supuesto.

— No te canses demasiado. Buenas noches, Paula.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 35

— Cerca de quince kilómetros. ¿Por qué piensa Rolando que le ha ocurrido algo malo?

— Dijo que Pedro estaba ebrio o enfermo.

— Bueno, pronto lo sabremos. Tranquilízate.

— Es más fácil decirlo que hacerlo. La estación era pequeña, con un edificio pintado en un color anaranjado. No había señales de vida. El corazón de Paula latía muy deprisa. De pronto la joven experimentó un miedo terrible y se agarró del brazo de Samuel.

— ¿En dónde podrá estar? — Hay una sala de espera ahí enfrente. Vamos a ver. Todavía del brazo de Samuel, recorrieron el edificio. Un hombre estaba apoyado en una pared; debió haber oído sus pasos, porque se volvió para mirar, y con evidente esfuerzo se enderezó, tratando de mantenerse en pie sin ayuda de la pared.

— Paula. Oh, Dios, Pau, la operación no tuvo éxito —dijo al ver a la joven con gafas oscuras.

Paula se detuvo. Era la voz que la había perseguido durante el último mes y medio: Pedro había regresado. Se soltó del brazo de Samuel y se quitó las gafas para dejar al descubierto sus ojos. Comenzó a caminar hacia él.

—Betty tenía razón —dijo con calma—. Tus ojos son del color del cielo en verano. Por un momento creyó que él se caería, y lo agarró de los brazos.

—Gracias a Dios —musitó Pedro—. Pensé que la operación no había tenido éxito, y que te había hecho pasar por todo eso para nada. Cerrando los ojos, comenzó a desplomarse, y Paula gritó:

— ¡Samuel! ¡Ven a ayudarme!

— No está borracho, sino enfermo. Lo mejor que podemos hacer es llevarle a casa lo antes posible. Espera aquí con él, Paula. Iré por el coche.

Por un momento Pedro y ella se quedaron solos. La chica recorría con la mirada aquel rostro de barbilla firme y amplia frente, ahora bañada de sudor, bajo unmechón de cabello rubio. Sus ojos estaban hundidos y el calor de la fiebre le teñía las mejillas. En un momento Samuel estuvo a su lado, y entre los dos lo introdujeron en el coche. La cabeza de Pedro colgaba a un lado, y Paula se dió cuenta de que él no tenía idea del lugar donde se encontraba o hacia dónde le llevaban.

— Date prisa, Samuel —pidió ella, con voz quebrada. A toda velocidad recorrieron el camino de vuelta. Samuel se detuvo lo más cerca posible de la puerta.

— Voy a buscar a Rolando, quédate aquí con él.

Pedro estaba inconsciente, y su respiración era rápida. Los dos hombres lo trasladaron al interior de la casa.

— Deberíamos llevarlo directamente a su habitación —dijo Samuel en tono autoritario—. Paula, el nombre del médico de la familia se encuentra en la libreta que está al lado del teléfono, trata de comunicarte con él. Corrió a hacer lo que le pedían, aunque las manos le temblaban. Al saber el médico las condiciones en que se hallaba Pedro, comentó con calma:

—Probablemente sea una recaída de malaria, ya le ha sucedido otras veces. Estaré allí dentro de un cuarto de hora. Volvió a subir, cruzándose con Rolando en el camino.

— ¿Cómo está? —preguntó, ansiosa.

— Consciente otra vez, señorita, pero muy inquieto.

 Subió corriendo el resto de la escalera, y atravesó el pasillo hasta llegar a la habitación de Pedro.

— Pau —murmuró con voz débil pero completamente lúcido—, ¿No estaba soñando que podías ver de nuevo?

Ella le sonrió y se sentó en el borde de la cama, sin notar la presencia de Samuel.

— Llámame si necesitas algo —sugirió el muchacho antes de abandonar la habitación. — No, no estabas soñando, Pepe. El doctor MacAuley dice que quizá necesite gafas para leer, pero excepto eso, todo está bien —un escalofrío recorrió el cuerpo de él

—. ¡Tienes frío! —exclamó Paula.

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 34

— Yo soy el que te hará el amor, Pau, no Pedro. ¿Está claro?

Ella temblaba. La pregunta de él no tenía respuesta, de modo que ella hizo una a su vez.

— ¿Y la fotografía?

— Romper nuestro compromiso fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida. Después de eso no podía soportar mirarla porque sólo me recordaba lo mucho que había perdido. Odio decirte esto, porque suena muy teatral, pero la tiré al río. Nunca se lo dije a Pedro, porque se lo habría tomado a risa.

— Facu, no quiero que pienses que estoy enamorada de Pedro.

— Si tú lo dices...

— Pero en cuanto a tí y a mí, necesito tiempo.

Debido a que la cara de él estaba en la sombra, no pudo percibir la expresión calculadora de sus ojos en ese momento. Vió en cambio, su encantadora e infantil sonrisa.

— Por supuesto, cariño. Vale la pena esperar por tí, ¿no lo sabías?

Con súbita gratitud, ella descansó su frente en el pecho de él.

— Es mejor que te vayas a la cama, debes estar exhausta — sugirió. Conmovida por su preocupación, le besó rápidamente en los labios.

—Gracias por comprenderme. Buenas noches, te veré mañana.

Los siguientes días, parecía como si Facundo hubiese aceptado la necesidad de Paula de esperar. Fue otra vez el compañero agradable de las primeras épocas, cuando acababan de conocerse, haciéndola reír, y obsequiándole con extravagantes regalos. Cuando tuvo que hacer un viaje de una semana de duración a Vancouver, notó que le echaba de menos, ya que Horacio y Lucrecia estaban pasando unos días en un balneario en Thousand Islands. Se sentía mucho mejor, y todos los días daba largos paseos por los bosques y campos que rodeaban la casa; su piel se había bronceado y había recuperado el peso que había perdido en el hospital. Y siempre el milagro increíble de poder ver... si no hubiese sido por su preocupación constante por Pedro, se habría sentido completamente feliz. Subía corriendo la escalera, dos días después de la partida de Facundo, cuando sonó el teléfono. Rolando, el mayordomo, respondió:

— Hardwood. Habla Rolando... ¿Quién es...? —hubo un largo silencio e inconscientemente, Paula se encontró esperando la próxima contestación —. ¿En dónde se encuentra, señor? ¿En dónde... ? Quédese allí, señor. Mandaré a Samuel por usted... ¿Me ha oído, señor? ¿Señor Alfonso...? —con lentitud, Rolando colgó.

— ¿Pasa algo malo? —inquirió Paula, incapaz de ocultar su preocupación. Rolando pareció no encontrar las palabras adecuadas para responder.

— No... no lo sé. Era el señor Alfonso...

—¿Facundo?

— No, no... El señor Pedro.

La joven sintió que el corazón le daba un vuelco.

— ¿En dónde está? ¿Se encuentra bien?

— Está en la estación de ferrocarril. Rolando parecía estar bastante preocupado; era la primera vez, desde que Paula había llegado a Hardwood, que veía que alguien se preocupaba por Pedro. Poniendo su mano sobre el brazo del hombre, preguntó:

— ¿Qué está haciendo allí?

— O está ebrio o se siente enfermo. Apenas pude comprender lo que me decía. Le dije que enviaría a Samuel a buscarlo.

— Iré con él.

— Oh, no, señorita, eso no estaría bien.

Paula no hizo caso de sus protestas.

— ¿En dónde está la estación?

— Samuel lo sabe. Pero, señorita...

Paula ya había salido, y corría hacia el garaje, sobre el cual Samuel tenía un pequeño departamento.

— No corras así, hace demasiado calor —dijo de buen humor.

— Samuel, Pedro acaba de llamar por teléfono, está en la estación. Rolando piensa que le ha pasado algo malo. ¿Podemos ir de inmediato?

— Seguro, pero, ¿Qué diablos hace en la estación?

— No lo sé... ¡Date prisa, Samuel!

— Está bien, está bien. Iremos en el Chevrolet.

—¿Qué distancia tenemos que recorrer?