domingo, 24 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 34

— Yo soy el que te hará el amor, Pau, no Pedro. ¿Está claro?

Ella temblaba. La pregunta de él no tenía respuesta, de modo que ella hizo una a su vez.

— ¿Y la fotografía?

— Romper nuestro compromiso fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida. Después de eso no podía soportar mirarla porque sólo me recordaba lo mucho que había perdido. Odio decirte esto, porque suena muy teatral, pero la tiré al río. Nunca se lo dije a Pedro, porque se lo habría tomado a risa.

— Facu, no quiero que pienses que estoy enamorada de Pedro.

— Si tú lo dices...

— Pero en cuanto a tí y a mí, necesito tiempo.

Debido a que la cara de él estaba en la sombra, no pudo percibir la expresión calculadora de sus ojos en ese momento. Vió en cambio, su encantadora e infantil sonrisa.

— Por supuesto, cariño. Vale la pena esperar por tí, ¿no lo sabías?

Con súbita gratitud, ella descansó su frente en el pecho de él.

— Es mejor que te vayas a la cama, debes estar exhausta — sugirió. Conmovida por su preocupación, le besó rápidamente en los labios.

—Gracias por comprenderme. Buenas noches, te veré mañana.

Los siguientes días, parecía como si Facundo hubiese aceptado la necesidad de Paula de esperar. Fue otra vez el compañero agradable de las primeras épocas, cuando acababan de conocerse, haciéndola reír, y obsequiándole con extravagantes regalos. Cuando tuvo que hacer un viaje de una semana de duración a Vancouver, notó que le echaba de menos, ya que Horacio y Lucrecia estaban pasando unos días en un balneario en Thousand Islands. Se sentía mucho mejor, y todos los días daba largos paseos por los bosques y campos que rodeaban la casa; su piel se había bronceado y había recuperado el peso que había perdido en el hospital. Y siempre el milagro increíble de poder ver... si no hubiese sido por su preocupación constante por Pedro, se habría sentido completamente feliz. Subía corriendo la escalera, dos días después de la partida de Facundo, cuando sonó el teléfono. Rolando, el mayordomo, respondió:

— Hardwood. Habla Rolando... ¿Quién es...? —hubo un largo silencio e inconscientemente, Paula se encontró esperando la próxima contestación —. ¿En dónde se encuentra, señor? ¿En dónde... ? Quédese allí, señor. Mandaré a Samuel por usted... ¿Me ha oído, señor? ¿Señor Alfonso...? —con lentitud, Rolando colgó.

— ¿Pasa algo malo? —inquirió Paula, incapaz de ocultar su preocupación. Rolando pareció no encontrar las palabras adecuadas para responder.

— No... no lo sé. Era el señor Alfonso...

—¿Facundo?

— No, no... El señor Pedro.

La joven sintió que el corazón le daba un vuelco.

— ¿En dónde está? ¿Se encuentra bien?

— Está en la estación de ferrocarril. Rolando parecía estar bastante preocupado; era la primera vez, desde que Paula había llegado a Hardwood, que veía que alguien se preocupaba por Pedro. Poniendo su mano sobre el brazo del hombre, preguntó:

— ¿Qué está haciendo allí?

— O está ebrio o se siente enfermo. Apenas pude comprender lo que me decía. Le dije que enviaría a Samuel a buscarlo.

— Iré con él.

— Oh, no, señorita, eso no estaría bien.

Paula no hizo caso de sus protestas.

— ¿En dónde está la estación?

— Samuel lo sabe. Pero, señorita...

Paula ya había salido, y corría hacia el garaje, sobre el cual Samuel tenía un pequeño departamento.

— No corras así, hace demasiado calor —dijo de buen humor.

— Samuel, Pedro acaba de llamar por teléfono, está en la estación. Rolando piensa que le ha pasado algo malo. ¿Podemos ir de inmediato?

— Seguro, pero, ¿Qué diablos hace en la estación?

— No lo sé... ¡Date prisa, Samuel!

— Está bien, está bien. Iremos en el Chevrolet.

—¿Qué distancia tenemos que recorrer?

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