miércoles, 6 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 44

—¡Dios, te amo! —exclamó y la atrajo hacia sí.

—¿Q… qué dijiste?

—Te amo —sus labios le recorrían el cuello—. ¡Dios, cómo te amo! —exigió sus labios en un beso apasionado.

¡Amor… Pedro la amaba! Ella correspondió al beso.

—¡Dime que me amas! —gimió él.

¿Cómo podía negar la verdad?

—Te amo —respiró contra su boca—. Te amo mucho.

—Entonces eso es lo que importa —se levantó y tomándola en brazos fue a la habitación—. Te deseo, Paula.

—Sí —apoyó la cabeza sobre su hombro.

—¿Sí… qué?

—¿Gracias? —enarcó una ceja, temblando.

La tensión entre ellos no disminuyó sino que aumentó cuando Pedro la colocó con suavidad sobre la cama y la miró casi con reverencia.

—¿Qué cosa quieres, Paula?

—A tí —dijo sencillamente.

—¿Estás segura?

—Muy segura, Pedro.

—¡Entonces que así sea! —se tendió a su lado, apoderándose de sus labios.

Paula temblaba de excitación y enredó sus manos en el oscuro cabello, para acariciarlo.

—Desvísteme, Paula —la invitó.

Ella no necesitó que se lo volviera a decir, se arrodilló a su lado y poco a poco le desabotonó la camisa. La chica contuvo el aliento cuando sintió los labios de Pedro en su muslo porque la abertura de su vestido le daba acceso a su sedosa piel.

—No puedo hacer nada en estas circunstancias —se desplomó contra el pecho de él.

Pedro le tomó el rostro con las manos y la miró a los ojos.

—Me enloquezco tan sólo con mirarte —confesó apasionado—. Quiero tomar todo con calma, amarte como mereces que te amen, pero no estoy seguro de poder controlarme.

—Desvistámonos sensatamente —murmuró Paula contra su cálida piel—, porque de lo contrario te arrancaré la ropa.

La broma disminuyó la tensión y Pedro se sacudió de risa. Con suavidad la alejó.

—Está bien… tú primero.

—No. Ambos al mismo tiempo —jadeó, desanimada.

—Sé a lo que te refieres, pero es más divertido así.

—Yo no sabría —dijo y se movió para bajarse el cierre del vestido, preguntándose cuántas mujeres se habrían desnudado para él de la misma manera.

—¿Paula? —se arrodilló frente a ella, con el torso desnudo—. ¿Será ésta la primera vez para tí?

Ella se humedeció, nerviosa, los labios. A muy pocos hombres les gustaba la inexperiencia. Encogió los hombros.

—Por supuesto que no.

—¡Paula! —la sacudió con suavidad—. Sabes que lo averiguaré.

—Siento desilusionarte, Pedro pero estás muy lejos de ser el primero.

—Me da gusto —la tomó en sus brazos—. Amarte es una cosa, pero no podría quitarte tu inocencia.

¡Gracias a Dios que mintió! No podría soportar ahora que no la hiciese suya. Se quitó la última prenda para quedar desnuda frente a él.

Él no dijo nada durante varios dolorosos minutos.

—Eres la mujer más hermosa y deseable que he visto en mi vida —dijo con admiración.

—Eso era lo que debías decir —no pudo contener el llanto.

Él le secó las lágrimas con los pulgares.

—A menudo así es como debe ser la verdad. Eres hermosa.

—Tú también.

—Todavía no has visto todo de mí —la sentó sobre la cama y se llevó las manos al cinturón—. Pero lo harás.

Paula sintió que perdía el aliento cuando lo vió quitarse los pantalones y quedarse en calzoncillos. En el último momento su valor la abandonó y se volvió para meterse debajo de las sábanas.

—¿Quieres dejar la luz encendida o apagada?

Levantó la vista y con rapidez la desvió de nuevo, pero había podido ver el magnífico cuerpo desnudo de Pedro.

—Apagada, por favor.

El cuarto quedó a oscuras de inmediato. Él retiró las mantas cuando la alcanzó en la cama y su boca buscó la de ella enseguida. La acariciaba con ansia. El éxtasis llegó a su punto máximo y la chica lanzó una exclamación.

Pedro levantó la cabeza con expresión de asombro.

—Todo está bien, querida; cálmate, mi amor.

—L… lo siento, Pepe —se mordió el labio inferior—. Es que… es que…

—Eres virgen, ¿verdad? —se quedó rígido.

—¿Es acaso tan evidente? —preguntó con temor.

Su respuesta fue bajarse de la cama y ponerse una bata antes de encender la luz.

—Sí, lo es.

—Sí tiene importancia, ¿verdad? —mantuvo la sábana sobre sus senos.

—¡Por supuesto que la tiene!

—Pero, ¿por qué? Cuando estemos casados…

—¡Casados! —repitió con dureza—. No vamos a casarnos, Paula.

—¿No… lo vamos a hacer?

—¡Estoy comprometido con Priscilla!

—Sí, pero…

—Y así seguiré.

—¡Pero dijiste que me amabas!

—Y te amo.

Ella parpadeó porque sintió que su mundo se derrumbaba.

—¿De todas maneras vas a casarte con Priscilla?

—¡Sí! Quisiera poder hacerte comprender…

—No puedes —abandonó la cama para vestirse de prisa—. He sido una tonta. Creí que amarme significaba que querías estar conmigo todo el tiempo. Pero ahora veo que Eze estaba en lo cierto acerca de ti desde el principio —agregó con amargura.

—¿Ezequiel?

—Sí. La primera noche que nos conocimos, cuando creíste que yo era Priscilla, le pregunté a Eze acerca de tí. Él me dijo entonces el tipo de persona que eras.

—¡Tomando en cuenta que no me conocía eso es algo!

—A gente como a tí no hay que conocerla. Entonces me dijo que un día tenías la intención de ser el dueño del negocio, y que casándote con Priscilla lo lograrías. Y ahora lo demostraste. Dices que me amas… si es que sabes lo que quiere decir la palabra… y sin embargo, intentas casarte con Priscilla, la heredera de mi padre.

Pedro palideció.

—Se te olvida algo. Tu padre tiene ahora dos hijas.

—¡Y has estado tratando de seducir a las dos! Eres un desalmado, Pedro Alfonso, y puedes olvidar que alguna vez dije que te amaba! En este momento te odio y dudo que esa opinión cambie alguna vez —salió de la habitación y del departamento para tomar un taxi que la llevara a casa.

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