viernes, 15 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 6

Los días que siguieron nunca dejaron de ser una confusión en su memoria. Oscuridad. Dolor. Sonido de voces remotas e irreales. Cinco días después del accidente, Paula recuperó el sentido. Estaba confusa y atemorizada. No sabía dónde se hallaba ni porqué había tanta oscuridad a su alrededor. Algo suave y ajustado le cubría los ojos y, cuando trató de abrirlos, no pudo hacerlo. Horrorizada, gritó:

— ¡Por favor! ¿Dónde estoy? Ahí comenzó la pesadilla de la cual no despertaría. Suaves voces femeninas le decían que todo estaba bien, pero ella sabía que no era así; un médico hablaba de: «traumatismo grave», «daño en el nervio óptico», «afortunadamente ninguna herida exterior», «quizá una operación dentro de uno o dos años», y... «Ceguera». Frases y palabras que cada vez la atemorizaban más. La gente iba y venía, las enfermeras, los médicos, tanto de medicina general como especialistas. Así transcurrió una semana hasta que Paula se atrevió a formular a su madre la pregunta que la atormentaba:

— ¿Por qué no ha venido a verme? Ella sabía que Facundo no había resultado gravemente herido.

Hubo una pausa notoria. Paula estaba acostumbrándose a distinguir las diferentes entonaciones en la voz de las personas y no tuvo dificultad en percibir las evasivas de su madre al responderle.

— Pensó que necesitarías tiempo para superar la impresión inicial, querida. Como sabes, él sólo tiene unos puntos en una mano y leves contusiones, de modo que fue dado de alta al día siguiente. Creo que logró visitar a sus amigos, después de todo —lo que hizo recordar a Paula la famosa entrevista de trabajo— . Pero después tuvo que tomar un avión para volver a Victoria. No le era posible quedarse aquí. Estoy segura de que vendrá a verte el fin de semana. Los días pasaron lentamente y, al final, llegó la noche del viernes, seguida del sábado.

Fue el domingo por la tarde cuando Paula oyó los familiares pasos aproximarse por el pasillo hacia su habitación. Permaneció callada en la cama, mientras el corazón le latía rápidamente. Los pasos se detuvieron al lado de su cama, y cuando ya no pudo soportar más el silencio, preguntó en voz alta:

—¿Eres tú, Facu?

— Hola, querida — respondió él, besándola en la frente a la vez que colocaba al lado de la joven un enorme ramo de claveles.

—Has traído flores, ¿verdad? Huelen muy bien. Gracias.

—¿Qué tal estás?

— Bien, supongo. Los dolores de cabeza ya no son tan fuertes. Dicen que podré levantarme dentro de unos días —respondió ella, procurando, sin éxito, ver a través del vendaje.

—¡Fantástico! Supongo que irás muy pronto a tu casa.

— Sí —contestó Paula, buscando con desesperación algo que decir—. ¿Te has reincorporado al trabajo?

—Tuve que volver casi de inmediato, estamos más ocupados que nunca con el nuevo contrato con Stanway, y la posibilidad de lograr que la compañía Marsden se fusione con nosotros... —prosiguió él, indefinidamente, mientras Paula dejaba de escuchar, hasta que, de pronto, algo la hizo prestar de nuevo atención—... De modo que debemos aplazarlo por un tiempo, ¿no crees, querida?

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