miércoles, 27 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 47

— ¡Pero, Rolando, es terrible decir eso!

—Terrible o no, señorita, es la verdad. Durante mucho tiempo no pudo soportar siquiera ver a Pedro, de modo que el chico fue enviado a una serie de internados. Se hacía expulsar y volvía a casa, sólo para ser enviado a otro. Después de un tiempo dejó de intentar su regreso a casa. Entonces, el señor Horacio contrajo matrimonio con la segunda señora Alfonso, y al nacer el señor Facundo todos esperamos que las cosas se suavizaran. Creo que hasta cierto punto fue así, por lo menos en ese tiempo Pedro podía volver a casa durante las vacaciones. Estaba verdaderamente encantado de tener un hermano, y hacía lo posible por llevarse bien con el niño. Quizá pensaba que de esa forma se arreglarían las desavenencias entre su padre y él. Pero nunca funcionó... tal vez, inconscientemente, el señor Alfonso predispuso a su hijo menor contra su hermano, y después de un tiempo Pedro dejó de esforzarse. Fue al colegio, y los fines de semana pasaba el mayor tiempo posible con sus amigos. El día que cumplió los dieciséis años, salió por la mañana para ir al colegio y no volvió.

—¿Y qué hizo?

—Consiguió trabajo en un barco de carga. Lo tomó y siguió a través de África, Oriente Medio, Grecia y Europa. Tres años más tarde regresó al Canadá, se matriculó en la universidad y obtuvo su título . Hoy es una personalidad en su círculo profesional, Rara vez viene a Hardwoods, y entre él y su padre existe la misma enemistad y amargura de antes. Entiendo lo que quiere decir —dijo Paula, sin esperanzas—. ¿No hay nada que se pueda hacer? La segunda señora Alfonso, con toda justicia, y a pesar de que  adora a Facundo, ha tratado de que Pedro se sienta más cómodo aquí, y en  cierto modo lo ha conseguido, pero el problema es demasiado complejo como para que pueda alguna vez ser remediado.

El teléfono comenzó a sonar, y Rolando dijo, tan formalmente como si la anterior conversación nunca hubiese tenido lugar:

—Con permiso, señorita.

A solas, Paula se paró frente a la ventana, viendo caer la lluvia. A los cinco años Pedro había perdido a sus padres: a la madre porque  murió, a su padre debido a un odio que la mente del niño jamás podría haber comprendido. Ella podía imaginar demasiado bien el asombro, el temor y la soledad que marcaron cada paso que daba. A los dieciséis años había saltado al mundo de los adultos y se las había arreglado solo... pero de hecho hacía mucho tiempo que estaba solo.  Y ese muchacho se había convertido en el hombre que la había salvado de la auto compasión y de la soledad, que la había liberado de Loma, que le había devuelto la vista. El hombre cuyos besos la hacían estremecer y cuyas caricias despertaban en ella sensaciones que no sabía que existiesen....

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