domingo, 10 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 51

En cuanto salió, entró Ezequiel, preocupado.

—¿Qué diablos pasa aquí? —preguntó—. ¿La tercera guerra mundial? Los dos hermanos Alfonso acaban de salir con el aspecto de haber estado en una batalla, uno con una nariz sangrante y Pedro, como si quisiera golpear a alguien.

—A mí —aceptó Paula—, Es… es un desalmado, Eze —comenzó a temblar aunque el cuarto estaba caliente—. ¡Sácame de aquí, Eze! ¡Aléjame de aquí!

—Está bien, cariño —le pasó un brazo protector por los hombros.

La llevó a su departamento encima del garaje, era cómodo y de dos habitaciones. Le sirvió una copa de whisky y la observó tomársela.

—Ahora —se sentó acariciándole las manos—, cuéntamelo.

—¡N… no puedo! —se dejó caer sollozando sobre su pecho, porque sabía que no podía discutir con él acerca de Priscilla, no hasta haber hablado con su padre y su hermana—. ¡No puedo, Eze! —lo miró suplicante.

—Está bien, cariño —le acarició la cabeza con ternura—. Sólo quédate aquí conmigo y no te preocupes por nada. Nadie puede tocarte aquí, no los dejaré.

Supo que así sería y sintió confianza de su habilidad para protegerla. No podía protegerse a sí misma, sus pensamientos estaban con Prisci y la lesión que la alejaría de ellos. También pensaba en las terribles cosas que le dijo a Pedro y no podía creer que hubiera hecho eso.

Cuando despertó, había silencio a su alrededor, y una luz que Ezequiel debió haber encendido mientras ella dormía. Su cabeza descansaba sobre el pecho de él y su pose relajada le dijo que él también dormía. Se movió y estiró sus entumecidas extremidades.

—Lo siento —dijo con pesar en cuanto Ezequiel abrió los ojos—. No quise despertarte.

—No lo hiciste —él también se enderezó—. No dormía, sólo descansaba —la miró inquisidor—. ¿Cómo te sientes?

—Tensa —gesticuló ella—. ¿Qué hora es?

—Casi las tres.

—¡Oh Dios! Estarán preguntándose dónde estoy.

—No —la tranquilizó Ezequiel—. Telefoneé a tu padre y le dije que estabas conmigo. Me contó todo, Paula —agregó con suavidad.

Enseguida la chica se mostró horrorizada al recordar la dolorosa velada.

—¿Todo?

—Sí. Le dije que te llevaría a casa cuando estuvieras lista.

—Jamás estaré lista para regresar y aceptar eso.

Ezequiel le cubrió una mano con la suya.

—No puedes olvidar ese hecho tratando de ignorarlo.

—Es demasiado joven, Eze —gimió Paula.

—Y tiene todo para qué vivir, un padre, una hermana que la quiere y un prometido que sacrificaría su propia felicidad para hacerla feliz.

—¿Te refieres a Pedro?

—Por supuesto.

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