viernes, 8 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 46

Priscilla comenzó a arrugar la sábana con nerviosismo.

—¿Por qué diablos tendría que venir profesionalmente?

—Pensé que tal vez debido a tus jaquecas… —eso no fue lo que pensó porque si el doctor Forrester había ido profesionalmente era para ver a su padre.

—No —negó enseguida Priscilla—. Me siento un poco cansada, Paula, tal vez debía dormirme ahora.

—Sí, por supuesto —se levantó—. Te veré en la mañana —se inclinó a besar a su hermana.

Pero no durmió cuando llegó a su habitación, estaba demasiado perturbada por los acontecimientos de la velada como para poder relajarse. Esa noche se portó como una tonta, se sentía avergonzada de haberse dejado engañar con tanta facilidad. Pero la razón por la que lo hizo todavía existía… amaba a Pedro. ¿Cómo podía amar a un hombre tan despreciable, que se casaría con su hermana por razones mercenarias? Tal vez amaba a Priscilla y a ella también, pero lo único que deseaba era ser el único propietario del negocio que ahora compartía con el padre de las dos.

Al día siguiente, tendría que enfrentarse de nuevo a Pedro y fingir para que no supiera cuánto la había lastimado. Después de lo que ella le dijo, dudaba tener que luchar para que no intentara besarla ni tocarla de nuevo.

Al día siguiente estuvo con su tía y salió con Ezequiel esa noche. Por el momento era el compañero sin complicaciones que necesitaba.

Cuando por fin llegó a casa no había señales de Pedro, así que entró contenta. El mayordomo llegó a quitarle el abrigo cuando entró.

—El señor Alfonso la ha estado llamando todo el día, señorita Paula.

—¿Dejó un mensaje? —trató de aparentar calma.

—No, señorita Paula, aunque creo que tenía urgencia de hablar con usted. Salió en viaje de negocios par varios días, pero dijo que volvería a llamarla en cuanto pudiera.

—No sabía que se iba de viaje. ¿No estuvo aquí esta tarde, Gerardo?

El hombre la miró asombrado.

—Creo que me mal interpretó, señorita Sara. No me refería al señor Pedro, sino al señor Federico Alfonso.

—¿Federico? —¿qué podía querer Federico con ella?

—Así es —asintió el mayordomo.

—¿Está seguro de que quería hablar conmigo, Gerardo?

—Muy seguro, señorita Paula.

—¿Mencionó adónde iba?

—A Alemania, y no estaba seguro de la fecha de regreso.

—Gracias —dijo distraída—. S… si llama de nuevo avíseme enseguida, ¿quiere?

—Por supuesto, señorita Paula.

¿Por qué querría verla Federico? No volvió a llamar, tal vez sus negocios en Alemania lo mantenían ocupado y tampoco vió u oyó hablar de Pedro, aunque sabía que él y Priscilla se encontraban casi todas las tardes.

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