domingo, 17 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 12

Ella podía oír el rítmico latir del corazón de Pedro. No había estado en una situación como aquella desde hacia casi un año. Se sentía a la vez cómoda y segura, aunque nerviosa. Una parte de ella sabía que debía escapar de ese abrazo, mientras la otra quería permanecer así, y una tercera reconocía la necesidad de deslizar sus manos por debajo de la chaqueta de él y de elevar su rostro y dejar que Pedro la besara. Para su horror, esta última era la más poderosa de las tres. Apoyó las palmas sobre el pecho de él y, empujándole, pensó que había confiado en Facundo y ahora su hermanastro le pedía también su confianza, aunque ya sabía que Pedro era un hombre totalmente diferente a aquél.

— Preferiría ir a casa — expresó la joven, sin tomar en cuenta lo que él le acababa de decir.

— ¿Sabes lo que me estás demostrando? Me estás demostrando que la seguridad es más importante que el riesgo. Estás dándole la espalda al mundo, Pau. ¿Es eso lo que quieres, pasar el resto de tu vida encerrada en esa casa acompañada sólo por Beatríz y tu madre? Eres joven y hermosa, y podrías vivir... la decisión es tuya.

Asediada por las palabras de Pedro, sabiendo que él tenía razón, Paula luchó por mantener la calma. Él continuó hablando en medio de los chillidos de una gaviota.

— Soy capaz de tomarte en brazos y llevarte por la fuerza a ese restaurante, y tú lo sabes tan bien como yo. Pero no lo haré, Pau, porque como he dicho hace un minuto, la decisión tiene que ser tuya. Sólo piensa con cuidado antes de tomarla. Porque si dices: «No. Llévame a casa», te obedeceré. Y esta noche, tomaré el avión de regreso a Quebec y no sabrás de mí. Pero si respondes: «Sí», entonces haré todo lo que pueda para ayudarte a ser independiente, una persona normal otra vez.

 Él ya no estaba tocándola. La joven notó que se había alejado un poco, poniendo cierta distancia entre ambos. Estaba segura de que Pedro había dicho todo lo que pensaba decirle. La decisión era, en efecto, suya. Ella podía buscar refugio, como un animal asustado, a la sombra de su madre y de los cuidados de Betty, o bien salir al sol y al viento para enfrentarse a los peligros y satisfacciones de la vida.

De pronto, Paula recordó una escena de su pasado. Su padre había muerto antes de que ella cumpliera cinco años, y aunque no tenía muchos recuerdos suyos, lo que no había olvidado era que le había enseñado a montar en bicicleta. Era un día soleado, y su padre había corrido junto a ella, sosteniendo la bicicleta del sillín para ayudar a la niña a mantener el equilibrio. La soltó y ella siguió, tambaleante, por la entrada de vehículos de la residencia, sabiendo que él no la dejaría caer aunque pensara que podría arreglárselas sola. Sabía que su padre no se habría pasado diez meses encerrado en una casa silenciosa sintiéndose derrotado, solitario y aburrido. Instintivamente, reconoció que Pedro Alfonso era una persona que le habría agradado. Levantando la cabeza en actitud desafiante, dijo:

— Por favor, Pedro, ¿Podría llevarme al restaurante?

— Me agradará mucho hacerlo. Una respuesta sencilla para una solicitud sencilla. Eran palabras que, no obstante, podían cambiar su vida. Y Paula lo sabía. Él la cogió de las manos y, haciéndola ponerse de pie, le preguntó:

—¿Lista?

— Lista —respondió ella, después de lo cual ambos rieron. Con un brazo alrededor de la cintura de Paula, él la condujo al coche. Quince minutos después, Pedro se dirigió por una carretera secundaria, y al pasar una elevación del camino, detuvo el vehículo. Estaban parados delante de un pequeño hotel que antes había sido a residencia familiar de uno de los magnates madereros. Era un lugar encantador, con hermosos jardines y buena comida. Mientras aguardaba a que él la ayudara a descender del coche, Paula se sintió tensa. Debía seguir adelante. Ya no podía retroceder. Era como si fuera a vivir una aventura. Pedro pareció leer sus pensamientos, porque al abrir la puerta del coche, le comentó:

—Calma, Pau. Recuerda que estamos haciendo esto para pasarlo bien.

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