domingo, 3 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 28

—Nuestra madre era muy bella e inteligente. Tenía una personalidad definida, le fascinaba recibir y era muy feliz con Manuel, mi padrastro. Me simpatizaba y no sólo lo digo porque era mi madre.

—Estoy segura de que no —Priscilla estuvo de acuerdo—. Yo quiero mucho a papá y creo que te simpatizará cuando lo conozcas mejor. En realidad, él quiere que te quedes, Paula. Todos queremos.

Pedro no quería. Él deseaba que regresara a Estados Unidos, y ella no estaba segura de si eso sería lo mejor.

—Dije que lo pensaré —respondió con firmeza—, y eso es lo que voy a hacer.

—Sin presiones de mi parte —dijo Priscilla con tristeza—. Está bien, vamos a nadar.

La piscina estaba situada en la parte de atrás del terreno que rodeaba la casa, protegida por unos arbustos en hilera. Como Priscilla pensó, su bikini le quedó bien a Paula.

Más tarde, Paula telefoneó a su tía y la alentaron a que se quedara a cenar, diciendo que de todas maneras ellos no tenían planes para la velada.

—Creo que no estoy muy bien vestida para la cena —se quedó mirando el vestido que tenía puesto.

—Te veo encantadora —le aseguró Priscilla—. ¿O eso también es ser presumida? Pero si quieres ponerte algo mío, puedes hacerlo.

—Comienzo a sentirme como limosnera.

—¿Cómo puedes ser limosnera si tienes mucha ropa en tu casa? Debe ser divertido ser modelo.

—Es un trabajo pesado —corrigió Paula.

—Mm, supongo que sí. Apuesto a que si mamá y papá se hubieran quedado juntos, a mí también me hubieran permitido trabajar —Priscilla abrió las puertas de su guardarropa que abarcaba un muro de la habitación—. Escoge —invitó.

Jamás había visto Paula que una persona tuviera tanta ropa, y fina. Sacudió la cabeza.

—Me daría miedo estropearla.

—No seas tonta —dijo su hermana—. Sólo son vestidos.

Paula por fin dejó que la persuadiera de ponerse un vestido de terciopelo azul que revelaba una amplia parte de sus senos, y era de falda larga y recta.

Cuando Pedro llegó con su padre, la chica deseó no haber aceptado la invitación a cenar. No lo esperaba y el rubor coloreó sus mejillas al recordar que en la mañana estuvo en sus brazos y la besó. Desvió su mirada de la de él que parecía no querer abandonarla y segundos más tarde Priscilla lo saludaba.

—Querido —dijo en voz baja y los siguientes momentos de silencio contaron su propia historia, dolorosa para Paula.

Levantó la vista a tiempo para ver a Priscilla apartarse de los brazos de Pedro con el lápiz labial corrido.

—Paula —Pedro la saludó en forma abrupta.

—Señor Alfonso —contestó ella de la misma manera.

—No puedes llamar a mi prometido, señor Alfonso—dijo Priscilla riéndose—. ¿Verdad, cariño?

—No —respondió él.

Durante la cena, Paula dedicó la mayor parte del tiempo a conversar con su padre. Era inteligente, divertido y un compañero encantador. Comenzaba a sentir simpatía por ambos miembros de su familia, pero el haberse enamorado de Pedro hacía imposible su estancia en Inglaterra.

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