lunes, 25 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 43

En media hora, Paula estuvo lista, y al mirarse en el espejo se sintió complacida con su propia imagen. Llevaba puesto una blusa blanca de seda, una falda negra y un sencillo collar de oro. El cabello suelto sobre los hombros enmarcaba su rostro realzado por el maquillaje. Su atuendo la hacía parecer mayor y más sofisticada. Oyó un golpe en la puerta y una voz profunda preguntó:

— ¿Lista, Paula?

—Pasa. La puerta se abrió y Pedro entró.

— Sigues sorprendiéndome. Nunca sé el aspecto que tendrás, ni qué dirás. Me fascinas, Pau.

Se paró cerca de ella y el espejo reflejó su imagen. Parecía frágil, pequeña y delgada a su lado. Él colocó las manos en sus hombros, y en el espejo sus miradas se encontraron. Deslizó las manos por sus brazos hasta sus muñecas, luego acarició su sedoso cabello. Y siempre con los ojos en los suyos, como hipnotizándola.

—Te deseo... ¿lo sabías?

— Sí —contestó la chica.

— ¿Y tú a mi?

— Sí —susurró.

— Es una buena cosa que no hayas aceptado la propuesta de Facundo. Haré que no cambies de idea.

Ella bajó la vista cuando él la hizo volverse. Sus labios se encontraron. El pasado y el futuro dejaron de existir. Sólo existía el presente, y el presente era Pedro; él era todo lo que ella siempre había deseado. Pasaron segundos, tal vez minutos antes de que él la soltara.

— Nunca he deseado tanto a una mujer como te deseo a tí. Algún día o alguna noche, muy pronto, te lo probaré.

Ella se sintió incómoda. Él la deseaba, ¿pero la amaba? Recordó el miedo que había sentido en el bosque, y de nuevo lo experimentó reflejándose en su mirada.

— ¿Ocurre algo?

— No... No, por supuesto que no. Excepto que vamos a llegar tarde.

— Bueno, por lo menos no deberemos sostener una conversación formal con los Thurston, que no son de modo alguno el tipo de gente que me gusta.

Paula se rió, pues ella sentía lo mismo. Con rapidez se pasó un cepillo por el pelo y retocó la pintura de labios.

— ¿Vamos? —preguntó. Él le ofreció el brazo, y unos segundos después entraban juntos en el comedor. Hacían una pareja llamativa: él, alto y rubio; ella, morena y delgada. Louise le dijo a Carlos Thurston, que estaba sentado a su derecha:

— Estamos muy contentos por tener a Pepe de nuevo con nosotros, y Paula está encantada porque puede disfrutar de su compañía. Él le guiñó un ojo y dijo en voz lo suficientemente alta, como para que las seis personas que se encontraban allí lo escucharan:

— Bueno, después de todo, estoy seguro de que Paula extraña la compañía de Facundo... ¿no es cierto, Pau? Consciente de que todo el mundo la estaba observando, replicó:

— Yo... por supuesto. Pero...

 — Nada de peros, jovencita —prosiguió Carlos—. Facundo me dijo anoche que los debía felicitar.

— ¿Por qué, Carlos? —preguntó Pedro con brusquedad.

— Porque pronto habrá boda, por supuesto —anunció Carlos—. Brindemos por Facundo y Paula, y su futura felicidad. Sólo Julia y Horacio levantaron sus copas; Lucrecia se quedó inmóvil en su silla y Paula no se atrevió a mirar a Pedro , hasta que por fin habló:

— Carlos, me temo que esto es un error... Facundo y yo no estamos comprometidos. Él  me pidió que me casara con él, antes de su partida, y le dije que no.

—Eres demasiado tímida, querida. Podría decirte que estoy encantado, le estuve diciendo a Facundo que ya era hora de que se estableciera y no puedo imaginarme una novia más bonita y encantadora que tú —exprimió un limón sobre su plato—. Excelente salmón, Horacio.

La conversación cambió hacia el tema de los diferentes pescados, y luego los problemas de la industria pesquera en la costa este. De pronto, Pedro le dijo a Paula en voz baja:

— Vamos a pasear un rato después de cenar.

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