domingo, 24 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 37

Samuel se había convertido en un buen amigo. Recordó el modo en que Facundo se había negado a tener su amistad. Fue a su dormitorio, donde se cambió de ropa y se puso un camisón y una bata de terciopelo verde. Al volver a la habitación de Pedro, vió que aún dormía. Poder verle le parecía un milagro, y durante un largo rato, permaneció quieta al lado de su cama, sin dejar de observarle; era como si tratara de llegar más allá de la superficie, hacia el interior de ese hombre que aún era un enigma para ella. Odiado por Facundo, ignorado por sus padres, dominante y exigente... y, sin embargo, vulnerable y desamparado en ese momento. A las once, apagó la luz y se acomodó en el catre, segura de oírle si la llamaba. La habitación en penumbras era tan acogedora como le había parecido la primera vez que la vió, y experimentó una profunda alegría por estar donde estaba. Ése era su lugar, pensó, al tiempo que el sueño la vencía.

Alguien gemía. Preguntándose si soñaba, confundida por encontrarse en una cama que no le era familiar, Paula miró su reloj. Eran las tres y media de la madrugada. Se frotó los ojos y de pronto despertó por completo al recordar dónde y con quién estaba. Se levantó con rapidez y fue hasta la cama de Pedro. Él tenía los ojos cerrados, pero continuaba quejándose. Al ponerle una mano en el hombro, sintió que todo su cuerpo se estremecía. El debió sentir la presencia de la chica porque parpadeó, y sus asombrados ojos azules la miraron.

—¿Pau? —ella apretó su hombro ligeramente.

— Sí, estoy aquí.

—Pensé que te habías marchado —musitó, cogiendo su mano. Sus manos estaban heladas.

Paula  trató de taparle con el edredón, pero seguía tiritando ,y en un gesto que le llegó al corazón, él colocó su mejilla contra la palma de su mano, anhelando su calor. Ella dudó sólo un instante. Se quitó la bata, apagó la luz, levantó las sábanas y se acostó a su lado. Sin pensarlo, pegó su cuerpo al de él, acercándolo aún más con su brazo; estaba tan frío que pareció quitarle a ella todo su calor.

—Pau, no deberías...

—Cállate. Es la única manera de darte calor, Pepe. Quédate quieto —con lentitud, el calor del cuerpo de ella comenzó a transmitirse a su pecho y piernas, y el temblor de él disminuyó. Al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, Paula pudo distinguir los Muebles de la habitación. A su lado, vio el cabello rubio y el fuerte pecho varonil. Nunca había tenido tanta intimidad con un hombre, de manera que un nuevo calor recorría sus venas. Como si hubiese leído sus pensamientos, la mano de él se deslizó hasta su cintura, atrayéndola, al tiempo que hundía su rostro en el cuello femenino donde la piel era suave y perfumada. Finalmente sus labios se encontraron. Ella debió sentir temor o por lo menos timidez, pero nada de eso le ocurrió, sino todo lo contrario, su corazón cantaba dentro de su pecho. Confiada, correspondió a sus besos y con la misma confianza, se acercó más hacia él. El tiempo dejó de existir mientras permanecían tan juntos.

—Eres muy hermosa, Pau.

Sin motivo se apartaron el uno del otro. Pedro apoyó la cabeza en el hombro de ella y, al acariciarle, Paula expresó teda la ternura que sentía hacia él. Los ojos de él se cerraron, su respiración se hizo más profunda y regular al tiempo que se quedaba dormido en sus brazos. Tuvo miedo de despertarle si volvía a su cama, por lo tanto, permaneció quieta a su lado, disfrutando de esa cercanía física que nunca había experimentado y, emitiendo un suspiro de felicidad, también se quedó dormida. Alguien la sacudía con tanta fuerza que se despertó sobresaltada. La luz del amanecer se había filtrado en la habitación mientras dormía. Vio unos ojos azules que la miraban con furia. Angustiada preguntó:

— ¿Qué ocurre, Pepe?

— ¿Qué diablos haces en mi cama?

—Tenías tanto frío, que me acosté a tu lado para calentarte.

— ¡Dios mío, Pau!

— Me despertaste durante la noche. Me asusté porque estabas muy frío. Eso es todo, no ha pasado nada.

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