viernes, 15 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 7

—¿Qué? –preguntó ella—. ¿Aplazar qué?

— Nuestra boda. ¿No me estabas escuchando?

— ¿Aplazarla hasta cuándo?

—Sólo por un tiempo, hasta que veamos cómo marchan las cosas. No creo que debamos apresurarnos, ¿no te parece?

—Facu, ¿estás diciéndome que no quieres casarte conmigo? —inquirió la joven, reuniendo todo el valor posible para formular la pregunta.

—¡No! ¡Por supuesto que no! —exclamó él, irritado—. Creo que no me has oído, Pau. Sólo te he dicho que teníamos que esperar un poco; hasta el otoño tal vez.

— Una esposa ciega no es lo que esperabas — afirmó ella con brutal honestidad. Tomando las manos de la joven entre las suyas, Facundo confesó:

— Te quiero, Pau... Pero debemos ser sensatos y permitirnos adaptarnos a esta... dificultad.

 —Sí —afirmó ella, con absoluta frialdad—. Supongo que tienes razón.

— Ah, aquí está la enfermera —afirmó Facundo con tal alivio que Paula no supo si reír o llorar—. Le pediré que ponga las flores en un florero. ¿Te gustan, querida?

—Son preciosas —replicó ella sin lograr ocultar la tensión y el agotamiento que su voz reflejó.

— ¿Cansada, señorita Chaves? —preguntó la enfermera, con tono jovial. Paula replicó apenas moviendo la cabeza y no se sorprendió cuando Facundo dijo:

—Bueno. Me voy, Pau. Mi avión sale dentro de dos horas. Le cogió una mano y le dió un rápido beso. Olvidando su orgullo, Paula inquirió:

—¿Podrás venir a verme otra vez?

—Claro que sí. Estaremos en contacto. Cuídate, querida.

 La enfermera anduvo a su alrededor durante unos minutos que para Paula fueron eternos, hasta que salió de la habitación dejándola  sola con su desesperación, compañera constante durante tantos días. Cumpliendo su palabra, Facundo volvió a visitarla. Fue el último día de Paula en el hospital, cuando ya casi había abandonado toda esperanza de que él volviera. La joven estaba vestida, sentada junto a una ¡ventana, aguardando a que su madre la llevara a casa, cuando oyó los pasos familiares en su habitación. Volviendo la cabeza, exclamó:

— ¡Facu! Me alegro de que hayas venido. ¿Cómo estás?

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