miércoles, 6 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 43

—Yo… bueno, no sabía —se humedeció los labios—. No nos presentaron la otra noche en casa de tu madre.

—No te perdiste mucho.

—Estoy segura que cuando no está enfadado puede ser muy simpático.

—Sí, Federico puede ser encantador cuando quiere. ¿Te sentiste atraída hacia él?

—¡Por supuesto que no!

—¿Por qué no? ¡Es joven, bien parecido… y libre!

—Ah, sí, es libre —lo provocó y vio que se ponía rígido—. Tal vez podrías presentármelo alguna vez, cuando no esté tan disgustado.

—No, no lo haré. No saldrás con Federico, Paula. ¡Tendrás que pasar por encima de mi cadáver para hacerlo! —exclamó, halándola contra su pecho.

—Sólo bromeaba, Pedro—murmuró apasionada y le acarició una mejilla.

Él le besó una mano.

—No te burles —Paula gimió—. No acerca de algo así. Por lo que a tí respecta no aguanto mucho dolor —sonó el timbre de la puerta—. ¡Deben ser Juan y Mercedes!

Paula se separó de él al oír que el ama de llaves abría la puerta.

—No estoy interesada en tu hermano, Pedro —le aseguró—, aunque estoy dispuesta a que me simpatice sólo porque es tu hermano.

Su tensión disminuyó un poco.

—No demasiado. El año pasado creyó estar enamorado de Prisci, podría considerarte una buena sustituía.

—¿Al igual que tú? —inquirió con amargura.

—Paula…

—Tus invitados, Pedro—se volvió cuando la pareja de edad mediana entró en la sala.

La velada fue un éxito. Ella sugirió enseñarle a Mercedes Jarvis la vista desde el balcón para dejar a Pedro solo con Juan.

El panorama era magnífico, se apreciaba todo Londres extendido como una enorme alfombra iluminada.

—Siempre se ve diferente —sonrió Mercedes, una mujer de cincuenta años todavía atractiva. Ella y su esposo eran del norte de Inglaterra y extrañaban a su hija y nieto cuando viajaban por negocios, ya que con frecuencia hablaban de ellos.

—¿Le gusta un poco más? —bromeó Paula, porque sabía que la pareja consideraba que no había nada tan hermoso como su querido norte.

—Me gustan las tiendas, eso es todo lo que puedo decir en favor de Londres.

Tendrás que pedirle a Pedro que te lleve a visitarnos alguna vez. Verás lo mejor del norte.

—Se le olvida —dijo Paula con rigidez—, que mi hermana es la que va a casarse con Pedro.

—Así es. Sin embargo, no hay razón para que no puedas ir con ellos. Tengo un hijo que estaría muy bien para tí —agregó.

Paula abrió las puertas del balcón para entrar de nuevo y rió por la intención casamentera de Mercedes.

—Tal vez, ¿pero yo estaría bien para él?

—¿Para quién? —preguntó Pedro con agudeza cuando entraron en la sala.

—Para mi hijo —le dijo Mercedes mientras se sentaba—. He estado tratando de persuadir a Paula de que nos visite y conozca a mi hijo Joaquín.

Paula contuvo el aliento al ver la expresión de Pedro.

—Dudo tener tiempo, aunque le agradezco el ofrecimiento —sonrió a la pareja.

Juan miró el reloj de pulsera.

—Es hora de irnos —se levantó y le tendió la mano a Pedro que estaba de pie—. Nos divertimos mucho, muchacho. Me pondré en contacto contigo acerca del contrato.

Paula se quedó al lado de Pedro mientras se despedían y sonrió para sí al regresar al departamento.

—¿Qué te causa tanta gracia?

—Me preguntaba cuánto tiempo hacía que no te llamaban "muchacho" —rió con ganas.

—A los treinta y cinco soy un poco viejo para eso, ¿o no?

—No para un hombre de cincuenta y cinco —se sentó en el sofá.

Pedro se le acercó y se sentó a su lado, extendiendo las piernas.

—A propósito, conseguimos el contrato.

—Eso imaginé.

—¿Qué fue eso del hijo de los Jarvis?

—Sólo el interés normal de una madre por la vida amorosa de su hijo. Te aseguro que no es ninguna amenaza para tí, Pedro.

—¿Qué quiere decir eso, Paula? —preguntó con suavidad.

—¿Qué crees que quiere decir?

—Me… me da miedo pensar.

—Trata.

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