miércoles, 13 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 4

— Entonces, eres una tonta.

— Usted no mide sus palabras, ¿verdad?

—En general, no lo considero necesario. Pedro era diferente de su hermanastro, pensó Paula al recordar, con dolor, el encanto e ingenio de Facundo, que jamás la había tratado así. — ¿Usted se parece en algo a Facu?

— Hay quien dice que somos iguales —respondió él, con indiferencia—. El pelo rubio, los ojos azules... Ella contuvo un suspiro, considerando que de nada le servía la lacónica descripción y preguntó:

— ¿Cómo está Facu? ¿Le ha visto?

—Le ví la semana pasada después de varios meses, ya que estuve en Francia. Me había enterado de que se había comprometido, pero no sabía nada del accidente ni de sus consecuencias. Cuando hablé con Facundo y me lo contó, decidí venir a verte.

— ¿Porqué? —quiso saber la joven.

— Es evidente que Facundo es responsable de esto —afirmó él, acariciándole los párpados con un dedo—. Se alejó de su responsabilidad. Como su hermano mayor, sentí que debía venir a verte, por lo menos para tener una idea de cómo te habías enfrentado a lo ocurrido. Al entrar en esta habitación supe que tenía una tarea ante mí. Ella se refugió tras una máscara de formalidad, afirmando con frialdad:

— En eso está equivocado, señor Alfonso. No hay nada que deba hacer aquí. Así estoy bien, y lo que menos necesito es otro bienintencionado benefactor. La joven se sorprendió ante la amargura de sus propias palabras, ya que no había advertido la profundidad de su resentimiento contra la legión de amigos de su madre que, tras visitarla casi diariamente durante las primeras semanas, se habían ido alejando poco a poco.

— Cuando entré en esta habitación ví a una joven sentada, sola, en la oscuridad, sin hacer nada; sólo sentada —afirmó él, como si no la hubiese oído—. Mal vestida, pálida como un fantasma, y necesitando urgentemente  atención de un peluquero —añadió, tocando una manga del vestido de Paula.

— Una peluquera viene a casa a peinarme —respondió ella, irritada— , aunque no ha podido venir en las últimas dos semanas.

— ¿Por qué no vas tú a la peluquería?

—¿Cómo? Intenté ir una vez, caminando con la ayuda de un bastón. Tropecé y caí; me tuvieron que traer a casa en taxi. Algo humillante.

—Tu madre podría llevarte. — Lo hizo una vez. Pero la molestó tanto que la gente nos mirase que no volvió a hacerlo.

—Comprendo —replicó él, suspirando. Paula sintió que él comprendía la sensación de frustración y angustia por tener que depender siempre de otras personas—. Muy bien —añadió Pedro—. Llama a la peluquera mañana temprano y pide hora para uno de estos días. Yo haré que vayas y vengas sin problemas, y mañana por la tarde te llevaré a dar un paseo en el bosque. Trataremos de poner un poco de color en tus mejillas.

—¡Señor Alfonso! —exclamó Paula, aferrándose a la silla.

— Pedro.

— Bueno, Pedro. Escuche, esto ha ido demasiado lejos y ya no es ni siquiera gracioso. Aunque, para empezar, tuviese usted algún tipo de obligación, lo que es discutible, en cuanto a mí se refiere, considero que ya la ha cumplido. Desde el accidente —su voz se quebró— , me he hecho una nueva vida. Tal vez a usted no le parezca muy atractiva, pero la que está ciega soy yo. Por lo tanto, puede volver a su casa, y cuando vea otra vez a Facu dígale que me va bien.

—Yo no le miento a nadie, Paula —respondió él, colocándole, con firmeza una mano sobre un hombro—. Mañana a las dos. Encontraré solo la salida. Hasta mañana. Ella abrió la boca para hablar, pero oyó los pasos de Pedro que se alejaban, el sonido de la puerta principal al cerrarse de nuevo, seguido del rugir del motor que le indicó que su visitante se había marchado. Las piernas le temblaban y Paula se dejó caer en la silla.

— Pau, querida. ¿Estás bien? Oí que el señor Alfonso se iba.

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