domingo, 24 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 35

— Cerca de quince kilómetros. ¿Por qué piensa Rolando que le ha ocurrido algo malo?

— Dijo que Pedro estaba ebrio o enfermo.

— Bueno, pronto lo sabremos. Tranquilízate.

— Es más fácil decirlo que hacerlo. La estación era pequeña, con un edificio pintado en un color anaranjado. No había señales de vida. El corazón de Paula latía muy deprisa. De pronto la joven experimentó un miedo terrible y se agarró del brazo de Samuel.

— ¿En dónde podrá estar? — Hay una sala de espera ahí enfrente. Vamos a ver. Todavía del brazo de Samuel, recorrieron el edificio. Un hombre estaba apoyado en una pared; debió haber oído sus pasos, porque se volvió para mirar, y con evidente esfuerzo se enderezó, tratando de mantenerse en pie sin ayuda de la pared.

— Paula. Oh, Dios, Pau, la operación no tuvo éxito —dijo al ver a la joven con gafas oscuras.

Paula se detuvo. Era la voz que la había perseguido durante el último mes y medio: Pedro había regresado. Se soltó del brazo de Samuel y se quitó las gafas para dejar al descubierto sus ojos. Comenzó a caminar hacia él.

—Betty tenía razón —dijo con calma—. Tus ojos son del color del cielo en verano. Por un momento creyó que él se caería, y lo agarró de los brazos.

—Gracias a Dios —musitó Pedro—. Pensé que la operación no había tenido éxito, y que te había hecho pasar por todo eso para nada. Cerrando los ojos, comenzó a desplomarse, y Paula gritó:

— ¡Samuel! ¡Ven a ayudarme!

— No está borracho, sino enfermo. Lo mejor que podemos hacer es llevarle a casa lo antes posible. Espera aquí con él, Paula. Iré por el coche.

Por un momento Pedro y ella se quedaron solos. La chica recorría con la mirada aquel rostro de barbilla firme y amplia frente, ahora bañada de sudor, bajo unmechón de cabello rubio. Sus ojos estaban hundidos y el calor de la fiebre le teñía las mejillas. En un momento Samuel estuvo a su lado, y entre los dos lo introdujeron en el coche. La cabeza de Pedro colgaba a un lado, y Paula se dió cuenta de que él no tenía idea del lugar donde se encontraba o hacia dónde le llevaban.

— Date prisa, Samuel —pidió ella, con voz quebrada. A toda velocidad recorrieron el camino de vuelta. Samuel se detuvo lo más cerca posible de la puerta.

— Voy a buscar a Rolando, quédate aquí con él.

Pedro estaba inconsciente, y su respiración era rápida. Los dos hombres lo trasladaron al interior de la casa.

— Deberíamos llevarlo directamente a su habitación —dijo Samuel en tono autoritario—. Paula, el nombre del médico de la familia se encuentra en la libreta que está al lado del teléfono, trata de comunicarte con él. Corrió a hacer lo que le pedían, aunque las manos le temblaban. Al saber el médico las condiciones en que se hallaba Pedro, comentó con calma:

—Probablemente sea una recaída de malaria, ya le ha sucedido otras veces. Estaré allí dentro de un cuarto de hora. Volvió a subir, cruzándose con Rolando en el camino.

— ¿Cómo está? —preguntó, ansiosa.

— Consciente otra vez, señorita, pero muy inquieto.

 Subió corriendo el resto de la escalera, y atravesó el pasillo hasta llegar a la habitación de Pedro.

— Pau —murmuró con voz débil pero completamente lúcido—, ¿No estaba soñando que podías ver de nuevo?

Ella le sonrió y se sentó en el borde de la cama, sin notar la presencia de Samuel.

— Llámame si necesitas algo —sugirió el muchacho antes de abandonar la habitación. — No, no estabas soñando, Pepe. El doctor MacAuley dice que quizá necesite gafas para leer, pero excepto eso, todo está bien —un escalofrío recorrió el cuerpo de él

—. ¡Tienes frío! —exclamó Paula.

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