domingo, 31 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 61

—Mírame, Pau —ella obedeció involuntariamente, con una sensación de incertidumbre—. Así está mejor —añadió Pedro, para continuar tras un titubeo—: Cuando ocurrió el accidente, yo volvía al pueblo.

—Lo sé. Me lo dijeron en la gasolinera.

— Ah, ¿sí? ¿Te preguntaste a dónde iba?

—Pensé que habrías olvidado algo en el almacén.

—No, Pau.  Volvía para buscar un teléfono, porque quería llamarte.

— ¿Por qué? —susurró ella.

— Cuanto más me alejaba de Hardwoods, más me convencía de que había sido un tonto por escuchar a Facundo; y más aún por haber creído en su palabra y no en la tuya. Siempre me ocurren cosas desagradables en esa casa —prosiguió, frotándose la frente—. Es una casa con demasiados recuerdos de mi madre, del rechazo de mi padre y la constante rivalidad con Facundo...

—Tu padre te quiere, Pepe.

—Te costaría convencerme de eso.

— Me lo dijo esta mañana.

— ¿De qué diablos estás hablando?

—Cuando bajé esta mañana, estaba dispuesta a hablar contigo —afirmó ella, con prisa para que él no le preguntara nada—. Pero nadie sabía adonde habías ido, ni Rolando, ni tu padre. Creo que perdí la paciencia con tu padre —dijo, sonriendo con nerviosismo—. Le acusé de ignorarte, hasta de odiarte. ¡Dios mío! Cuando lo pienso me pregunto cómo pude decir cosas tan terribles. De todos modos, las dije. Su respuesta fue que él quería estar cerca de tí pero que temía dar el primer paso; teme, posiblemente, que tú te burles de él o que le rechaces como tantas veces ha ocurrido. Te quiere, Pepe.

—Tengo que creerte, ¿no es así? —preguntó él, mientras la miraba con sinceridad —. Tú no mentirías respecto a algo tan importante para mí.  

—Claro que no. Es verdad.

— Me pregunto si, después de todos estos años, él y yo podremos entendernos. Quiero pensar que sí.

— Estoy segura de que podrán —afirmó Paula, con plena seguridad.

— Si lo logramos, será gracias a tí, Pau.

—Tonterías —dijo ella, nerviosa—. Yo no he hecho nada.

— Entonces, ¿por qué perdiste la paciencia?

— Estaba molesta—respondió.

— ¿Molesta porque me había ido?

— Sí —expresó, sabiendo que no había más lugar para evasivas ni verdades a medias. Él asintió con la cabeza, como si ella terminara de confirmarle algo.

—Anoche me dijiste que me amabas. Pero estaba tan dominado por los celos y las sospechas, que casi no te escuché. ¿Lo dijiste en serio, Pau?

— Sí —replicó ella, con las mejillas encendidas y sin saber hacia dónde mirar. Sabiendo que debía hacerlo, le preguntó—: ¿Estabas celoso?

— ¡Claro que sí! Desde el momento que te ví,  supe que te quería para mí. Pero siempre estaba Facundo. Tu ex -prometido, a quien nunca creí que siguieras amando. Él me había dicho que habías hecho el amor con él. Yo no tenía ningún motivo para no creerle.

— ¡Te dije que nunca habíamos hecho el amor!

— Sí. Es cierto. Y estaba empezando a creerte. Pero anoche, cuando te ví en la cama con él, creí enloquecer, Pau. Todas mis esperanzas se desmoronaron y lo único que quería era lastimarte —explicó, cogiéndole las manos—. No fue muy agradable. Lo siento. Lo siento mucho más de lo que puedo expresar... ¿Puedes decirme qué pasó realmente?

— Lo hizo adrede. Creo que esperó hasta ver que regresabas para ir a mi habitación, sabiendo que tenías que vernos al pasar delante de mi puerta — relató Paula, temblando al recordar aquella escena—. Me dijo que si él no podía tenerme, se aseguraría de que tú tampoco me tuvieras.

— Muy típico de Facundo —interrumpió Pedro, con tristeza—. Y yo creí lo que ví, ¿Verdad?

—No puedo culparte —afirmó ella, procurando ser justa—. Después de todo, la escena debió ser bastante convincente.

—Dime otra vez que me amas —sugirió Pedro.

—¿Por qué, Pepe? —preguntó ella, mientras pensaba que ya le había dicho dos veces que le amaba y que él sólo había hablado de que la deseaba, de celos y dolor... pero no de amor.

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