domingo, 17 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 16

Paula salió de la peluquería elegantemente peinada. Luego, Pedro y ella caminaron, tomados del brazo, por una calle muy transitada y se sentaron en la terraza de una cafetería. Allí hablaron de sus poetas y compositores favoritos mientras bebían café. Paula pasó la tarde en su casa como envuelta en una placentera nube. A pesar de las críticas que pudiera hacerle a Pedro Alfonso, debía reconocer los cuidados que le dispensaba.

Por la noche asistieron al concierto. Paula estaba entusiasmada con la música de Tchaikovsky y aplaudió con ganas cuando terminó el espectáculo. Tras el concierto, cenaron, y el vino la hizo hablar con mayor soltura sobre su vida. Pedro la llevó de vuelta a casa; cuando llegaron, Paula, con timidez, apoyó una mano sobre un brazo de él y le dijo:

—Gracias por una noche tan maravillosa, Pedro; me he divertido mucho. Y gracias por cuidarme tan bien. Apoyando una mano sobre la de ella y acariciándole la muñeca, él le respondió con suavidad:

—Yo también me he divertido, Pau. Eres una chica estupenda: ingenua, espontánea, sencilla... Y he descubierto que cuando te describo las cosas, yo mismo las veo con nuevos ojos. Es una valiosa experiencia. Por lo tanto, yo también tengo que estarte agradecido.

Emocionada por tales palabras, Paula se sintió al borde de las lágrimas. Pedro se movió en la oscuridad, deslizando una mano para acariciarle un brazo desnudo, mientras con la otra le levantaba el rostro para besarla. La chica se acercó más a él, jugueteando con su cabello y acariciándole las mejillas mientras su boca le exigía más.

Aunque sin experiencia, respondió apasionadamente, lo que desencadenó una  incontrolable pasión en Pedro que pronto envolvió a los dos. Paula sintió cómo él comenzaba a besarle el cuello mientras le bajaba los tirantes del vestido y le acariciaba los senos, notando el impacto que causado en ella.

— No te haré daño —le prometió, a la vez que continuaba besándola—. Eres tan hermosa, Pau, y te deseo tanto... —decía, cuando dejó repentinamente de hablar.

— ¿Qué pasa? —preguntó ella, desconcertada.

— Alguien acaba de encender la luz de la entrada. Hay un coche aparcado junto al garaje; un Mercedes negro.

—Mi madre; ha venido muy pronto —afirmó Paula, arreglándose el vestido con manos temblorosas.

— ¿La temes?

Ella asintió con la cabeza.

— Es ridículo, ¿verdad? Tengo veintiún años y, sin embargo, la tengo miedo.

— Entraré contigo. — Es mejor que no lo haga. Lo más seguro es que se enfade.

— Razón de más para entrar.

— Pero Pedro...

— ¿Recuerdas lo que te dije ayer? Debes confiar en mí. De modo que hazlo ahora, Pau. Antes de que ella pudiera seguir oponiéndose, él la había ayudado a bajar del coche y la guiaba. La puerta de entrada se abrió y la pareja quedó bañada en luz.

— Así que por fin llegas a casa, Pau—afirmó Alejandra Chaves, modulando la voz como era habitual cuando estaba furiosa. Consciente de que Pedro se encontraba a su lado, la chica respondió aparentando naturalidad:

—Sí, ya he llegado. He pasado una noche maravillosa, mamá. Quiero presentarte...

— No creo que sea necesario que hagas ninguna presentación — interrumpió Alejandra con brusquedad—. Es mejor que entres y te vayas derecha a la cama. Sabes lo que te dijo el médico respecto a que no debías cansarte demasiado.

— No estoy cansada —replicó Paula irritada—. Me siento bien.

— No toleraré groserías, Pau. Soy yo quien te cuida, y tener una jovencita ciega como responsabilidad no es nada fácil.

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