lunes, 4 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 35

—¡Oh, Dios, Paula! —Pedro gimió contra su cuello—. ¡Te deseo tanto! —le acarició la curva de los senos.

Ella le desabotonó la camisa, metió las manos para acariciarle la espalda y el pecho. Jamás había tocado a un hombre en forma tan íntima. Lo sentía cálido y tan excitante que ella quiso perderse contra él, y supo que Pedro sentía lo mismo.

—¡Quiero poseerte! Quiero sentirte desnuda contra mí, para conocer cada pulgada de tu cuerpo. ¿Te estoy asustando?

—Me estás excitando. Yo también deseo eso, Pedro. ¡Te deseo mucho! —se ruborizó al aceptarlo.

—¿Cuándo, querida? ¿Cuándo serás mía?

—Cuando quieras —le dijo ella sin aliento ayudándolo a acariciar sus senos.

—¡Ahora! ¡Te deseo!

—¡Oh, Dios, Pedro! —se tambaleó contra él, casi desmayada por la necesidad que sentía de entregarse.

—¿Pepe? ¡Pepe!

El pánico se apoderó de Paula al darse cuenta que la que lo llamaba era su madre. ¡Dios! ¿Qué pensaría la mujer de que hubieran estado allí tanto tiempo?.

—Es tu madre. Yo… ella… tienes que entrar, Pedro.

—¿Y dejarte aquí sola? —negó con la cabeza—. No puedo hacer eso. Jamás quiero volver a estar solo, Paula. Deseo hacerme cargo de tí, pero no como amigo, te quiero como a…

—¿Amante? De nada serviría, Pedro. Un hombre decente no puede amar a dos hermanas.

—En este momento no me siento decente. Siento… —cerró los ojos como para alejar el dolor.

—¡Pepe! —Ana continuaba llamándolo, disgustada—. ¡Pepe, tenemos invitados!

Él se abotonó la camisa, reacio.

—Tengo que entrar, Paula. No quiero que mi madre salga.

—Sí… ve. Yo… yo quiero quedarme aquí un rato más. Si alguien pregunta, mi padre o Priscilla, diles que tengo dolor de cabeza.

Él le acarició una mejilla, tembloroso.

—¿No tardarás?

—No, sólo lo suficiente para calmar la excitación.

—Oh, Paula, desearía… Dios, desearía…

—Por favor vete, Pedro. ¡Por favor!

—No olvidaré lo que pasó esta noche, Paula, así que no me lo pidas —sus ojos seguían iluminados de pasión—. Y cualquier cosa qué mi madre te haya dicho…

—Lo dijo para bien… —se interrumpió—. Ahora vete. Pero antes… —se estiró y le limpió toda huella de lápiz labial.

Estaba loca y también Pedro. Había perdido el control, no le importó que alguien hubiera salido en cualquier momento y los hubiese sorprendido en esa situación comprometedora. ¿Cómo podía tener final una situación así?

Ella deseaba y amaba a Pedro, era obvio que Pedro la deseaba y sin embargo amaba a Priscilla. Ella también amaba a su hermana, jamás podría lastimarla de ninguna manera y sin embargo, ese amor no parecía importar frente al salvaje anhelo por Pedro. ¿Cómo podría él desear a ambas?

Se perdió entre las sombras cuando alguien salió. La sombra de otra persona se acercó y la primera dejó escapar un gemido de congoja.

—¡Vete, Federico! —oyó que decía Priscilla.

¿Federico? Paula se puso alerta enseguida. El otro día, Priscilla  estuvo a punto de decir Fed… algo. ¿Sería ese el Federico de quien hablaba?

—Prisci…

—¡Déjame en paz! Sabes que no debías estar aquí afuera conmigo.

—Sabías que te seguiría —protestó el hombre con una voz familiar para Paula.

¿Por qué le era familiar? No conocía a nadie en Inglaterra llamado Federico.

—Prisci, tenemos que hablar —prosiguió él—. Ese matrimonio con Peter no puede llevarse a cabo.

¡Peter, ese hombre llamaba Peter a Pedro! Sólo había conocido a una persona que hizo eso, el hombre al que encontró en el Soho. Esa era la razón por la que su voz le era tan familiar.

—Estás equivocado, Federico —dijo Priscilla con firmeza—. Mi matrimonio con Pedro sí se llevará a cabo. Es más, es el único hombre con quien me casaría.

—El año pasado quisiste casarte conmigo —le recordó el hombre.

—Cometí un error. Todas las chicas tienen derecho a cometer uno. Tú fuiste el mío. Pero ya se me pasó y voy a casarme con Pedro.

—¡No te dejaré! —Federico la tomó en sus brazos—. Te amo, Prisci y tú, me amas.

Paula se avergonzó de ser testigo de esa conversación, pero era demasiado tarde para alejarse.

Priscilla salió del sofocante beso de Federico.

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