domingo, 10 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 50

—¡No me toques! No vuelvas a tocarme. Sólo dime qué es lo que pasa con Prisci.

—Tal vez tu padre…

—¡No, tú! ¡Quiero que me lo digas tú!

—Entonces tal vez sea mejor sentarnos. Esto tal vez lleve tiempo.

—Estoy esperando —Paula se sentó.

—Sabes que Prisci rodó por la escalera hace como seis meses.

—El mismo día que yo tuve mi accidente.

—Bueno. Esa caída hizo más que producirle un chichón en la cabeza y torcerle el tobillo.

—¿Qué más?

—Poco después de la caída, Prisci comenzó a tener terribles dolores de cabeza, tan fuertes que la hacían gritar de dolor.

—Todavía los tiene.

—¿Así de mal?

—Sí.

—Ella dijo que ya estaba mejor.

—Tal vez no quería preocuparte —Paula torció la boca.

—Eventualmente fue a ver un especialista. Sergio Forrester.

¡Dios, qué tonta era! Todo ese tiempo estuvo cegada creyendo que su padre era quien estaba enfermo cuando todo señalaba que era Prisci.

—¿Por qué no puede Sergio Forrester hacer algo por ella? —quiso saber.

—Aunque es magnífico médico no puede hacer milagros. Descubrió una fractura diminuta en el cráneo y en cualquier momento puede morir.

—¿No pueden operarla? —gritó Paula.

—No —replicó con tristeza.

—Pero debe…

—¡No! No se puede.

—¡Eso es absurdo! Es joven, bella, una persona maravillosa. Dios no puede ser tan cruel de quitarle la vida. Además, no parece estar enferma —agregó.

—Créeme que lo está.

—Entonces, ¿por qué te vas a casar con ella? —Paula se volvió, enfadada, hacia él—. Cuando le pediste que se casara contigo debiste haber sabido que se iba a morir… sólo han estado comprometidos desde hace unos meses.

—Mis razones para casarme con Prisci, son muy personales.

—¿Y tus razones para seducirme? ¿No será acaso que decidiste tener una sustituía en caso de no conseguir casarte con Prisci antes que muriera? ¡Después de todo, una hija de Miguel Chaves es tan buena como la otra! —su cabeza se sacudió con la fuerza de la palma de Pedro contra su mejilla—. Yo no me casaría contigo así te pusieras de rodillas y te arrastraras sobre vidrio roto —agregó con vehemencia—. ¡Me da náuseas el sólo pensar en estar contigo en la misma habitación!

—Adiós, Paula—Pedro se puso pálido y salió del cuarto.

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