viernes, 29 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 52

Sintió una gran desilusión, sabiendo que no estaría tranquila hasta que no le contara lo que había sucedido en la biblioteca. Pensó que lo vería a la hora de cenar, y con eso en mente, eligió un bonito vestido rosa. Al pensar que volvería a ver a Pedro, se le colorearon las mejillas y sus ojos brillaron. Las maniobras de Facundo de pronto le parecieron infantiles y sin importancia. A punto de dejar la habitación, oyó que llamaban. Segura de que sería Pedro, fue a abrir. Pero era Rolando.

— Señorita, su madre le llama por teléfono.

Bajó la escalera con rapidez. En sus últimas conversaciones telefónicas, Alejandra la había escuchado con más interés.

— Hola, mamá. ¡Qué alegría oírte!

— Hola, Paula. ¿Cómo estás?

 Hablaron de la salud de Paula, y ésta le contó que estaba ayudando a Pedro en su trabajo. Luego hubo silencio y la chica notó que Alejandra vacilaba. —

 ¿Te pasa algo? Pareces... diferente.

— Bueno, yo... —Alejandra se detuvo, y luego comenzó a hablar otra vez—. Lo que ocurre es que Mario... el coronel Fawcett para tí, me propuso matrimonio. Y he dicho que sí.

— ¡Felicidades, mamá! Te hará muy feliz. Debiste habérmelo dicho antes.

— Pensé que quizá no estarías de acuerdo.

— ¿Por qué no?

— Bueno, a mi edad...

—Tonterías. Eres una mujer muy atractiva y has estado sola demasiado tiempo.

—Eso es lo que dice Mario. Él quería que te lo dijera, asegurándote que siempre serás bienvenida en nuestra casa.

—Dale las gracias de mi parte. ¿Cuándo es la boda?

— Dentro de tres semanas. ¿Vendrás?

—Por supuesto que sí.

—¿Y tú qué noticias tienes? ¿Se han solucionado las cosas con Facundo?

—¡No!

 — Pareces muy segura —comentó Alejandra con frialdad.

—Mamá... —Paula vaciló pero necesitaba decirlo—. Facundo me dijo que rompió nuestro compromiso porque tú se lo pediste...¿es eso cierto?

—Oh, no —dijo Alejandra sorprendida—. Él me llamó por teléfono para decirme que quería romper. Debo reconocer que no traté de hacerle cambiar de idea.

—Entonces, me mintió —dijo Paula, pensativa—. No me casaría con él ahora aunque fuese el último hombre que quedara sobre la tierra.

— ¿Es su hermano más atractivo? Déjame decirte algo, Pau. La razón por la cual accedí a su  compromiso fue porque pensé que Facundo sería fácilmente manejable. Casi no conozco a Pedro, pero me parece que es todo lo contrario. Sería mucho más difícil vivir con él que con Facundo. Y ya dejo de darte consejos. Hazme saber el día que llegarás y te iremos a buscar al aeropuerto.

—Encantada. Saluda de mi parte al coronel... a Mario, y dile que me he alegrado mucho.

—Gracias, querida. Cuídate. Adiós.

—Adiós.

Paula colgó el teléfono y permaneció unos instantes sumida en sus pensamientos. Ese cambio en la vida de Loma no habría tenido lugar si ella no se hubiese ido de su casa, contando con la protección de Pedro; ni hubiera existido esa cercanía entre madre e hija, surgida, paradójicamente, del hecho de estar separadas.

Cuando llegó a la sala, había unas veinte personas, y Pedro estaba en el extremo opuesto de la habitación, enfrascado en animada conversación con una joven pareja y una hermosísima pelirroja. Antes de que Paula reaccionara, llegó Facundo y, tomándola  del brazo, la condujo hacia un grupo de personas. Cuando finalmente fueron al comedor, Pedro y ella estaban situados muy lejos el uno del otro. Podía verle, escuchar su voz y su risa, pero la comunicación entre ellos era imposible. Después de cenar, volvieron todos a la sala. Por el rabillo del ojo vió cómo Pedro y la pelirroja abandonaban juntos la habitación. Finalmente, los otros invitados comenzaron a retirarse, y pudo escapar hacia su dormitorio. Le dolían los hombros debido a la tensión, sentía la garganta seca, y los ojos le ardían por el exceso de humo de cigarrillos. Luchó contra la depresión que amenazaba con abatirla y que se debía a que Pedro la había evitado.

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