lunes, 18 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 19

Después de comer, Paula fue a su habitación, aparentemente para descansar. Había quedado claro que Alejandra se enfrentaría a Pedro cuando éste llegara a las dos. Cerró la puerta del dormitorio y se dirigió a su armario, donde encontró los pantalones vaqueros y una camisa. Se quitó la falda y el suéter que llevaba, así como el collar de perlas. Se cepilló el cabello y se aplicó un poco de perfume. Abrió de nuevo la puerta de su dormitorio, para escuchar atentamente. La casa estaba en silencio. Caminó por el pasillo hacia la escalera de atrás. Esperó mientras Beatríz terminaba de hablar con el carnicero. Cuando oyó que la puerta de atrás se cerraba y que el ama de llaves se dirigía a la parte principal de la casa, consideró que el camino estaba libre. Fue palpando la pared de la cocina hasta encontrar la puerta. La abrió y las bisagras chirriaron.

La joven aguardó, tensa, a que alguien viniera a averiguar qué pasaba, pero sólo oyó el ruido de la aspiradora. Deslizando una mano sobre los ladrillos, se desplazó por la parte posterior de la casa. Su plan era esperar entre los arbustos del camino de entrada e interceptar a Pedro antes de que llegara a la casa y encontrara a Loma esperándole. Consideró de vital importancia decirle a Pedro los verdaderos motivos por los cuales no podría independizarse en lugar de dejar que él escuchara lo que Alejandra decidiera inventar. Estaba mentalmente preparada para la inevitable partida de Pedro después de contarle sus problemas, ya que nada habría que lo retuviera cuandocomprobara que casi estaba prisionera; le parecía horrible tener que convertirse en una esclava de la comodidad de la casa de su madre, por la falta de dinero. Pero ahora tenía que cumplir con éxito la tarea de internarse entre los arbustos sin que su madre o Betty la vieran. Con sigilo, Paula se alejó de la casa, caminó junto al viejo muro de piedra y abrió el portón, avanzando hasta que sintió, contra el rostro, las hojas de los arbustos y advirtió que caminaba sobre la hierba. Con cuidado se internó más en el bosquecillo. Años atrás había jugado allí. Pero ahora era distinto.

 Las ramas le lastimaban el rostro y las raíces protuberantes la hacían tropezar. No obstante, insistió en su avance, perdiendo toda noción de tiempo mientras se concentraba en determinar la dirección en que se desplazaba. De pronto oyó, por entre los árboles, el sonido de un coche que abandonaba la carretera y tomaba el sendero hacia la casa. Pedro había llegado antes de lo que pensaba, y Paula temió que, después de todo el esfuerzo, no le alcanzaría. Se tambaleó mientras descendía por una pendiente, lastimándose los brazos con las ramas. Tropezó con una piedra y cayó de rodillas en el sendero. Oyó el rechinar de las ruedas del vehículo al frenar, seguido por el golpe de una puerta que se cerraba y los pasos de un hombre.

— ¡Pau!  —exclamó Pedro, ayudándola a levantarse—. ¡Dios santo! ¡Pensé que te atropellaría! ¿Estás bien?

— Perdón. No quise asustarte —dijo ella, agitada. Él le miró el rostro, pálido, los brazos y las manos llenos de rasguños. La chica no podía ver que él también había palidecido, pero si pudo escuchar los fuertes latidos de su corazón al levantarla.

— Lo siento, Pedro, pero creí que no te encontraría y que irías directamente a casa sin verme antes.

— Pasa algo, ¿No es verdad? Ella asintió con la cabeza. ¿No quieres que vaya a tu casa?

-No. ¿Podemos dar una vuelta en el coche? Necesito hablar contigo.

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