domingo, 17 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 13

—Yo no estoy muy de acuerdo con eso —contestó ella, con reticencia. Él la ayudó a bajar y mantuvo un brazo en torno a la cintura de la joven.

—Eres una chica muy guapa, y estás en compañía de un hombre que te considera muy atractiva, y es primavera, y cualquiera que te vea con el aspecto que tienes ahora lo que menos pensará es que estás ciega. Todos se mantendrán muy ocupados envidiándome por ser tu acompañante.

— ¡Son sólo halagos! —afirmó ella, sin poder evitar una sonrisa. — Y si sigues sonriendo así mientras yo te sostengo de este modo, como pienso seguir haciéndolo, estarán convencidos de que estamos enamorados.

— ¡Oh!  —exclamó ella, desconcertada, y sin saber qué decir. Sentía la excitante presencia de Pedro a su lado mientras él la guiaba a través del aparcamiento. Le dió indicaciones en voz baja respecto a los escalones de entrada y los subió sin dificultad. Una vez en el interior del local, una camarera les dio la bienvenida, sin notar nada extraño en la joven.

—Una mesa junto a la ventana, por favor —dijo Pedro—. ¿Está bien, querida? —preguntó a continuación, inclinando la cabeza hacia Paula. Ella se sintió sonrojar cuando se acercó a Pedro mientras respondía:

— ¡Naturalmente!

Los tibios labios de Pedro rozaron una mejilla de la muchacha, sorprendiéndola la inesperada caricia. Ella se sentó junto a él, situando con el tacto el borde de la mesa y los brazos de la silla. Con mucha moderación, Pedro la ayudó a seleccionar lo que le gustara del menú y, cuando la comida llegó, Paula se sorprendió de que tuviera hambre. Canapés y trozos de pastel alternaban en finos platos de porcelana. — Eso no parece justo para usted —dijo ella, sonriendo.

—La próxima vez, te llevaré a cenar. ¡Tienes que ver el partido que le puedo sacar a un filete! A propósito, ¿cuándo tienes cita con la peluquera?

— Mañana a las diez.

— Bien. Te recogeré a las nueve y media. Tengo entradas para el concierto de mañana por la noche. De allí iremos a cenar a Pierrots.


—Está tomándose muchas molestias —protestó.

—Deja que yo decida eso. ¿Estás lista para que nos vayamos?

—Sí, gracias —respondió Paula cortésmente, aunque su expresión  era de incertidumbre. Él la guió por el salón, pagó la cuenta y la condujo hacia fuera.

— Por aquí no vamos al coche —protestó de pronto Paula.

—Quiero enseñarte el jardín.

 Paula sintió que los tacones se le hundían en la hierba y que el aroma de las flores impregnaba el aire.

—Los cerezos y los ciruelos están en flor —explicó Pedro, suavemente—. Junto a unos arbustos que bordean el jardín hay algunas  rocas entre las cuales crecen pequeñas flores de muchos colores. No corría la brisa y sólo se oía el zumbar de abejas que volaban de una flor a otra. Sabiendo que debía formular a Pedro la pregunta que tantas veces había querido hacerle, aunque deseosa de no alterar la paz y tranquilidad que existía entre ellos, se decidió:

—¿Por qué está haciendo todo esto, Pedro? ¿Por qué me dedica tanto tiempo, llevándome a restaurantes y conciertos? No lo entiendo.

— Ya te dije uno de los motivos: cuando Facundo me dijo lo que te había ocurrido como resultado del accidente, sentí, como su hermano mayor que soy, que debía venir a ver cómo te encontrabas.

— ¿De modo que soy una obligación para usted?

— Al principio así fue, es cierto.

—Me tiene lástima —dijo ella, con tono acusador—. ¡Odio eso! exclamó— ¡No soporto pensar que hay personas que me compadecen!

—Estás llegando a conclusiones equivocadas, Pau. Yo nunca dije que te tuviera lástima, ni tampoco es ése el motivo por el cual te dedico tiempo.

— ¿Porqué, entonces?

— Por esto —respondió él, muy serio. Paula se sintió llevada hacia él, e instintivamente se puso rígida. Pero su fuerza no fue obstáculo para Pedro. Oprimida contra su pecho, la joven sintió que él le tomaba la barbilla y le hacía levantar el rostro para cubrir sus labios con los suyos, mientras la serenidad del jardín se desvanecía como si nunca hubiese existido.

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