miércoles, 13 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 3

— Si lo quieres interpretar así...

—Mire, hace media hora no sabía ni que usted existía, y sigo sin saber a qué ha venido. Pero de una cosa sí estoy segura: no me agrada su presencia. ¡Nunca he conocido a nadie tan grosero y arrogante como usted!

— Bien —dijo él con calma—. Por lo menos te he hecho reaccionar. Empezaba a dudar que pudieras hacerlo. Indignada, la joven echó mano de la campanilla, que estaba junto a su asiento, para llamar a Beatríz. Él se movió con tal rapidez que Paula apenas tuvo tiempo de advertir que le arrebataba la campanilla de la mano.

— No hagas eso —le ordenó—. No he venido aquí desde Quebec para que me eches. El seguía sosteniéndole con fuerza la mano, mientras ella procuraba, sin éxito, liberarse. Sintió un repentino temor y que su corazón latía más deprisa. Su madre no estaba, por lo que Beatríz y ella estaban solas en casa, con un hombre del cual no sabía nada. Pedro apoyó su otra mano sobre un hombro de la joven, quien sintió, a través de la fina tela de su vestido, el calor y la fuerza del visitante.

— ¡Suélteme! —exclamó Paula, casi sin aliento.

—No temas —dijo él, con sorprendente ternura—. ¿Es que no comprendes que tenía que saberlo? Yo debía averiguar si aún quedaba en tí algo de espíritu de lucha. Cuando entré hace un rato y te vi, pensé que había llegado tarde. Ella movió la cabeza, como si se rindiera. Las manos de Pedro estaban sobre sus hombros, y Paula sabía que él se encontraba muy cerca. Podía sentir el calor del cuerpo y la rítmica respiración del visitante. De repente, experimentó angustia por su ceguera; quería saber cómo era Pedro. Aunque la pregunta podía parecer carente de importancia para su interlocutor, la joven se atrevió a formularla.

— ¿Qué estatura tiene?

— Levántate y lo verás.

— ¿Está tomándome el pelo? —preguntó ella, con nerviosismo.

— ¿Qué quieres decir? —preguntó él, sorprendido.

— Levántate y lo verás.

— Oh... ¿qué quieres que haga, Paula?¿Que utilice un vocabulario especial contigo porque estás ciega? ¿Que evite utilizar palabras como: «ver», «mirar», «ojos»? No obtendrás ese tipo de concesión de mi parte. Para mí, eres una joven normal que está ciega y que evidentemente aprovecha esa circunstancia como excusa para desperdiciar su vida. No esperes que te anime a que sigas haciéndolo. Eso es todo.

Su franqueza, aunque la molestó, fue como un soplo de aire fresco. Con frecuencia, las amigas de su madre se habían quedado en un silencio embarazoso al utilizar, sin advertirlo, tales palabras, lo que había agudizado en Paula la sensibilidad ante tales expresiones. Pero Pedro Alfonso estaba tratándola como a cualquier otra persona. La joven se puso lentamente de pie. Deslizó las manos sobre el pecho de Pedro, comprobando que llevaba una camisa de seda y lo que parecía una chaqueta de cuero. Su cabeza, pensó Paula, quedaba a la altura de la barbilla del hombre.

—Es alto.

— Un metro ochenta, y ochenta y cinco kilos de peso —dijo él, aparentemente divertido — Y es deportista —agregó ella, sonriendo.

— Boxeo, maratones y esquí. Ella comenzó a reír, y parecía imposible que esos ojos verdes que brillaban frente a él no pudieran ver. Ésta era la Paula de un año atrás, la Paula que Facu había conocido. Mirándola con intensidad y observando que las mejillas de la joven estaban encendidas, Pedro le preguntó:

—¿Porqué te ríes? —Sólo recuérdeme que debo comportarme correctamente cuando este con usted —replicó, bromeando—. No soy pareja para usted, eso es indudable. Ella no pudo ver cómo los ojos de Pedro brillaban, ni corno éste posaba la mirada en los labios sensuales de la joven.

—Tienes que saber lo hermosa que eres —comentó él, con cierta agresividad. La joven retrocedió.

—No puedo pensar que soy hermosa —dijo en voz baja.

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