miércoles, 6 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 42

—Un amigo de tu padre.

—¿Cómo se llama?

—Sergio.

—Eso lo sé, oí que lo llamabas así. ¿Pero Sergio qué?

—Forrester —reveló con formalidad.

—Debo saber quién es. El nombre me sonó familiar.

—No —Pedro negó.

—Entonces, ¿por qué siento que lo conozco?

—No tengo la menor idea.

—¿Qué es lo que me estás ocultando, Pedro?

—No te estoy ocultando nada —sonrió—. Sergio es amigo de tu padre, y no hay nada más que agregar.

—¿No hay? —insistió ella.

—Nada.

Paula no le creyó. Sergio Forrester era amigo de su padre; ¿no podía ser acaso un médico y ésa era la razón por la que Pedro se negaba a hablar acerca de él? Parecía una explicación lógica, así que supo que no tenía objeto insistir en el tema. Todos, incluyendo a Pedro, evitaban hablar cada vez que ella trataba de tocar el tema de la enfermedad de su padre.

El departamento de Pedro ocupaba todo un piso superior de un enorme edificio lujoso.

Cuando salieron del ascensor se encontraron con el hombre que Paula sabía que era Federico, el que besaba a Priscilla la última vez que lo vió.

Se enderezó de la posición en que estaba contra la pared y se acercó a Pedro con expresión agresiva.

—¿Cómo te atreves a mantener en secreto algo así? —atacó—. No tenías derecho, Peter. Ningún derecho…

—¡Federico! —la forma en que pronunció su nombre fue una advertencia—. No estoy solo —le recordó Pedro.

—Lo sé —el hombre torció la boca al mirar a Paula—. Eres la hermana de Prisci, Paula, ¿verdad?

—Sí —aceptó ella.

Pedro abrió la puerta de su apartamento.

—Espérame adentro, Paula. No tardaré —agregó al verla titubear.

—Yo no estaría muy seguro de eso —dijo Federico.

—Tienes cinco minutos, Federico—le advirtió Pedro con firmeza—. Después de eso haré que te echen.

—Lo que tengo que decir puede tomar más de cinco minutos. Si te dijera lo que pienso de tí, me llevaría toda la noche.

—No tienes toda la noche, sólo cinco minutos —le recordó Pedro.

—Yo…

—Paula —Pedro sostuvo la puerta abierta para que entrara.

Ella lo hizo y oyó cerrarse la puerta a su espalda. Podía oír las voces acaloradas en el exterior. Más controlada la de Pedro que la de Federico se preguntó qué podía haber hecho Pedro para hacer enfadar tanto al joven.

El departamento era lo que imaginó que sería: lujoso. El típico departamento de un soltero, limpio, sin muchos muebles y mantenido así por una mujer de servicio o ama de llaves. Resultó ser lo último porque encontró a una mujer de baja estatura poniendo la mesa.

Paula volvió a meterse en la sala antes que la mujer la viera. Como Priscilla debió haber visitado a Pedro, no tenía deseos de explicarle al ama de llaves que ella no era Priscilla.

Cuando Pedro entró en el apartamento la encontró sentada en uno de los sillones, pero enseguida se levantó para ver si no le habían hecho daño. No parecía lastimado cuando se dirigió a las bebidas colocadas en una mesa lateral y se sirvió una copa de brandy.

Se volvió hacia ella después de beber la mayor parte del líquido.

—¿Te gustaría tomar algo?

—No, gracias. ¿Ya se fue?

—Sí —Pedro tenía los ojos entrecerrados—. Sí —suspiró terminando la bebida—, ya se fue.

—¿Qué quería?

—Nada de importancia.

—¡Nada de importancia! —se burló—. ¡Creí que iba a matarte!

—Nada tan melodramático. Acepto que Federico estaba un poco molesto conmigo…

—¿Molesto? ¡Estaba furioso! —insistió ella.

—Mi hermano siempre está furioso por algo, siempre ha sido así.

—¿Tú… tu hermano? —Paula palideció.

—Sí, Federico es mi hermano menor, ¿no lo sabías?

No, no sabía eso, pero sí sabía que el propio hermano de Pedro estaba enamorado de Priscilla.

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