domingo, 10 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 56

—No se lo dijo a nadie porque no quería preocuparnos —continuó diciendo Pedro—. Por fin, después del almuerzo casi se derrumbó.

—Esto no puede seguir —el padre de Paula movió la cabeza—. En los últimos días las jaquecas han sido más frecuentes y dolorosas. Yo… oh, Dios, me temo que ahora sí la perderemos para siempre.

—¡No! —negó Paula con voz aguda—. Existe la operación.

—Prisci dice que no —Pedro suspiró.

—¡Pero no podemos dejarla morir!

—He tratado de hacer que se deje operar, pero no quiere hacerme caso.

—Entonces tal vez me haga caso —le dijo Paula con fiereza—. ¡No la dejaré morir sin luchar!

—Prisci no es como tú, Paula —dijo Pedro con suavidad—. Tú, lucharías y Prisci prefiere morir que correr el riesgo de quedar paralítica o retrasada mental.

—Eso no es cierto —negó—. ¿Sabes lo aterrorizada que está de morir? La muerte le produce pesadillas. Es más, estoy segura de que ese temor es lo que desencadena la mitad de sus jaquecas.

—¿Te contó… acerca de ese temor? —preguntó su padre.

—Sí.

—Entonces quiero que trates de persuadirla de dejarse operar. Creo que si alguien puede hacerlo eres tú.

—¿Pedro? —titubeó ella.

Él la miró con dolor.

—Estoy de acuerdo con tu padre, tú eres la única persona que tal vez pueda lograrlo.

—Lo intentaré.

—Gracias —le apretó la mano.

Tenía que salvar a su hermana, aunque eso significara sacrificar su amor por Pedro.

Cuando entró en el cuarto, Priscilla se movía inquieta.

—¿Va a venir el doctor?

—Sí —Paula le acarició la frente como hizo la noche que se quedó con ella—. Y cuando llegue, quiero que aceptes la operación.

—No —Priscilla se estremeció—. ¡Jamás! No quiero ser un vegetal, sin que me amen e incapaz de amar.

Paula la estrechó contra su pecho.

—Debes saber que Pedro siempre te amará, pase lo que pase.

—Ningún hombre podrá amarme si estoy así.

—Pedro lo haría —dijo Paula con seguridad.

—No. No lo haría. Me odiaría.

—Sabes que eso no es cierto. Prisci, eres mi hermana, parte de mí misma —le apretó los brazos—. ¿No preferirías morir luchando?

—¡No quiero pensar en morir!

—Eso lo sé, querida, lo sé. Pero todos tenemos que morir alguna vez. Yo sé de qué manera preferiría hacerlo.

—Tú eres distinta a mí.

Eso lo sabía, Pedro acababa de decírselo.

—Puedo ser distinta a tí, Prisci—continuó diciendo con determinación—, pero si yo tuviera a alguien enamorado de mí, que quisiera casarse para estar conmigo siempre, entonces lucharía.

—¿Lo harías? —inquirió Priscilla, extrañada.

—Por supuesto —la voz de Paula se volvió menos acalorada al darse cuenta de que Priscilla la escuchaba—. No puedes quedarte sin hacer nada y dejar que el destino te golpee así. Tienes que operarte, por tí, por papá y más que nada por Pedro.

—¿Y por tí también?

—Sí, por mí también —Paula trató de contener las lágrimas y deseó no ser tan emotiva. No ayudaba en nada a la situación.

Priscilla comenzaba a calmarse.

—¿Te quedarías conmigo todo el tiempo?

—Todo el que me dejaran —aceptó Paula ansiosa.

—No estoy segura…

—Sólo piensa en el futuro, Prisci.

—¿El futuro? Últimamente no he podido pensar en nada distinto a la muerte.

—Piensa en el futuro. Piensa en estar todo el tiempo con el hombre que amas, en tener hijos.

—Oh, sí —Priscilla sonrió—. Eso me gustaría, Pau.

—Entonces toma la oportunidad que tienes. ¡Por favor! —agregó suplicante al ver que Priscilla todavía titubeaba—. Hijos, Prisci—repitió, aunque el pensar que Priscilla sería la madre de los hijos de Pedro le causaba un dolor intenso—. Hijos que se parecerán a su padre —agregó.

—L… lo haré —respiró Priscilla.

—¿Lo… lo harás?

—Sí —asintió su hermana.

—¿No cambiarás de opinión?

—No —Priscilla se humedeció los labios.

Paula la abrazó y besó, ambas reían y lloraban al mismo tiempo.

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