lunes, 4 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 37

—Eso haré —le aseguró Paula—. Estoy segura de que una luz tenue ayudará a tu dolor de cabeza —se acostó con su hermana en la cama, abrazándola con fuerza—. Ahora estoy aquí, Prisci —murmuró—. Puedes dormirte, ya no estás sola.

—Gracias —suspiró Priscilla—. Me… me siento mejor —cerró los ojos y comenzó a relajarse—. Lamento portarme como un bebé.

—No te portas como un bebé —Paula alisó el cabello de su hermana—. Tienes dolor y estás perturbada.

—El dolor ya desapareció.

Por supuesto; Priscilla había sido consolada y tranquilizada y el dolor de cabeza desaparecía. Conforme se le quitaba el dolor, se apoderó de ella el sueño y no pasó mucho tiempo antes que Sara supiera que su hermana estaba dormida. Pero de todas maneras no la dejó.

Alguien debía estar enterado de la razón de las jaquecas de Priscilla. Eran cosa seria, y evidencia de ello era el apresurado regreso de su padre del viaje de negocios y sin embargo, podían evitarse si Priscilla pudiera discutir con alguien la enfermedad de su padre. Por el momento era notorio que temía hacerlo, y como se suponía que Paula no sabía nada de la enfermedad no podía hablar del tema.

A cierta hora de la mañana debió haberse quedado dormida también, porque el sol se filtraba a través de las cortinas cuando abrió los ojos. Una rápida mirada al reloj le indicó que ya eran casi las ocho. Priscilla estaría bien ahora que ya era de día, y como seguía dormida, Paula se apartó de su lado y se fue a su propia habitación.

Se encontró con su padre en el pasillo, listo para irse a trabajar. Él frunció el ceño cuando vio que la chica cerraba la puerta del cuarto de Priscilla.

—¿Estuvo enferma? —preguntó preocupado.

—Sólo una de sus jaquecas. Creo que ya está bien.

—Entraré a verla.

—No —Paula lo detuvo—. Está dormida. Yo no la despertaría.

—¿Logró dormirse? —la miró desconcertado—. Generalmente cuando le da una de esas jaquecas, alguien tiene que quedarse con ella toda la noche.

Eso hizo que Paula se preguntara cuántas veces fue Pedro quien se quedó con Priscilla durante la noche. Pero alejó esos pensamientos de su mente porque sabía que la intimidad de las relaciones de Pedro con Priscilla, no era asunto suyo.

—¡Esta vez está dormida!

—¿Qué hiciste? —su padre seguía asombrado por ese acontecimiento poco común.

—Me quedé con ella hablándole. Luego, la abracé mientras se dormía. No le gusta la oscuridad —agregó Paula.

—Lo sé —reconoció Miguel, desviando la mirada.

—Creo que Priscilla debe ver a un médico —insistió con firmeza. Si ella pudiera decirle sus temores a un médico, éste podría informarle a su padre.

—Ya vió a uno, a varios.

—¿Y? —quiso saber Paula.

—Sólo son jaquecas debidas a las tensiones. Tal vez originadas en su compromiso con Pedro y la excitación de casarse. Me dicen que muchas chicas comprometidas las padecen.

—¿De esa manera? —inquirió Paula con desdén.

—Algunas veces. Bueno, tengo que irme, apenas tengo tiempo para desayunar antes de mi cita —se inclinó para besarla en la frente—. Te veré más tarde, querida. Deja a Prisci, por lo general duerme todo el día después de una de esas jaquecas.

—Dudo que lo haga hoy, porque durmió la mayor parte de la noche.

—Tal vez no. Descansa, Paula, para tí debe haber sido una noche larga.

—Prefiero vestirme y desayunar —le sonrió a su padre.

—Entonces te esperaré abajo.

No le tomó mucho tiempo bañarse y vestirse con sus acostumbrados pantalones vaqueros y camiseta, aunque en esa ocasión se puso una blusa a cuadros de manga corta. Entró a ver a Priscilla antes de bajar y encontró a su hermana todavía dormida. Alcanzó a su padre en el comedor y sirvió una taza de café para ambos.

—Esas jaquecas de Prisci —insistió—. ¿Siempre tiene tantas? Quiero decir que no hace mucho le dio la última.

—En los últimos días han sido más… frecuentes —tuvo que aceptar su padre—. Pero creo que no hay de qué preocuparse.

—¿Cuándo fue la última vez que vió a un médico?

—Hace un par de semanas. Por favor, no te preocupes por ello, Paula—sonrió—. Mañana, Prisci ya estará bien.

—¿Hoy no?

—No y creo que esta noche también se esperaba que le sirviera de anfitriona a Pedro.

—¿Acaso no puede él posponerlo?

—Esos clientes sólo estarán en la ciudad esta noche. Pero bueno, estoy seguro que ya se le ocurrirá algo a Pedro.

Así fue; le pidió a Paula que tomara el lugar de Priscilla. Llegó poco antes del almuerzo a visitar a su prometida y estuvo un rato a solas con ella en su cuarto.

Paula comenzó a temblar cuando la alcanzó en la sala.

—¿Cómo estás? —preguntó por decir algo, sabiendo cómo se encontraba Priscilla.

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