domingo, 17 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 15

Beatríz estaba en el primer piso, al día siguiente, cuando sonó el timbre.

— Buenos días, señor Alfonso. Entre, creo que Pau estará arriba. Iré a buscarla.

Pero Paula esperaba en el comedor, con cierto temor, la llegada de Pedro. Se dirigió rápidamente a la entrada. Llevaba una falda floreada, una blusa de algodón bordada, y sandalias. Escuchar la voz de Pedro cuando contestó al saludo de Beatriz, había sido suficiente para hacerla sonrojar, a pesar de que procuraba controlarse. Consideraba importante borrar de la mente de Pedro la imagen que tenía de ella. Beatríz quiso avisarle que, al avanzar, tropezaría con la aspiradora, pero no lo hizo a tiempo y Paula cayó de rodillas, gritando atemorizada. Pero, en lugar de golpearse contra el suelo, lo hizo contra un tuerte pecho varonil y unas fuertes manos la ayudaron a ponerse de pie. Pudo oír el latido del corazón de Pedro.

— ¿Estás bien? Sin decir nada, Paula asintió con la cabeza, mientras pensaba que lo peor de su condición era el modo inesperado en que podía ocurrirle un accidente.

— Pau, querida, lo lamento —repitió Beatríz varias veces, al borde de las lágrimas—. Pensé que estabas arriba, de lo contrario no habría dejado este aparato aquí.

-No se podía evitar, y no ha ocurrido nada grave —dijo Pedro, en tono autoritario mientras Paula se divertía con las disculpas de rigor.

-Supongo que tiene razón, señor —replicó Beatríz, sabiendo que, de no haber sido por Pedro habría continuado con sus lamentaciones.

—Es mejor que nos vayamos, Pau, si tienes la cita a las diez.

—Sí. Hasta luego, Betty. No te preocupes, estoy bien.

Agarrandola  de un brazo con amabilidad, Pedro ayudó a Paula a descender la escalera de salida. El día era soleado y la joven aspiró con alegría el fresco aire primaveral. La brisa hizo ondear su cabello y le levantó la falda más arriba de las rodillas.

—Es bueno estar al aire libre —afirmó con espontaneidad, y de igual modo agregó—: Pedro, sé que discutimos ayer, pero quiero que sepa cuánto aprecio lo bondadoso que es conmigo... cualquiera que sea el motivo.

—Es un placer para mí —contestó él con desgana. Después de poner el coche en marcha, dijo—: He hecho un par de llamadas telefónicas esta semana. Podrás hacer un curso de lectura en Braille, y te he apuntado en una lista de espera para que obtengas un perro-guía.

— ¡Está programando mi vida! —exclamó ella, animada.

—Alguien tiene que encargarse. Es evidente que tú no estabas haciéndolo.

— ¡Mi madre nunca me permitirá tener un perro, Pedro! —protestó Paula, angustiada.

— Éste no será un perro común...

—Eso no le importará a ella.

— Podría proporcionarte todo un nuevo estilo de vida, y tu madre no puede oponerse a eso. Como ejemplo, te diré que, de haber tenido un perro, hace un rato no te habrías caído.

— Sé que no me lo permitirá —insistió, bajando la cabeza.

— Eso lo veremos. A propósito, ¿por qué no la he conocido aún? ¿Está fuera de la ciudad?

—Sí. Fue a visitar a unos amigos en California. Regresará mañana por la tarde.

—Comprendo. Tendrás que empezar a hacer ejercicios con regularidad, Pau. Hay que estar en buena forma para manejar a uno de esos perros.

Paula suspiró, sabiendo que todo sería inútil. Su madre tenía una voluntad de hierro, según había descubierto ella por experiencia propia. Entonces, en lugar de pensar en los cambios que podría ocasionar un perro-guía en su vida, mejor sería disfrutar de aquel día, ya que su madre no podía estropeárselo, pensó la chica.

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