viernes, 15 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 10

La joven se quedó sin aliento. Cuando él intentó dominarla, ella no tuvo dificultad en combatirle, pero ante tal ruego se sentía impotente.

—Está bien —capituló—. ¿Está mi bolso por aquí?

— Sobre la mesa. Te lo alcanzaré. Pedro deslizó una mano bajo el brazo de Paula cuando descendían los escalones de entrada a la casa, y a lo largo del camino empedrado, hasta el coche. La ayudó a acomodarse en el asiento. Un momento después se sentó junto a ella, puso el motor en marcha y, siguiendo el largo sendero bordeado de árboles, salió a la carretera.

— Pensé que podíamos ir hacia el norte. Sé dónde hay un parque muy agradable.

— Por motivos muy evidentes, no importa mucho a donde vayamos —afirmó ella.

—Me alegro de que lo hayas dicho. Así queda todo claro, ¿no es verdad? Hacía mucho tiempo que no me encontraba con alguien tan dispuesto como tú a ser desdichado.

— ¡Qué cosa tan terrible ha dicho!

— ¿Sí? Detente a pensarlo un momento. Luego, dame las respuestas más honestas a las preguntas que quiero formularte.

— ¿Quiere que me comporte como si nada me pasara? —preguntó Paula con las mejillas encendidas por la ira—. En el hospital me aseguraron que mi aspecto es el mismo de antes del accidente, de modo que, supongo, no se nota que estoy ciega. Excepto cuando me tropiezo con las cosas, derramo mi comida, o no puedo salir de casa sin alguien que me acompañe. ¡Estoy ciega, Pedro Alfonso, de modo que deje de tratarme como si sólo me hubiese cortado un dedo!

— ¡Ya sé que estás ciega! También hay miles de ciegos, muchos de ellos mayores que tú y en peor situación. Pero no se quedan sentados en sus casas compadeciéndose. Tienen trabajos, han aprendido a leer Braille, tienen perros-guía en lugar de bastones blancos...

—Mi madre nunca soportaría a un perro en casa —interrumpió ella, con actitud infantil.

—... y no se quedan sentados en sus casas compadeciéndose — repitió Pedro.

Mientras estaba internada, Paula había pensado en aprender Braille cuando volviera a su casa y se había propuesto ser tan independiente  como pudiese. Pero Facundo había salido de su vida, llevándose consigo  el amor, la risa y las esperanzas compartidas. De alguna manera, su madre había ido postergando las visitas programadas al instituto local de ciegos, y los sondeos de Sally, respecto a un perro habían encontrado una fría negativa. Entonces, los días habían pasado, todos iguales, mientras que de forma imperceptible la seguridad y comodidad de la casa se convertían en algo cada vez más importante que cualquier intento de Paula por recobrar la confianza en sí misma. Movió las manos sobre su falda, inclinó la cabeza y se percató, por primera vez en muchos días, de lo aislada que estaba y del fracaso de sus proyectos iniciales. Algo reflejó su expresión, porque el hombre que estaba a su lado extendió una mano para acariciar las suyas, al tiempo que le decía:

—Te has dejado aislar, ¿verdad? Ni te diste cuenta de cómo iba ocurriendo...

— Supongo que tiene razón —sostuvo ella, con la honestidad que la caracterizaba. — Reconocer el problema es el primer paso para resolverlo. Sin darse cuenta siquiera de que estaba llamándole por su nombre y no por su apellido, Paula contestó:

— Eso es cierto, Pedro; sin embargo, no hay solución.

— ¿Quieres seguir como hasta ahora?

-¡No! —exclamó ella, con tal fuerza que se sorprendió—. Pero no tengo muchas salidas.

— Habías empezado a estudiar en la universidad cuando todo esto ocurrió, ¿no es así?

—Sí.

— Aprende Braille, consíguete un perro y vuelve para obtener tu licenciatura.

— ¡Usted plantea el asunto como si fuera sencillo!

— Claro que no es sencillo, Pau, pero sí posible.

La joven permaneció en silencio, con el ceño fruncido.

— Estaba estudiando historia —de pronto Paula rompió el silencio.

— No lo sabía. Yo soy una mezcla de historiador y arqueólogo. Ahora estoy investigando los primeros asentamientos humanos en Quebec, lo que explica el año que pasé en Francia. El rostro de Pedro se alegró, y la joven comenzó a formular preguntas con entusiasmo, olvidando sus anteriores discrepancias con él. El tiempo pasó rápidamente, y antes de que ella pudiera notarlo, Pedro había detenido el coche. Descendió y le abrió la puerta.

— Hay un banco cerca. Vamos a sentarnos. La guió hasta allí.

— Desde donde estoy sentado —dijo—, puedo ver las islas Golfo en el Estrecho y, a la distancia distingo las cimas de las montañas en Washington. Hay una playa debajo de nosotros y árboles que empiezan a florecer. El mar es más azul que el cielo.

— Betty me dijo que sus ojos son del color del cielo en verano.

Por vez primera, ella presintió que Pedro estaba desconcertado.

2 comentarios:

  1. Me gustaron los 5 caps, pero ya quiero saber qué pretende Pedro jaja.

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  2. Hermoso capítulos! Ojalá Paula no se ilusione, hasta no saber las intenciones de Pedro!

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