miércoles, 20 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 26

Se aferró al borde de la ventana y, rápidamente caminó hacia adelante mientras él la miraba con preocupación.

— ¿Estás bien? Lo siento. No quise asustarte.

— Sí... sí. Estoy bien. Es que... me sorprendió verte. Eso es todo.

— Me imagino que sí —afirmó él, con calma y mirándola con intensidad—. Quiero hablarte al respecto en el trayecto a casa. ¿Estás preparada para salir? Samuel está afuera, con el coche, y creo que lo tiene mal estacionado. Es mejor que nos demos prisa. Ella indicó dónde estaba su maleta y agarró el impermeable. Ya había cumplido los trámites de salida, y se había despedido del doctor MacAuley y las enfermeras. Sintiéndose extraña, precedió a Facundo fuera de la habitación en la que pasara tantas horas de soledad. Al caminar, procuró no pensar en su felicidad al suponer que Pedro había vuelto ni en su desilusión al comprobar su error. Bajaron, y salieron al sol del comienzo de verano. Paula se puso las gafas oscuras que el doctor MacAuley le había entregado y se sintió agradecida por todo lo que sus ojos le permitían ver. Miró hacia el cielo azul, preguntándose si de ese color serían, realmente, los ojos de Pedro. Suspiró, impaciente, pensando que debía dejar de pensar en él. Había desaparecido de su vida tan rápidamente como había aparecido. Además, ahora estaba con Facundo, a quien había amado un Año antes... El chófer estaba de pie, junto a una limousine, dispuesto a tomar la maleta que Facundo llevaba. Tocándose la gorra con la mano, en un gesto nada servil, el hombre saludó:

— Buenas tardes, señorita.

Paula le miró con curiosidad, advirtiendo al mismo tiempo la impaciencia de Facundo, que no trataba a los sirvientes como personas.

—Usted me resulta familiar —dijo la joven. Sonriendo, el chófer respondió:

—No sabía si me reconocería, señorita Chaves. Soy Samuel Biakeney, del equipo de fútbol de la universidad. Empezaba a estudiar Derecho.

— Por supuesto que te recuerdo y, por favor, llámame Paula —pidió ella, sonriendo. Mientras estuvo en la universidad no desarrolló actividades fuera del plan de estudios, por lo que no conocía muy bien a Samuel. Recordaba que estaba comprometido con Soledad Dewitt, una atractiva rubia con uno de los más altos coeficientes intelectuales de la universidad.

— Lisa está trabajando en Ottawa —explicó Samuel, como si hubiese adivinado los pensamientos de Paula—. Así que me busqué un trabajo para el verano y tuve la suerte de conseguir éste. Me alegro de que tu operación haya resultado bien — agregó, con timidez.

— Gracias, Samuel...

— Es mejor que nos vayamos, Pau—interrumpió Facundo, con impaciencia—. El viaje es largo y nos están esperando.

Pero Paula ya no era la joven sumisa de un año antes. Con calma, y tomándose tiempo para hacerlo, continuó hablando con el joven.

— Me gustaría verte otra vez, Samuel, en cuanto me haya instalado, para que me cuentes las últimas novedades de la universidad.

—Claro que sí. Lo haré encantado —replicó Samuel, mientras abría la puerta posterior del vehículo.

Paula y Facundo se acomodaron en el asiento de atrás. Samuel se sentó al volante, separado de ellos por un cristal. Con suavidad, el automóvil se puso en marcha.

— Será un viaje de tres horas —explicó Facundo, con clama, aunque ella sabía que él estaba aún molesto porque había hablado con Samuel—. ¿Quieres descansar?

— No —respondió ella y, en un esfuerzo por conversar, añadió—: Es maravilloso estar fuera del hospital. —Supongo que sí. Hubo un silencio, pero negándose a sentirse humillada, la chica prosiguió:

— ¿Cómo son tus padres, Facu? No llegué a conocerlos.

-Oh... papá es un ex ministro, miembro del Senado y presidente honorario de un par de compañías. Normalmente no está en Hardwood, está siempre muy ocupado. Mamá pinta,  lee y es visitada por los vecinos. Su salud es muy delicada y debe cuidarse. Estoy seguro de que te van a gustar.

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